Quizá fue un vecino soplón. O un espía ruso. Lo cierto es que una enorme explosión prendió fuego inmediatamente a los corrales de la granja de Yuri, mató a 20 vacas, se llevó por delante el techo de uralita y esculpió un enorme boquete en el suelo de la granja, en medio de la nada en la región de Donetsk, entre campos de cultivo y caminos de tierra en el cada vez más caliente frente de Izium, donde los combates entre las fuerzas ucranias y rusas se han intensificado en los últimos días. El bombardeo ruso apuntaba a posiciones ucranias, pero los soldados de Kiev suelen apostar por puestos avanzados móviles y los rusos erraron el tiro. “Alguien informó de que por la zona hay militares, pero fallaron. Y fallarán de nuevo”, remarca un oficial del Ejército ucranio.
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El estruendo de los ataques —a menudo aéreos— en el frente del este de Ucrania es sostenido y las columnas de humo tiñen el cielo azul de la primavera rural. Las tropas del Kremlin avanzan desde la ocupada ciudad de Izium para embolsar a las tropas ucranias y conquistar toda el área de Donbás. Signos de que ya está en marcha la segunda fase de la invasión a Ucrania lanzada por el presidente ruso, Vladímir Putin, el pasado 24 de febrero. Una guerra bajo la falsa retórica de “desnazificar” un país liderado por un presidente judío y “liberar y proteger” a los rusoparlantes que ahora bombardean sus tropas.
Tras el fracaso del Kremlin de avanzar hacia Kiev y mantener las zonas ocupadas en el noreste de Ucrania, escenario de la brutalidad de las tropas rusas, Moscú ha iniciado una nueva campaña con un objetivo más limitado, centrado en capturar Donbás y el sur.
Nueva estrategia
La estrategia ahora es distinta, apuntan los analistas militares. Los soldados enviados por Putin han logrado morder un territorio del este y el sur de Ucrania en forma de media luna. Buscan avanzar ahora desde sus posiciones en el noreste y en el sur para envolver a las tropas ucranias, bien posicionadas y atrincheradas en una zona ya escenario de guerra y fuertemente militarizada desde hace ocho años, cuando empezó el conflicto de Donbás después de que los separatistas prorrusos alimentados y respaldados política y militarmente por Moscú declarasen la independencia de las regiones de Donetsk y Lugansk.
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Desde entonces, el Kremlin —que con un decreto firmado por Putin asumió la independencia de los dos territorios un día antes de lanzar la invasión— controla el 30% del área de Donbás. Y desde esas posiciones también trata de empujar una línea del frente de 500 kilómetros que se había mantenido casi fija desde 2014, fuertemente protegida por el Ejército ucranio, que había destacado en Donbás al menos a un tercio de sus soldados; también a los batallones más profesionales y curtidos.
El avance ruso no está siendo rápido, pero sí metódico, apuntan los analistas del Instituto del Estudio de la Guerra. La ofensiva se está basando en incursiones de batallones tácticos en distintos puntos para luego enviar más soldados y mantener ocupados en esas posiciones a los defensores ucranios. Rusia ha empleado también de forma más intensa ataques con morteros, obuses, lanzacohetes, así como bombardeos desde helicópteros y aviones que vuelan a baja altura, apunta un oficial. Las fuerzas del Kremlin ya han tomado así una decena de pequeñas localidades rurales en las regiones de Donetsk y Lugansk.
En Prelesne, un bucólico pueblo del frente de Izium, a pocos kilómetros de la pequeña ciudad ya en manos rusas, Valentina y Liudmila siembran su huerto, aparentemente ajenas a las explosiones constantes y las columnas de humo negro en el horizonte. Como el esposo de Valentina, Vitali, que apenas se inmuta y fuma un cigarrillo mientras observa trabajar a las dos mujeres. “Miedo tenemos, pero también hambre. De algo hay que comer”, dice Liudmila, que ha acogido a su hijo y su nuera, Valentina, desde el principio de la guerra, cuando cerró la fábrica de Kramatorsk en la que trabajaba la pareja. Ahora, las bombas se están acercando, pero todo se ha convertido en parte del paisaje, en una realidad que como sucedió con la guerra del Donbás iniciada en 2014 corre el riesgo de alargarse, enquistarse y absorber la vida de toda la zona.
