JAIME CORDERO
Uno de los aspectos que causa más fascinación sobre el oficio periodístico es la relación que tiene el reportero con sus fuentes, en especial en ese subgénero que se suele llamar ‘de investigación’. Muchas veces, las informaciones llegan a los periodistas de maneras convencionales o anodinas: sobres que llegan a las redacciones, entrevistas y la concienzuda revisión de documentos son algunas de las formas habituales. Nada demasiado cinematográfico, a decir verdad.
Sin embargo, cada tanto –generalmente cuando los datos son de extrema sensibilidad– el intercambio de información entre el periodista y una fuente puede convertirse en un ejercicio de elusión y secretismo. Es entonces que el periodismo se puede emparentar –muy lejanamente– con el espionaje . La historia de los destapes gestados de esta manera suele generar auténticos cataclismos en el mundo real y thrillers de la mejor calidad cuando se llevan a la ficción.
Edward Snowden es el más reciente ejemplar de este tipo de fuente que no escatima precauciones. Los relatos publicados por The Guardian y The Washington Post revelan detalles como que, para establecer contacto con seguridad, el ex analista de inteligencia pidió a los periodistas que entren al hotel hongkonés donde se alojaba por una puerta determinada y pregunten cómo llegar a otra área. Snowden aparecería luego, jugando con un cubo de Rubik, y solo entonces podrían conversar.
Otro detalle es que Snowden tenía tanto miedo a las cámaras de seguridad que siempre que introducía claves de seguridad en su computador se cubría con una manta.
Nada comparable, en todo caso, con las legendarias medidas de seguridad que impuso Mark Felt , el informante que orientó decisivamente al periodista Bob Woodward en sus pesquisas del Caso Watergate , allá por 1972, y que durante décadas solo fue identificado por un famoso seudónimo: ‘Garganta Profunda’.
Felt, por entonces el número 2 del FBI,estableció un estricto protocolo. Si Woodward quería hablar con él, debería mover una maceta de su balcón. Cuando Felt deseaba hablar con él, marcaría la página 20 de su periódico con un dibujo de las manecillas de un reloj, señalando la hora.
Los encuentros se realizaban siempre de madrugada en un estacionamiento subterráneo. Para llegar, Woodward debía tomar dos taxis y luego caminar.
El Caso Watergate terminó con la dimisión del presidente Nixon. “Todos los hombres del presidente”, la crónica de esta investigación, fue primero libro y luego película. Ambos fueron éxitos rotundos.
MANNING VS. LA CORTE MARCIAL Suele pensarse que la fuente de un gran destape es, a su vez, un informante de alto nivel, con acceso a información privilegiada. Sin embargo, en el caso de Wikileaks, se trató de un soldado de la más baja graduación posible: Bradley Manning, quien trabajó varios meses como analista de inteligencia en Iraq.
Desde ese puesto, el soldado tuvo acceso a material altamente sensible, como el video de un ataque aéreo del ejército de su país contra civiles. También descargó decenas de miles de papeles del servicio diplomático de su país. Supuestamente conmovido, Manning entregó todo el material a la web de Julian Assange, lo que dio lugar a la mayor filtración de información de la historia. Tiempo después fue arrestado. Los fiscales piden para él cadena perpetua.