Algún día la frase iba a ser verdad: Juan Reynoso es el técnico de la selección. No llegó hasta aquí gratis o a partir de una encuesta de popularidad -que las perdería casi todas-. No. Su virtual llegada a la Videna tiene que ver más con un proyecto de carrera que un atajo, más con sus condiciones probadas que las de un agente y más con los objetivos cumplidos que con un padrino. Eligió la escalera más larga porque -decía siempre en las pocas notas que dio a El Comercio- creía en su capacidad. “Haz que suceda”, resumía. Fue a Bolognesi y armó un equipo campeón. Aceptó la ‘U’ y lo regresó al podio, tras el soñado tricampeonato del 2000. Fundó las bases del mejor Melgar de la historia, que hoy juega cuartos de final de una Sudamericana. Fue a ser asistente en México porque sabía que la oportunidad grande llegaría luego y el año pasado, en ese Cruz Azul donde fue capitán y símbolo, salió campeón tras 23 temporadas con el buzo de entrenador.
Ahora reemplazará a Ricardo Gareca, que es más o menos como ocupar el espacio de un papá.
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Para esta tarea, explican quienes más lo conocen, se ha preparado silenciosamente. Ha afinado su cuerpo técnico -que sigue siendo un ejército, entre preparadores físicos, asistentes y analistas de video-, ha seguido de cerca el trabajo de Gareca -vía Juan Carlos Oblitas- y, lo más importante, ha escuchado las recomendaciones de su entorno más cercano sobre no confrontar innecesariamente, y desactivar bombas antes que encenderlas, a partir de una idea: no tiene nada que demostrar. Fernanda Reynoso, su hija, politóloga por el TEC de Monterrey y maestra por la Universidad de Essex, Reino Unido, lo definió mejor, en tiempos de Puebla 2020. “Picaste mucha piedra, avanzaste y retrocediste cuando tenías que hacerlo. Jamás pisaste a nadie por tener tu presente”.
La selección y él, Juan Máximo Reynoso, se encuentran en el momento justo. Escucharlo ahora en la conferencia de una hora ha sido comprobarlo. Él, polémico, que ya picó toda la roca posible. Y la selección, esto único que nos une, a la que todo le cuesta el doble y empieza otra vez a caminar con su eterna mochila de piedras, hacia la cima.
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