Jerónimo Pimentel reflexiona sobre la exitosa serie de Netflix "Stranger Things" desde su lugar como espectador peruano. (Foto: Difusión)
Jerónimo Pimentel reflexiona sobre la exitosa serie de Netflix "Stranger Things" desde su lugar como espectador peruano. (Foto: Difusión)

Los gneros de horror y policial comparten una premisa: crear una ansiedad que, en algunos creadores dotados, se convierte en suspense. Este nace de la necesidad emocional de compensar la normalidad de un mundo alterado, ya sea por un hecho paranormal o un crimen. El investigador, el detective o aquel sealado por el azar para afrontar el caso debe remediar, a travs de la bsqueda de la verdad, y en algunos casos, de la justicia, aquello que las fuerzas del mal han pervertido. Una idea poderosa funciona como motor subyacente: la normalidad existe, posee un orden y este merece ser restaurado. El tejido social se ha daado, pero a travs del mtodo y la razn se puede sanar.

Pero de qu normalidad estamos hablando?

No de la peruana, ni de la siria, ni de la kurda, por cierto. En estos mundos no existe una vida que valga la pena perturbar para despus vindicar. Nuestros dramas y desviaciones no generan inquietud por restablecer una armona perdida porque esta no se alcanz. La muerte, la tragedia, la locura y el absurdo han encontrado cobijo en dos viejos conocidos: el costumbrismo y el realismo mgico. Esta puede ser una explicacin parcial de por qu en las literaturas perifricas (otra forma de decirlo es: en las recreaciones de las sociedades no industrializadas) prima el realismo. Aqu las narrativas nacionales se suelen confundir con los discursos sociolgicos (un viejo legado del indigenismo), mientras que gneros como el thriller o las distintas variedades de lo fantstico tienen frutos escasos y, a veces, son objeto de sospecha.

La normalidad que debe ser restituida es solo una, y tiene una base ideolgica fortsima, aunque exclusivamente anglosajona: inicia como una herencia del positivismo victoriano y se vuelve propaganda poltica con el american dream durante la Guerra Fra. Luego de la Segunda Guerra Mundial y antes del desastre de Vietnam hay una dcada, la del cincuenta, que crea y rene, en Estados Unidos, los estereotipos que alimentan un imaginario tan potente que ha servido, adems de materia de exportacin, como matriz de productos representativos como Los aos maravillosos, Carrie, Scream y, claro, Stranger Things.

La excelente serie creada por los hermanos Duffer, sin embargo, destaca por un giro curioso en la era de la recuperacin de la nostalgia: no tiene giro. Con Stranger Things, Netflix ha encontrado la manera de recuperar la universalidad de esta vieja frmula y la ha aterrizado, como si se tratara de una fbula nueva, de la forma ms arquetpica posible: un mal encarnado, literalmente en una pesadilla de Lovecraft (al que solo se puede ver, leccin bien aprendida, hacia los minutos finales), se enfrenta a una pandilla de chicos armados con bicicletas y walkie-talkies, nerds antes de que Sheldon hiciera cool la introversin, tan indefensos que provoca abrazarlos apenas se les ve. Pero cmo se convierte lo viejo en nuevo? Para los hermanos Duffer la opcin ha sido elevar la apuesta. Ayuda que en las clases medias occidentales el suburbio no sea ya un referente geogrfico y cultural real (cun irrelevante es que la ficcin suceda en Indiana en vez de Dallas o Sacramento!), sino un botn que gatilla una utopa socialmente aceptada: las almas puras, unidas por la amistad vecinal y el compaerismo a prueba de todo, son capaces de enfrentar a la criatura ms aterradora.

Es posible extrapolar este recurso a la literatura o el cine peruanos? Es improbable. Los ochenta fueron catastrficos y la calamidad se convirti en una suerte de compaero cotidiano, como lo puede testificar todo peruano con edad suficiente. Las imgenes que prevalecen del mundo prevelasquista son moralmente repudiables y, luego de la dictadura militar, ni el segundo belaundismo, ni el aprocalipsis, ni Sendero Luminoso (la matanza de Lucanamarca ocurri en 1983, el ao en el que est ambientada Stranger Things) dejaron resquicios, memorias, imgenes, ideas, ni temas que no sean el del genocidio, el terror poltico, la represin y la escasez. O ser posible que algn autor limeo, quiz solipsista, levante la mano y se juegue una fichas por las tardes que pas en Camino Real?

No quiero sonar cnico pues he disfrutado Stranger Things, espero con ansias la segunda temporada y la he recomendado a todo aquel que me ha querido or. Y aun as, no puedo dejar de notar que los recuerdos que evoco no son mos, que las referencias que convocan y conmueven a su audiencia original tampoco corresponden a los escenarios de mi nostalgia y que, indefectiblemente, algo en el vuelo ficcional se ha perdido. La serie me gusta y entiendo por qu me gusta, pero crea una distancia que no s digerir. Las cuerdas que se tocan son las correctas, pero provienen de un aprendizaje cultural, no de una experiencia. El dolor de una madre que pierde a un hijo es universal, la fraternidad de los amigos de barrio es reconocible, pero los paisajes, ay, son prestados. Es esta una condena al verismo o un sntoma desatendido? O es solo que el juego deja de ser gracioso cuando se riza el rizo?