Hubo una vez en que Manuel Burga no pudo salir del país. No lo dejaron. Al magistrado César Augusto Vásquez Arana le importaron muy poco sus pendientes en Zúrich, el Proyecto Goal, su sexto pasaporte llenecito de sellos. Desde su oficina del Juzgado Penal 16 de Lima, firmó un documento en el que Burga quedaba impedido de salir del país, acusado por peculado y asociación ilícita para delinquir. Era abril del 2009. Era la época de las posibles irregularidades detectadas en el Instituto Alfonso Huapaya, de la FPF. Cuando la FIFA casi nos desafilia. Burga sin viajes es Magaly sin ampayes. No se halla. Sufre.

Como es fácil suponer, la medida duró muy poco. Los dos años que siguieron, Burga tiene un promedio de un viaje a Zúrich por mes. Alguna vez le dijo a El Comercio, cuando la relación existía, que “no era que quería pasar piola” e irse a Suiza siempre. Su participación en el Proyecto Goal así lo exigía. Hasta el 2007, una investigación de este Diario arrojaba unas cifras más propias de un turista millonario que de un dirigente de fútbol pobre: 50 viajes, 250 días fuera del país desde que asumió el cargo en el 2003, ‘all inclusive’, cortesía de la FIFA.

No es que se critique su fascinación por conocer el mundo. Lo que indigna es que sus permanentes vuelos a Zúrich o Asunción –sus destinos favoritos– coinciden misteriosamente con picos de crisis en el fútbol peruano. Tres ejemplitos: la huelga del 2003, el audio Ciccia, el 6-0 de Uruguay en las Eliminatorias (ver nota aparte). Y aunque él dice que son puras casualidades, ese es un cuento imposible de creer en el 2012. El domingo se fue a Zúrich, horas después del anuncio de tres clubes-modelo de irse del fútbol. Dejó todo el negocio futbolístico sumergido en el hoyo más profundo de su historia.

Los viajes de Burga son un chiste más feo que los anuncios de pagar de Pacheco y Alarcón. Son un golpe más duro que la confirmación del rector José Antonio Chang de liquidar el club San Martín. Son una burla, un autogol.

Hubo una vez en que Manuel Burga no pudo salir del país. Pero ya no. Aunque pensándolo bien, sería lindo que se vaya. Que renuncie y deje todo en manos de gente profesional, capaz, creíble. Que viaje y no vuelva más.