El viernes 22 de abril, en la conmemoración de los 25 años de la operación Chavín de Huántar, los valerosos comandos decidieron plantarse frente a Pedro Castillo en rechazo a su gobierno y no se pusieron de pie cuando llegó a presidir la ceremonia. Tal como ha reseñado Umberto Jara, lo de los comandos “es un gesto simbólico por todos los peruanos que murieron y por todos los peruanos que sufrimos aquellos años de muerte, destrucción y barbarie que desató el terrorismo”. Pero es, además, un ejercicio de ciudadanía.
Los peruanos no nos caracterizamos por gestos de valor como estos. Por el contrario, somos de los que hablan a media voz, nunca se enfrentan ni señalan con el dedo acusador. Menos a aquellos que forman parte de su clan (léase argolla). Preferimos escondernos entre las hordas de la mediocridad. Y es que el silencio, la complicidad y el formar parte de un grupo es siempre muy cómodo. Pero es precisamente lo que ha llevado al país al estado en el que se encuentra hoy. El caos social desatado desde que llevamos al poder (asumamos nuestra responsabilidad) a Pedro Castillo no tiene precedentes. Y parecería, además, que tampoco una solución viable en el corto plazo.
El rechazo a la clase política y a la élite empresarial es transversal a todas las clases sociales. No importa a qué nivel socioeconómico pertenezcamos, los peruanos no nos sentimos representados por las autoridades. Pero tampoco nos sentimos responsables. Los partidos políticos son entidades ajenas a nosotros. Y la política, algo sucio y lejano, reservado para personajes sin ética ni moral. Así, el 93% de los peruanos no confía en los partidos políticos y solo el 11% está satisfecho con la democracia. Me pregunto cuántos de los encuestados sabe realmente lo que es democracia. ¿Lo sabe usted?
Hace unos días, un taxista en Cusco me decía: “aquí la política no llega. No importa”. Unos días después, una huelga de controladores aéreos al inicio del feriado de Semana Santa afectó no solo a los miles de viajantes, sino a todos los comercios, hoteles, restaurantes y transportistas que los esperaban. Días después, el paro agrario paralizó Cusco durante 48 horas e impidió que se abrieran mercados, comercios, restaurantes y que cientos de turistas pudieran regresar a sus casas. La política, esa que se cree que “no llega”, que “no importa”, nos afecta a todos y cada uno de los ciudadanos de un país. Queramos o no verlo. Porque los políticos, sea a través de leyes desde el Congreso o a través de la gestión ejecutiva desde el gobierno central o los gobiernos locales, regulan nuestra vida, nuestro día a día. Y cuánto nos cuesta cada cosa que hacemos.
Si sabemos que el Estado Peruano no funciona, y es iluso creer que lo hará en el corto plazo, ¿qué estamos esperando para levantar la voz? ¿Qué están esperando los empresarios del país para plantarse frente al gobierno? La excusa de que el empresario solo debe generar riqueza y no debe hacer política no es más que eso, una excusa y ya hoy frente al desgobierno no es válida. El silencio es una forma sumisa y vergonzosa de hacer política. Cuando me pregunto ¿cuánto estamos dispuestos a perder?, ¿cuándo diremos basta ya?, recuerdo los flujos de capital que han salido del Perú días previos a la llegada de Castillo a Palacio y que siguen saliendo sin pudor ni vergüenza. Recuerdo también las leoninas tasas de interés de las tarjetas de crédito y los récords de utilidades de empresas en diversos sectores. Y ahí es cuando uno entiende el porqué del silencio. Y es que, pese a que tenemos un gran país, no tenemos una clase empresarial a la altura. El otro día, alguien me decía: “es que los empresarios no pueden hacer nada, ellos tienen que proteger sus inversiones y su dinero”. No, señores, este es el momento de dejar el silencio de lado y construir un país.