Primero fue la tragedia humana y el desastre ambiental. Pero, dos años después, el accidente en la planta nuclear de Fukushima, en Japón, ha tenido una impensada consecuencia benéfica: ha permitido a los científicos saber más sobre los patrones migratorios de especies marinas.
Daniel Madigan, investigador de la universidad estadounidense de Stanford, encabezó un proyecto de estudio del atún rojo del Pacífico, una especie muy buscada para la pesca comercial que migra desde las costas japonesas a las del continente americano.
En una primera etapa del estudio, Madigan se encontró con atunes radiactivos: peces detectados a la altura de México y el sur de Estados Unidos que, en sus organismos, tenían sustancias tóxicas vertidas a las aguas como consecuencia del desastre de Fukushima, el 11 de marzo de 2011.
Los niveles de contaminación no eran para preocuparse, señalaron a los ciudadanos alarmados por la posible ingesta de estos pescados.
Pero los rastros tóxicos sirvieron a los científicos para entender el proceso migratorio: mediante los niveles de cesio-137 y cesio-134 –dos sustancias radiactivas vinculadas a los daños de la central nuclear-, pudieron determinar si los ejemplares hallados en las costas de California habían viajado desde Japón después del accidente o si llevaban más de un año en el este del Pacífico.
A los atunes que habíamos analizado en 2011 le sumamos una nueva muestra, más amplia, de peces recogidos en 2012. Necesitábamos confirmar que los indicios de cesio todavía eran detectables más de un año después del accidente y, según la concentración, estimar cuándo se había producido la migración. Es una de esas situaciones donde un residuo se convierte en herramienta útil para entender a la naturaleza, le detalló Madigan a BBC Mundo.
Los resultados de la investigación, publicados en marzo en la revista académica Journal of Environmental Science Technology, indican que Fukushima ha generado una oportunidad sin precedente y que el método de rastreo del atún mediante indicadores radiactivos podría permitir estudiar en el futuro otras especies que hacen épicos cruces oceánicos, como tiburones, tortugas o aves.
PECES CONTAMINADOS Desde su base de operaciones en la Estación Marina Hopkins, en el norte de California, Madigan lleva tiempo explorando lo que ocurre bajo las aguas de Pacífico.
Su tesis se basó en el comportamiento del atún rojo –también llamado atún de aleta azul o bluefin-, una especie que intriga a los científicos porque sólo se desarrolla en los alrededores de Japón y cruza a nado 9.000 kilómetros de océano hacia el este.
Pero no todos los ejemplares migran, ni a la misma edad. Otros hacen el viaje varias veces a lo largo de su vida. Algunos pasan años cerca de la costa americana, pero vuelven a las aguas donde nacieron para reproducirse.
Los expertos no entienden aún las razones de estos movimientos: de allí el interés en seguirle el rastro a los atunes contaminados como método para descubrir los secretos de la especie.
Era agosto de 2011: Madigan recuerda las imágenes en TV sobre las tareas de emergencia en la central nuclear de Fukushima Daiichi. Habían pasado cinco meses del terremoto y el tsunami que causaron los daños estructurales en la planta y el científico veía cómo se desagotaban los reactores y se vertía agua radiactiva en el océano cercano.
Por entonces pensaba en los peces migrantes, si es que habían nadado lo suficientemente cerca de esa costa como para contaminarse y conservar esa contaminación en sus cuerpos tras la travesía oceánica, relató el investigador.
Contactó entonces al experto en radiactividad marina Nicholas Fischer, de la Universidad Stony Brook de Nueva York, aunque ninguno de los dos creía probable hallar indicios tóxicos: los atunes son peces de aguas abiertas y, en todo caso, de haber entrado en contacto con sustancias radiactivas seguramente las metabolizarían durante la migración.
Para nuestra sorpresa, los 15 peces analizados tenía cesio-137 y 134: este último es una clara referencia porque fue registrado en el Pacífico occidental justamente después del tsunami, afirmó Madigan.
SEGUNDA ETAPA Luego, los científicos expandieron la muestra a 400 atunes para comprobar si los contaminantes podían ser utilizados como marcadores de migración: la cantidad de cesio guarda relación directa con el momento del viaje, concluyeron.
Todos los ejemplares pequeños (que son los llegados más recientemente desde Japón) lo cargaban. Y los medianos o grandes tenían vestigios, basados en que el cesio se excreta rápidamente, en uno o dos años, no como el mercurio que tarda en ser eliminado, comparó el experto.
El mismo modelo podrá utilizarse ahora para observar especies como el atún albacora, el dorado, el pez luna, varios tipos de tiburones, la tortuga boba o carey y aves migratorias como la pardela sombría, que se ve en el Pacífico entre mayo y octubre.
¿Un ejemplo gráfico? El del tiburón salmón. Hasta ahora, los científicos saben que los machos de la especie tienden a congregarse en el Pacífico occidental, alrededor de Japón, y las hembras en el oriental, para luego reunirse en Alaska para reproducirse.
Pero no se sabe si esa segregación es total: si los ejemplares hembra dieran positivo en los análisis de cesio, podría concluirse que ocasionalmente viajan hacia el oeste, donde están los machos. Y que Alaska tal vez no sea el único lugar donde se multiplican, lo que tendría consecuencias directas en los esfuerzos de conservación.
STOCK EN BAJA En el caso del atún rojo, la aplicación de los resultados puede servir para mejorar su número.
Hasta ahora se sabía que la especie, aunque no está en peligro de extinción, es pescada en exceso por su alto valor comercial, sobre todo para la elaboración de sushi: en enero, un pescado de este tipo se vendió por la cifra récord de US$1,8 millones en una subasta en Tokio.
Los relevamientos recientes permitieron calcular que la presencia de estos atunes en aguas del Pacífico se redujo en 96%, comparado con los niveles previos a su explotación comercial.
Saber cuánto tiempo pasan los peces a uno y otro lado del océano podría servir, según Madigan, para los intentos conservacionistas de aumentar la población y para que las autoridades establezcan vedas de pesca en la temporada más conveniente.
A diferencia de otras especies, es el mismo grupo de peces el que potencialmente es amenazado por la pesca en Japón y en México: los mismos ejemplares que migran de una costa a otra. Para su supervivencia, es necesario tener en cuenta estos movimientos si queremos armar un modelo de pesca sostenible, indicó el científico a BBC Mundo.