Konrad Kellen era un analista de Defensa desconocido que podría haber alterado el curso de la Guerra de Vietnam si sólo lo hubieran escuchado. Escuchar bien es un talento.
La habilidad de oír lo que alguien está diciendo sin pasarlo por el tamiz de nuestros prejuicios es una habilidad instintiva similar a tener memoria fotográfica. He observado que la gente que tiene ese talento nos hace sentir incómodos: algo en nosotros quiere escuchar una versión pasada por el filtro de las parcialidades de otro.
Hay muchos ejemplos de ese fenómeno, pero me quiero concentrar en la historia de Konrad Kellen, un verdadero gran oyente. Durante la Guerra de Vietnam, escuchó algo que debería haber cambiado el curso de la historia. Sólo que no sucedió. Y hoy en día, nadie sabe realmente quién fue Kellen, lo que es una lástima pues su estatua debería estar en medio del Monumento a los Veteranos de Vietnam en Washington.
QUIÉN ERA Kellen era alto, buenmozo y carismático. Amaba los Ferraris. Podía citar de memoria largas secciones de la obra del historiador griego Tucídides. Uno de sus primos era el gran economista Albert O. Hirshman. Otro era Albert Einstein.
Nació en 1913. Su apellido completo era Katzenellenbogen, una de las grandes familias judías de Europa. Vivían espléndidamente cerca del zoológico Tiergarten de Berlín. Su padre era un prominente industrialista y su madrastra fue pintada por Pierre-Auguste Renoir, quien era amigo de la familia. Vivió una de esas vidas extraordinarias del siglo XX.
Cuando era joven, se fue de Berlín y se instaló en París, donde se hizo amigo del artista plástico y de letras Jean Cocteau. En un barco, el América, el mafioso neoyorquino Dutch Schultz le ofreció trabajo. Cuando llegó a Estados Unidos, conoció al autor Thomas Mann y fue su secretario privado. Luego, se enlistó en el ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando la guerra terminó, una joven se le acercó en un café en París y le preguntó que si le hacia un favor: Mi padre es un artista y necesita que alguien lleve sus obras a Estados Unidos. Él dijo que sí. La mujer era la hija del pintor Marc Chagall.
SU NÉMESIS Tras la guerra, el ejército lo mandó de vuelta a Berlín en donde su tarea era entrevistar a soldados alemanes para entender por qué siguieron luchando por Adolf Hitler mucho después de que claramente la guerra estaba perdida.
Luego trabajó para la Radio Free Europe (Radio Europa Libre). Nuevamente, su trabajo era escuchar: entrevistar desertores del otro lado de la Cortina de Hierro, para averiguar cómo era la vida bajo el gobierno soviético.
Y, finalmente, a principios de los años 60, se incorporó a la Corporación Rand, un prestigioso centro de expertos en California creado por el Pentágono después de la guerra para hacer análisis de defensa de alto nivel. Fue ahí donde enfrentó el mayor reto de su carrera: el Proyecto para la Motivación y Moral de Vietnam.
Lo había iniciado Leon Goure, quien también era un inmigrante. Sus padres eran mencheviques. Escaparon de la Unión Soviética durante una de las purgas de Joseph Stalin. Goure era brillante, carismático, increíblemente encantador, absolutamente despiadado, y era el enemigo número uno de Kellen.
EL ANÁLISIS El proyecto nació del gran problema que el Pentágono tenía cuando empezó la Guerra de Vietnam. La Fuerza Aérea de EE.UU. estaba bombardeando Vietnam del Norte pues quería impedir que los comunistas apoyaran a los insurgentes del sur, liderados por el Frente Nacional de Liberación de Vietnam (FNL) o Viet Cong.
La idea era doblegar la voluntad de los norvietnamitas. Pero el Pentágono no sabía nada sobre ellos, ni de su cultura, historia o lenguaje. ¿Cómo saber si estás doblegando a un país si no sabes nada sobre esa nación? La misión de Goure era descubrir qué estaban pensando los norvietnamitas.
Se fue a Saigón y se instaló en una antigua villa francesa en la Rue Pasteur en la parte vieja de la ciudad. Contrató unos entrevistadores vietnamitas y los mandó al campo. Les encomendó encontrar guerrilleros capturados para entrevistarlos. Durante los siguientes años, acumuló 61.000 páginas de transcripciones, que fueron traducidas al inglés, resumidas y analizadas.
