Todavía falta algo (algo así como una quincena luz) para el 17 de diciembre y el estreno planetario/universal/cósmico hasta el infinito y más allá de la sétima de “Star Wars” (superado el desorden de la primera trilogía que se convirtió en la segunda es, afortunadamente, sí, la séptima), pero ya las pantallas pequeñas y gigantes de medio mundo anticipan el evento, lo mismo que las colas de fieles comprando entradas por anticipado como si se tratase del tradicional billete de lotería del Gordo Navideño. Solo que —aquí y ahora y entonces—los que van a ganar van a ser Lucasfilm y Disney y todo aquel involucrado en el marketing y merchandising de la marca galáctica. Porque ya se sabe: hace tiempo y en una galaxia muy lejana, George Lucas fue y es y siempre seguirá siendo un director de cine muy mediocre, un guionista pésimo (pero que tenía bien leído a Homero y a J. R. R. Tolkien y al mitógrafo Joseph Campbell), pero también el tipo más astuto al vislumbrar, a mediados de los setenta (suya fue también la ‘idea’ de Indiana Jones), que el futuro de la industria estaría hecho mitad de efectos especiales y mitad del afecto especial que despierta el juguetito adictivo para el coleccionista de 5 a 95 años. Con Lucas y “Star Wars” (en tándem con la tanto más noble “Tiburón”, de Steven Spielberg), se inaugura la idea de que el espectáculo tiene y debe ser espectacular para causar algún tipo de reacción productiva en el espectador. Y en los escaparates de las tiendas, otra prueba incontestable de que La Fuerza no se despierta (porque nunca duerme) y de que El Lado Oscuro ilumina y encandila como pocos: vitrinas y vitrinas con todos los modelos que Lego dedica a jedis y a siths y a clones & Co. Y, claro, uno —ya tan vintage y conservador— se pregunta si Lego juega y hace jugar del bando de los buenos y de los malos al haberse vendido/comprado asquerosamente a tanta franquicia blockbuster y renunciado a su encanto primario original de ladrillos y piezas sueltas en las que cada uno creaba su propio mundo. Lo cierto es que a la compañía danesa no le estaba yendo muy bien, dicen. Y que, ahora, legolizando a Harry Potter, Frodo, Jack Sparrow, Iron Man y un largo etcétera, recauda como nunca. El dilema existencial de este hacer o no hacer, de la disciplinada y gratificante instrucción frente al libre albedrío del vale todo sin reglas (reflejado con genio e ingenio en la formidable “The Lego Movie”), no parece preocupar a muchos salvo a mí. Ahí estoy, junto a mi hijo de 9 años con sus ojos abiertos que parecen haber renunciado a la función de los párpados: para él, la combinación de Halcón Milenario más plástico brillante que hace click y encaja a la perfección es irresistible. Mi hijo, también, se mueve por los multiversos de su iPad a una velocidad que me quita el aliento y que ya nunca alcanzaré. Porque mi velocidad es, apenas, la velocidad unplugged de leer y de escribir rápido aunque alguna vez haya sido niño —cuando el año 2001 era el futuro— y me perdiera y encontrara entre monolitos astrales y plantas prohibidas. Pero tengo que decirlo: nunca fui un entusiasta de “Star Wars”. Ni siquiera a la altura de “Una nueva esperanza” (episodio 4), durante los últimos años de mi infancia. Seguidor constante y dedicado de la sci-fi, jamás fui un adorador del subgénero space-opera. Y la majestuosidad asmática de Darth Vader (gran traje, sí; algo así como el sueño húmedo apenas inconfesable de todo aquel que alguna vez también susurró admirar los uniformes de la SS nazi) apenas alcanzaba para distraer de la tontería del peluche beligerante de los ositos ewok, de las conversaciones ruidositas entre esos dos robots “simpáticos” y, más adelante, del insoportable minirrubio Anakin Skywalker y del detestable sin atenuantes Jar Jar Binks. A la altura de “El Imperio contraataca” (que muchos consideran la mejor) y ya en plena pubertad, la visión de Leia en ese vestido supuestamente sexy encadenada junto a Jabba the Hutt no me movió un pelo de ninguna parte. Sí me reí mucho con las parodias de Mel Brooks y de “Padre de familia”. Aun así, imposible sentir algo de interés aquí y ahora: el bombardeo informa-radiactivo es constante y hay algo en las ganas de mi hijo tan pero tan contagioso… Por otra parte J. J. Abrams (responsable de este nuevo capítulo) jamás conseguirá que le perdone del todo la descarada estafa que fue “Lost”; pero hay que reconocerle que las dos entregas de su reboot de “Star Trek” han sido elegantes y muy divertidas y hasta con detalles de auténtico y perverso genio como en esa secuencia en que conversan ambos Mr. Spock más allá del tiempo y del espacio. Todo esto para admitir sin demasiada resistencia que, sí, iré a ver (con mi hijo) la nueva Star Wars. Y que, sí también, ya tengo mis entradas para el 17 de diciembre. Mientras tanto y hasta entonces, mi hogar dulce hogar se ha convertido en una suerte de santuario revisionista: vuelta a ver las seis películas; sintonización en la tele de “Star Wars Rebels”; estudio a fondo del voluminoso libro-enciclopedia “Universo Star Wars” (¡con prólogo de C-3PO!), donde se detalla hasta el último uniforme y dinastía y planeta (¡allí, en sus satinadas y coloridas páginas con grandes ilustraciones y letra minúscula me entero de que George Lucas ha tenido un breve cameo en el asunto como el azulado Barón Papanoida nativo del planeta Pantora, quien visita la ópera de Coruscant luego de que sus dos hijas, Chi Eekway y Che Amanwe, hayan sido secuestradas por el cazarrecompensas Greedo por encargo de la Federación de Comercio y…); acaloradas discusiones entre mi hijo y su madre (que siempre fue muy pero muy fan) en cuanto a la posibilidad de que la ausencia de Luke Skywalker en trailers y pósters de “Star Wars VII: el despertar de la fuerza” se deba a que el alguna vez paladín jedi sea ahora el malo malísimo debajo de esa nueva máscara vaderiana que sostiene, tan hamletianamente, el cráneo calcinado de Darth y le promete que terminará lo que él comenzó. Solo que, claro, no va a terminar nada. Y, por supuesto, que todo va a seguir y a seguir. Y a este nuevo trío le seguirá otra trilogía y otra y otra aquí y allá y dentro de mucho mucho tiempo —saludos a mi hipotético nieto por nacer y a su hijo—, en una galaxia muy cercana cuando yo, polvo soplado en el viento, ya sea parte del más oscuro de los lados… que La Fuerza los acompañe. Van a necesitarla.
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