Doce millonarios se suben a un barco y se ponen a salvo de la miseria y las injusticias. En proa, con poderosos binoculares, Florentino Pérez marca el rumbo. A su derecha, el vicealmirante Agnelli retransmite las órdenes: “¡Diez grados a babor…!” La voz pasa toda la cadena de mando hasta llegar al marinero que, por fin, gira el timón. Pero ¿hay marineros ahí…? ¿están permitidos…? El buque es gigantesco, tipo Titanic. Navega bajo bandera británica, española e italiana. Dieron en llamarlo Superliga. Sin embargo, pese a todo el almirantazgo a bordo, el barco zozobra y se hunde en cuarenta y ocho horas. ¿Cómo pudo ser…?
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Así de efímera y con ese insólito final fue la célebre Superliga Europea, una suerte de NBA que reuniría lo mejor de lo mejor de lo recontramejor del fútbol. Que, ahora vemos, era una idea tirada de los pelos. Doce clubes se armaban un torneo entre ellos ignorando la regencia de sus asociaciones, de la UEFA y de la FIFA, a las que están afiliadas, pero pretendiendo seguir dentro del sistema, y eso es imposible.
Si pateas el tablero y niegas la autoridad de la Unión Europea de Fútbol, pasas a la clandestinidad, armas una liga pirata. Es de escuela primaria. Como si una docena de jugadores del Real Madrid dijera: “este fin de semana nos vamos a jugar un desafío con unos amigos en la playa, el martes volvemos”. No te van a decir “que se diviertan”. No, te amenazarán con rescindir el contrato por carta documento. Es el mayor alzamiento en 117 años de existencia del fútbol asociado, el principio sagrado de la FIFA.
Lo peor fueron las formas. Un proyecto faraónico que, dicen, lleva tres años estudiándose al más alto nivel, que involucra a clubes con presupuestos colosales y llenos de ejecutivos y expertos en todas las áreas fue presentado mediante una simple gacetilla como las que llegan a la redacción todos los días desde la federación de bochas o de judo; publicada en la página de Internet del Real Madrid a altísimas horas de la noche del domingo y con la única firma de Florentino Pérez.
¿Por qué no en una rueda de prensa bien montada, anunciada con tiempo y con la presencia de los doce presidentes sosteniendo la idea…? Los errores de comunicación continuaron con el texto, al mencionar que el nuevo torneo permitiría que hubiera “más solidaridad” en el fútbol, cuando justamente doce millonarios se unían para ser aún más millonarios y abandonar a la multitud: los miles de clubes medianos y chicos que noblemente ofician de actores de reparto o de extras en esta película del fútbol con el sueño de ser ellos, alguna vez, el héroe que conquiste a la muchacha hermosa: la victoria. Alguien con un mínimo de sentido común debió prevenirlos: “Pongan cualquier argumento, pero no usen la palabra solidaridad”. Es que no existe nada más elitista, codicioso e insolidario que esta Superliga que repartiría miles de millones de euros entre un puñado de poderosos.
No hubo una sola voz a favor, sí un clamor mundial en contra. Y en veinticuatro horas el barco empezó a hacer agua: se apartó el Chelsea y con él hubo una deserción en masa. Un fracaso estrepitoso, lindante con el ridículo. Quedaron dos solos, el Madrid y el Barcelona, que no iba de capitán pero se prende en todas, desesperado de dinero para tapar los agujeros de la catastrófica gestión Bartomeu.
Lo increíble es que un peso pesado como Florentino Pérez salga completamente chamuscado de este incendio. A los 74 años y después de una trayectoria superexitosa. Puso la cabeza, la firma (¡firmó el comunicado él solo…!), el pecho a todas las balas. Hay dos corrientes de opinión: una, que ha sido muy valiente, sin dudas, para dar la cara y sostener la idea contra la tempestad mientras los otros presidentes se borraban; la otra, que firmó sólo por una cuestión de ego, quedaba como el Napoleón del fútbol, su refundador. Ahí pasaba a la historia como el hombre que superó incluso a Bernabéu, con quien compite cabeza a cabeza por la posteridad merengue.
