La alta incertidumbre generada por las crisis sanitaria, económica y política sin precedentes en las que nos encontramos se está viendo reflejada en una fuerte contracción de la inversión privada.
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Para este año, el MEF calcula una caída del 34,2%, la mayor en la historia contemporánea del país, seguida de un rebote del 22% en el 2021. La misma institución prevé un avance promedio anual de 7,8% en el periodo 2022-2024.
Esta recuperación se soportaría en la inversión minera que, tras una retracción de al menos 22% en el 2020, crecería 9% el próximo año y alrededor de 3,5%, en promedio, entre 2022 y 2024, sostenida por el inicio de proyectos, tales como Corani (US$ 585 millones), Yanacocha Sulfuros (US$ 2,100 millones) y San Gabriel (US$ 431 millones).
Aunque a ese ritmo recién a partir del 2024 retornaríamos a niveles de inversión privada pre COVID-19, esas proyecciones no dejan de ser alentadoras. La pregunta es si son realistas. Al fin y al cabo, para que retome su dinamismo hacen falta más que buenas intenciones; tenemos que avanzar en tres frentes principalmente.
En primer lugar, el Ejecutivo y el Legislativo deben dejar de lado los enfrentamientos y el populismo, que atentan contra la gobernabilidad y estabilidad del país, afectando negativamente la confianza empresarial, para dedicarse a trabajar en sacarnos del hoyo en el que hemos caído. Un buen desenlace al entrampamiento político en que se hallan inmersos enviaría un mensaje muy positivo a los inversores nacionales y extranjeros.
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En segundo lugar, es indispensable que nuestras autoridades se enfoquen en resolver problemas bien conocidos que desalientan la inversión: las trabas burocráticas, el inflexible régimen laboral, la inseguridad y la deficiente infraestructura. Ello, para no hablar de las reformas que requiere nuestro sistema tributario que condena a un pequeño grupo de contribuyentes a mantener todo el Estado a flote, mientras que la gran mayoría (más del 70%) permanece en la informalidad y, en consecuencia, no paga impuestos.
Finalmente, hoy más que nunca necesitamos hacer que a la inversión extranjera le convenga apostar por el Perú más que ir a otros destinos. Para lograrlo, en este difícil contexto, se deben tomar medidas concretas que mejoren la imagen del país para atraer capitales foráneos e impulsen su competitividad, la cual ya sufrió un duro golpe el año pasado al caer ocho posiciones, del 68 al 76, en el Ranking Doing Business que elabora anualmente el Banco Mundial, y que mide el clima y la facilidad para hacer negocios en 190 países.
Nada de esto, por supuesto, es fácil y es poco lo que se puede esperar de la administración Vizcarra y este Congreso. Sin embargo, dar pasos importantes en esa dirección debe ser una de las prioridades de quienes ganen las elecciones del próximo año. No hay que olvidar que la inversión privada representa alrededor del 80% de la inversión total, por lo que esa podría ser la ruta más corta hacia la reactivación económica, la recuperación de los empleos perdidos y la reducción de la pobreza en el momento en que el país más lo requiere.