Con esos análisis, Goure condujo sesiones informativas con todos los altos mandos del ejército estadounidense. Y cada vez que lo hacía, decía lo mismo:
- Los guerrilleros están totalmente desmoralizados Están a punto de rendirse Si se les presiona un poco más, si se les bombardea un poco más, tirarán la toalla y se irán corriendo de vuelta a Hanoi.
Es difícil sobrestimar cuánta credibilidad tenía Goure en esos años: era el único que entendía la forma de pensar del enemigo.
Cuando llegaban dignatarios a Saigón, su primera parada era la villa en Rue Pasteur, donde Goure ofrecía cocteles y elementos para comprender a ese enemigo extraño y misterioso. Lo recogían en helicóptero y lo llevaban a portaviones frente a la costa de Vietnam a instruir a oficiales militares traídos desde Washington.
Se decía que el presidente Lyndon Johnson andaba con una copia de los escritos de Goure en su bolsillo de atrás. Lo que Goure decía era la justificación para la política estadounidense en Vietnam.
EL PEOR ENEMIGO Todo el mundo creía lo que Goure decía, con una excepción: Konrad Kellen. Él había leído las mismas entrevistas y llegado a la conclusión diametralmente opuesta. Años más tarde explicaba que su reconsideración empezó con una entrevista memorable con un capitán veterano del Viet Cong.
Le habían preguntado al principio de la entrevista si pensaba que el Viet Cong podía ganar la guerra, y había dicho que no. Pero más tarde le preguntaron si pensaba que Estados Unidos podía ganar la guerra, y había dicho que no. La segunda respuesta cambia profundamente el significado de la primera: él no pensaba en términos de ganar o perder, y esa es una premisa muy distinta: un enemigo al que le es indiferente ganar o perder es el más peligroso de todos.
ESA SENSACIÓN Ahora, ¿por qué Kellen notó eso y Goure no? Porque Goure no tenía ese talento. Goure había filtrado la información a través de sus propios prejuicios, los que prevalecían en 1965: EE.UU. era el país más poderoso de la historia de la humanidad; Vietnam era una mota de polvo que no había siquiera iniciado la Revolución Industrial.
Sólo en la primera campaña de bombardeo de la guerra, la operación Rolling Thunder, EE.UU. dejó caer tantas bombas en esa mota de polvo como la Real Fuerza Aérea británica sobre Alemania en toda la Segunda Guerra Mundial. Al ver los números, Goure no pudo creer que alguien pudiera resistir tal asalto. Así que leyó la primera respuesta de esa entrevista y dejó de escuchar .
Kellen era diferente. Tenía ese talento. Cuando Hitler subió al poder en Alemania, él tenía 20 años e inmediatamente empacó sus maletas y se fue para no volver hasta que terminó la guerra. Si le preguntaban por qué partió cuando lo hizo, siempre contestaba: Tenía un pálpito. Hitler dejó muy claro cuál era su actitud hacia los judíos en esos años, pero la mayoría de la gente no lo escuchó.
EL ARTE DE ESCUCHAR Escuchar es difícil pues entre más se escucha, más inquietante se vuelve el mundo. Es mucho más fácil taparse los oídos y no escuchar del todo. Kellen previno que Goure estaba equivocado, que el Viet Cong no se iba a dar por vencido y que la guerrilla no estaba desmoralizada. No era, advirtió, una batalla que EE.UU. podía ganar, ni hoy, ni mañana, ni pasado mañana.
No pasó nada. Goure ofrecía cocteles y atendía a dignatarios mientras que Kellen escribía informes largos y detallados que eran pasados por alto y luego olvidados. La guerra continuó y las cosas cada vez se ponían peores.
En 1968 un colega suyo fue a ver a Henry Kissinger, entonces el nuevo arquitecto de la Guerra de Vietnam, y lo urgió a reunirse con Kellen. Kissinger nunca lo hizo. Quizás si lo hubiera hecho, la historia sería distinta.
Esa es la gran ironía de ser un gran oyente: entre mejor oyente eres, menos gente quiere escucharte.