Ingeniero de profesión, Florentino preside la empresa constructora más grande de Europa y la revista Forbes lo ubica como el noveno individuo más rico de España con 1.750 millones de euros de patrimonio. El mismo suceso que en su actividad privada, lo tuvo como dirigente deportivo: llegó al Madrid en el 2000, lo sacó de las deudas en que estaba sumido y lo relanzó como un club galáctico. Le tocó lidiar con un rival terrible: el Barcelona de Ronaldinho, Messi, Iniesta, Xavi y todos los genios, la máxima expresión de belleza y contundencia de este juego. No obstante, con menos talento, le arrebató cinco ligas y cinco Champions. Es el creador de Valdebebas, la extraordinaria ciudad deportiva del club, donde todo es siete estrellas. Y en breve reinaugurará el Bernabéu, un estadio que dejará sin aliento a los visitantes; será su obra cumbre. “Todo lo que hace Florentino es de nivel excepcional. No le gustan las cosas bien hechas ni muy bien hechas, quiere la perfección”, deslizan quienes trabajan a su lado. “Su único problema es que se mete en el fútbol, y no sabe”.
También cuentan el por qué. “Apenas llegado a la presidencia, Del Bosque (Vicente, el DT) le pidió a toda costa a Flávio Conceição, el brasileño del Deportivo La Coruña. “¿Estás seguro, Vicente…? Mira que cuesta un platal”. El técnico se puso inflexible: “Que sí, que sí”. Bien, pagó 24,5 millones de euros por él. Al mes, Flávio Conceição ya no jugaba. Florentino fue a la práctica y le preguntó a Del Bosque el por qué. “No pasa nada”. Perfecto, a partir de ahora ficho yo, dijo el presidente.
Pero esta ha sido una metida de pata monumental. Y puso el rostro él solo. ¿No supo calcular el tsunami que se le vino en contra…? ¿Tuvo la venia de Gianni Infantino…? Porque es sospechosísima la tibia reacción de la FIFA a una rebelión que, en otros tiempos, hubiera abortado a sangre y fuego. Infantino y Aleksander Ceferin, titular de la UEFA, están enfrentados (Gianni ve amenazado su poder por Europa), por lo cual FIFA no apoyó a los rebeldes, pero se hizo en cierto modo la distraída, pidió un té.
A esta altura de su vida, Florentino va por la estatua. Es posible que haya cometido tal error de cálculo movido un poco por arrogancia propia y otro tanto por el acendrado madridismo que lleva a pensar sus hinchas que todo pasa por el Madrid, que es el número uno del mundo, que las trece Champions, que… Y hay un periodismo madridista, que no madrileño, que le escribe el diario de Yrigoyen. Yrigoyen fue un presidente argentino de los ’10 y ’20 al que, cuentan, le editaban un diario para él sólo, con todas noticias buenas. Lo derrocó un golpe de estado.
Ahora bien, es entendible la posición de los clubes, que son quienes hacen el fútbol, no la FIFA ni la UEFA ni la Conmebol. Los clubes son la base de la gigantesca pirámide del fútbol. Deben contratar veinticinco jugadores, un cuerpo técnico, protagonizar los torneos, generar toda la infraestructura de este deporte, edificar o alquilar estadios, construir centros de entrenamiento, formar a los futbolistas juveniles, contratar profesores, preparadores físicos, médicos, auxiliares, asumir traslados, hotelería, boletería, prestar sus jugadores a la selección. Y poner los hinchas (que también alientan al equipo nacional). Y luego un señor que nunca se arremangó para conducir un club, caso Infantino o Ceferin, les dice cómo deben competir o cuánto deben ganar.
Los clubes nacieron antes que las asociaciones. Ellos decidieron crearlas cuando su número fue suficiente como para fundar un nucleamiento. Sin los clubes ni siquiera existiría el fútbol. Ni la FIFA. Las asociaciones soslayan con cierto desdén la importancia de los clubes; se sitúan varios escalones por encima. La FIFA, las confederaciones y las asociaciones nacionales existen porque existen los clubes, sino desaparecerían. Parecen no entenderlo.
“Todos quieren ganar más”, se quejó Florentino en El Chiringuito, programa líder en la TV española. Olvida que él destrozó el mercado en el 2.000 al pagar 61 millones por Figo, una locura. La otra: los ingresos no pueden subir infinitamente para que cada año el Madrid o el Barza compren Mbappés. O para pagar contratos disparatados a los futbolistas. Como le aconsejó Rummenigge, hay que reducir costos, no hace falta romper el fútbol.
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