Primero lo inobjetable: el 2020 fue un año desastroso. Quizá no exista mejor manera de resumirlo que con las palabras del presidente del banco central, Julio Velarde, durante la presentación del reporte de inflación de diciembre. “Este ha sido probablemente el peor año que me ha tocado vivir y sé que lo ha sido para todos, pero estamos seguros de que el próximo será mejor”, dijo ese día.
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La frase es realista, pero abraza la seguridad de que el 2021 será más positivo. En esa línea, en un año que ha hecho retroceder al país casi una década en indicadores como la reducción de la pobreza, también destacaron algunos eventos que ayudarán a construir un futuro mejor.
Así, por ejemplo, pese a haber sufrido una de las peores contracciones económicas del continente en el segundo trimestre del 2020, la recuperación ahora se mueve más rápido que en el resto de países de la región. Solo entre abril y octubre, el avance del PBI peruano mejoró más de 35 puntos porcentuales. Con eso, la caída de la producción nacional en el décimo mes del año (-3,8%) fue menor que en países como Colombia (-4,5%) y México (-5,3%).
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Ya lo había adelantado el economista Juan José Marthans en una entrevista publicada en El Comercio durante las primeras semanas de la cuarentena: “estamos frente a la economía de más resiliencia en toda la región”. Hoy los resultados le dan la razón.
El 2020 también fue un año que puso a prueba la famosa fortaleza fiscal del Perú, pero esta salió victoriosa en canchas internacionales. Y es que, en el mes en que ocurría la peor crisis política de los últimos tiempos, el país emitía con éxito bonos pagables dentro de un siglo (cuando se celebre el tricentenario de la independencia). Estos fueron tan buenos que hace un par de semanas la revista GlobalCapital los reconoció como “el mejor bono del año en Latinoamérica”.
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Asimismo, pese a que la entrega de subsidios monetarios demostró lo difícil que es llegar al Perú no bancarizado y que desde el Congreso se vienen aprobando medidas que van contra la inclusión financiera (como los topes a las tasas de interés), en agosto se publicó un decreto para que todas las personas mayores de edad puedan tener una cuenta bancaria solo con su DNI. Esto es importante cuando hoy en el Perú urbano solo la mitad de las personas está bancarizada.
Sobre ese mismo tema, el año pasado también marcó un hito para las billeteras móviles y la banca digital. Su uso se expandió tanto que Yape superó los cinco millones de clientes, Plin contaba con 2,38 millones de usuarios a diez meses de su lanzamiento y la billetera móvil del Banco de la Nación se acercaba al millón de personas utilizando el aplicativo en octubre.
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El uso de nuevas tecnologías, además, tocó la puerta de negocios que jamás hubiesen pensado utilizar canales digitales un año atrás. Pese al golpe que sufrieron las empresas por los meses sin operar y el consumo retraído, las ventas por Internet se dispararon. Por ello, mientras en junio una encuesta del gremio de retail de la Cámara de Comercio de Lima mostraba que apenas el 20% de empresas consultadas tenía un canal de ventas online, solo dos meses después ese porcentaje llegó a 80%.
Finalmente, a pesar de que en un momento de la pandemia la población ocupada en Lima Metropolitana se redujo casi a la mitad, cientos de empresas lograron adaptarse a una modalidad de trabajo remoto y siguieron operando a distancia con éxito. Nueve meses más tarde, una encuesta de GRM señala que el 78% de personas se encuentra al menos de acuerdo con esta nueva forma de trabajar. La cifra no sorprende. Menos aun cuando es esa modalidad la que hoy me permite escribir esta columna a más de 300 kilómetros de mi computadora en la redacción.