Tierra quemada en Izium
Como en otras localidades ocupadas, las fuerzas rusas han aplicado una política de tierra quemada en Izium (46.000 habitantes), comenta su alcalde, Valeri Marchenko, que salió de la ciudad con un grupo de evacuados ante el avance de los soldados de Moscú. Antes había recibido una llamada de un oficial ruso para entregar la ciudad. “Por supuesto me negué”, asegura por teléfono desde un punto indeterminado Marchenko, que confiesa que no quería abandonar Izium. La orden del Gobierno, no obstante, fue clara, comenta; los ocupantes rusos ya han secuestrado a más de una veintena de regidores públicos y Marchenko estaba en la lista. Pese a que la ciudad tiene pésimas comunicaciones, sus vecinos le han relatado saqueos, palizas y deportaciones forzosas a Rusia.
Izium fue escenario de la contienda entre fuerzas ucranias y rusas durante semanas, pero las tropas de Putin, apoyadas por la aviación, lograron tomar la pequeña ciudad, donde rápidamente han renombrado la plaza John Lennon como “Plaza Soviética”. Desde Izium avanzan ahora hacia la ciudad de Sloviansk y hacia Kramatorsk, capital de facto de la provincia de Donetsk y cabeza militar de Donbás, un área de unos 52.000 kilómetros cuadrados, el tamaño de Costa Rica.
El Kremlin ha enviado al este a la mayor parte de los 190.000 soldados movilizados para invadir Ucrania. Y tras la descoordinación del inicio de la invasión, ha colocado a los mandos de lo que llama “operación militar especial” a un único general —Alexander Dvornikov—, en vez de a los varios que lideraron las fallidas ofensivas por los diversos flancos. Además, la zona que ahora controla limita con su territorio, con lo que Rusia se podría beneficiar de una larga batalla sin exponer sus líneas de suministro y con mejores comunicaciones y logística.
Las tropas de Kiev también se preparan para el asalto. Han reforzado sus posiciones a lo largo del frente de Izium y trazan ahora nuevas fortificaciones. Además, están llegando a la zona refuerzos de todo el país. También nuevas armas, combustible y suministros. El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, ha reclamado a los países aliados nuevos envíos de armamento pesado y sistemas de defensa antiaérea para hacer frente a esta nueva fase de la guerra, que para el Kremlin puede tener como fecha clave el 9 de mayo, cuando Rusia celebra con grandes desfiles militares la victoria del Ejército rojo sobre la Alemania nazi. Para entonces, Putin debe tener algo para vender en casa como un logro, como la toma de la ciudad portuaria de Mariupol, en el sur de la región de Donetsk.
Mientras, los analistas militares adelantan que la batalla puede ser muy sangrienta, agotadora y prolongada. Una contienda que determinará el curso de toda la guerra y también marcará a la Ucrania de la posguerra.
En Sloviansk, donde quienes se han quedado hacen cola en las pocas tiendas abiertas y en la boca de los cajeros automáticos, Viktor, un minero jubilado, ordena las bolsas de la compra. “Algunos de los que se han quedado es porque les da igual quienes gobiernen, pero otros muchos estamos porque creemos en la victoria, aunque tarde”, apunta. La ciudad, donde se mezclan algunas cicatrices de ataques antiguos con otros más frescos, puede ser escenario fundamental en esta guerra y el próximo campo de batalla.
En torno a la localidad, que fue un punto clave en la guerra de 2014 y estuvo brevemente bajo manos prorrusas, los controles militares buscan informadores e infiltrados; como en toda Ucrania. Y aunque Viktor señala que casi todos allí saben más o menos de qué pie cojea cada uno, también los vecinos se miran de reojo: “Aquí la guerra no es una desconocida. La vivimos desde hace ocho años y cada día es peor. La esperanza decae mes tras mes, día tras día, pero yo la mantengo”.
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