El 2020 para el cine mundial ya empezaba de por sí bastante extraño. Los Premios de la Academia, por ejemplo (para hablar del espectáculo que más atención concita en el mundo), encumbraron a la surcoreana “Parásitos”, de Bong Joon-ho, como la mejor película del año. Un hecho inédito al tratarse de la primera cinta en habla no inglesa en quedarse con tal galardón. Méritos le sobraban.
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Lo que nadie vio venir es que este también sería el peor año para el cine tradicional de los últimos tiempos. La pandemia del COVID-19 y sus demandas de confinamiento y distancia social obligaron a las salas del mundo a cerrar repentinamente sus puertas, así como a la suspensión de la gran mayoría de rodajes. Nunca antes la industria del séptimo arte se enfrentó a tan dramática paralización.
El Perú también tuvo que enfrentar una situación tan o más crítica. A fines del 2019 se había aprobado y promulgado por fin una nueva Ley de Cine. Una legislación insatisfactoria, valga decirlo, pues si bien destacaba, entre otras cosas, por el presupuesto para los fomentos cinematográficos, dejaba de lado otros asuntos clave para nuestra escena local, como la necesidad de una cuota de pantalla o la históricamente postergada cinemateca. Asuntos pendientes que nos siguen dejando bastante rezagados en comparación a otros países de la región.
Pero ni esa nueva ley a medias pudo amainar la catástrofe. Con los cines en funcionamiento solo los dos primeros meses del 2020, el panorama fue desolador. Una película con tanta expectativa como “Canción sin nombre”, de Melina León, vio frustrado su estreno programado para abril, a pesar de que venía con una gran racha de premios en festivales (empezó su ruta en Cannes) y en algunos circuitos comerciales.
Hoy por hoy, lo que manda es la incertidumbre. Resulta difícil pronosticar cómo se recuperará el cine en los próximos meses y que otros rumbos sorpresivos tomará, pues es posible que el escenario al que estábamos acostumbrados haya cambiado para siempre.
LAS OTRAS PANTALLAS
Si hubo un sector que sí consiguió sacar réditos de la pandemia es sin duda el ‘streaming’. Desde hace años ha sido la pelea cinematográfica más encarnizada: en una esquina, las pantallas gigantes, la sala oscura, la experiencia colectiva; en la otra, la proyección en televisores o teléfonos, el disfrute doméstico y hasta en solitario.
Si algo necesitaba la industria de las plataformas para ganar puntos era una situación como la actual. Frente a la clausura masiva de los cines tradicionales, monstruos como Netflix o Amazon Prime vieron sus cifras de suscripción disparándose como nunca antes. Otra como Disney+, que recién entraba en disputa a fines del año pasado y hace poco más de un mes en Latinoamérica, ha comenzado a pisar fuerte también, con anuncios de producciones a granel para los siguientes años.
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Aun más polémico ha resultado el anuncio de Warner Bros. de hace solo unas semanas, respecto a que todas sus películas del 2021 (entre ellas “Dune”, “Space Jam 2” o “The Matrix 4”) se estrenarán paralelamente en salas y en la plataforma HBO Max. La decisión ha provocado un terremoto en la industria, con varios cineastas como Christopher Nolan o Denis Villeneuve –directores de la casa Warner– criticando duramente a la productora por no proteger su trabajo y la dignidad de sus fueros. El tira y afloje en torno a las nuevas dinámicas de distribución y exhibición recién empieza.
MIRADAS DIVERSAS
No todo el ‘streaming’ se ciñe a lo comercial, desde luego. Las posibilidades de que un cine alternativo, diverso e independiente pueda llegar a un público más amplio se han multiplicado notablemente. A nivel local, el Festival de Cine de Lima experimentó su primera versión virtual. Y aunque presentó una programación mucho más acotada, esta se descentralizó: su llegada a espectadores de provincia, que no tuvieron ni siquiera que salir de casa, fue un saludable avance.
No fue el único evento de su tipo, además. Este año debutó en el circuito festivalero el Lima Alterna, con un cartel bastante sólido; y celebraron respectivas ediciones ‘online’ el Festival Al Este y el Festival de Cine Europeo. Aparte de las películas presentadas, un factor importantísimo ha sido la democratización del acceso artístico y cultural: sus actividades paralelas y gratuitas nos permitieron disfrutar de conferencias con cineastas como Olivier Assayas, Abel Ferrara o Tsai Ming-Liang. La virtualidad también puede ser inclusiva y edificante.
ABRIR LOS OJOS
Otra novedad fue el regreso de los autocines, aunque se hayan quedado apenas en el límite de la experiencia anecdótica. Las dificultades de exhibir estrenos importantes, y en condiciones óptimas de calidad, les resta puntos a estos establecimientos.
Sin embargo, la tan esperada apertura de las grandes salas, como parte de la fase 4 de la reactivación, sigue generando muchas dudas. La asociación de exhibidoras emitió hace unos días un comunicado asegurando que si se les prohíbe vender alimentos y confitería (gaseosas, canchita y demás), podrían ver en peligro su sostenibilidad. La pregunta es obvia: ¿el negocio de la comida en los cines es inherente a la “actividad cultural” a la que se acogen para poder reabrir sus puertas? La discusión está abierta.
Para terminar, y porque es necesario recordarlo, dos casos ligados al cine que hicieron aún más negro el 2020. Por un lado, el abandono que sufren algunos artistas y exponentes, como el cineasta Felipe Degregori, enfermo y clamando por ayuda solidaria en redes sociales; por el otro, las graves denuncias de acoso y violencia sexual contra el director Frank Pérez-Garland, que nos alertan sobre prácticas nocivas y más extendidas de lo que pensamos. Episodios que nos recuerdan que el cine no solo se trata de imágenes en una pantalla, sino que implica cuestiones humanas a las cuales prestar atención. No las perdamos de vista.
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