MELVYN ARCE RUIZ Redacción Online.

En noviembre del 2011, Víctor Ullate sufrió un infarto que lo hizo sumergirse en un profundo y extraño sueño. Al despertar, el bailarín y coreógrafo no podía dejar de recordar el proceso de la vida lo que los budistas llaman el Samsara y las razones del sufrimiento humano. Uno siempre piensa en lo que hizo y en lo que hará, nunca en el presente. En ese momento me dije: ‘Si tengo que irme, me iré en paz’. Estar en ese trance me hizo meditar mucho en mi vida y en llevar esos sentimientos a un ballet, explica Ullate.

El bailarín, que ha llegado a Lima junto a su compañía (la más importante de España) para presentar Samsara, la obra resultante de ese sueño, explica en una pausa a los ensayos que realiza con su elenco que lo que busca es remover los corazones de los espectadores.

Quiero que la gente tome conciencia de quiénes son, de lo que hacen, de lo que pueden hacer. Uno siempre está pensando en uno mismo y no en los demás. No conozco a nadie que no haya quedado con el corazón remecido después de ver Samsara.

¿Cuál es su método para crear? Primero es la idea de lo que quiero hacer, luego seleccionó la música y luego las partes que quiero dar a entender y voy hilando como quien borda un tapiz. En el caso de Samsara, por ejemplo, tardé bastante en crearlo. Lo cogía, lo dejaba, lo volvía tomar. No se hizo en dos días. Este espectáculo tiene mucho pozo, mucha intensidad e imaginación. Me costó como dos años hacer el ballet.

¿Hay una mayor complejidad al trabajar con el cuerpo como lenguaje? Trabajar con el cuerpo es maravilloso. Hacer una contracción, por ejemplo, ya es expresar un sentimiento. Depende ya de cada uno. Por mis estudios, mis aprendizajes he ido tomando muchas cosas. Yo estudié con María de Ávila y Maurice Béjart, pero uno vas cogiendo su propia personalidad. Con el tiempo tienes mucho que decir y lo haces con tu propio lenguaje.

¿Ser maestro te ha ayudado a reforzar tu propio lenguaje corporal? Es que cuando enseñas a bailar, enseñas la base, es todo muy cuadrado, muy estructural. En la coreografía ya tienes que liberarte de esas estructuras y dar rienda suelta al movimiento. Tienes que ser lo que tú sientes, un coreógrafo no puede tener límites ni vergüenzas. Tienes que liberarte de todo y no tener complejos.

Eres un hombre que la ha tenido difícil. No solo sufriste tres infartos, también te sometieron a una operación a los 21 años que casi te deja sin poder bailar nunca más Sí, la he pasado muy mal. En la vida todos tenemos un karma y eso hace que pasemos por ciertos sentimientos. Mi karma fue una caída que tuve. Me rompí el ligamento cruzado y tuve que superar esos contratiempos, decirme: No me duele. Tuve que continuar para conseguir lo que siempre he querido: ser un bailarín. Lo superé y no solo me hice un bailarín, sino un artista, una persona que siente, que transmite, que hace transmitir a los demás.

Todas esas experiencias las has llevado a un libro de memorias Sí, es un libro que escribió Carmen Guaita en el tiempo que tuvo para recuperarme (de los infartos). Los hemos traído para que se vendan como merchandising en el espectáculo, pero solo hemos traído como diez ejemplares.

¿Fue duro recordar algún momento particular de su vida? Fue como quien va a un psicólogo a soltar esas amarguras y recuerdos que te marcan a lo largo de tu vida. Fue duro pero ha merecido la pena. Ahora ha quedado allí también como un recuerdo para mis hijos. Yo tengo tres y uno es parte del elenco de baile de Samsara.

El menor, ¿cierto? Sí, él es el que baila aquí. El del medio es actor, es un tío cojonudo. Y el mayor es muy deportista, es el que regenta uno de mis estudios de danza.

¿Por qué regresó a España cuando le iba también en Bélgica, donde hay una mayor tradición dancística que en su país? En España no había escuelas. Más que falta de tradición no había educación. Y yo quería que España tuviera escuelas para que los bailarines no tuvieran que irse fuera, que tuvieran su propio lugar. Aunque eso no me ha sido posible lograrlo. He tenido alumnos como Tamara Rojo, Ángel Corella, Jesús Pastor, Joaquin de Luz, que ahora esté en el New York City Ballet. Son primerísimos bailarines y si yo no hubiese vuelto esto no hubiera sido posible. Creo que uno debe volver a sus raíces y, sobre todo, hacer las cosas donde uno ha nacido, más aún cuando ves que tu país necesita de tu trabajo y tu labor. A veces es difícil porque nadie es profeta en su tierra, a pesar de que yo no me puedo quejar, pero todo se puede hacer con un poco de esperanza.

¿Qué debe tener un buen bailarín? Si quieres bailar clásico, tienes que tener una morfología adecuada, haber nacido con elasticidad, con un físico privilegiado. Esta Sylvie Guillem marcó un prototipo de bailarina y, bueno pues, hoy en día los físicos son extraordinarios. Ahora hay mucha competitividad, solo quedan los grandes, los que tienen más aptitudes.

Usted conoció a Nureyev Sí, Nureyev para mí fue un personaje entrañable. Me invitó a bailar su Bella Durmiente en París. Recuerdo que me rompí el Tendón de Aquiles haciendo el Pájaro azul. Nos conocimos en Béjart. Él estaba haciendo El compañero errante de Mahler, coreografeado por Maurice. Esas son anécdotas que yo cuento en el libro. ¿Cómo conocí a Rudolf?. Él mandó a un bailarín a pedirme que le enseñase a girar. Yo le dije: ‘¿Qué quieres que te enseñe yo, si tú eres el más grande para mí?’.

Finalmente, ¿qué diría que fue la más grande enseñanza que le dejó Maurice Béjart? Maurice fue todo para mí: un padre y un hermano. Nos dejó un gran vacío. Me enseñó, como a mucha gente, este amor por la danza y, sobre todo, a apreciar a los grandes filósofos, a los grandes músicos, a apreciar las culturas de diferentes países. Él era una persona que introducía mucho la música étnica, folclórica. Fue un lujo para mí. Siempre me decía: ‘Mon petit Vitor, tu est comme mon fils’ (‘Pequeño Víctor, eres como un hijo para mí’). Maurice fue fundamental en mi vida y mi trayectoria.

EL DATO Samsara se presentará en el Teatro Municipal el 28 de febrero, el 1 y el 2 de marzo. Las entradas están a la venta en Teleticket de Wong y Metro desde 22 nuevos soles. El espectáculo llega gracias a una gestión de la división de Cultura de la Municipalidad de Lima.