AUGUSTO TOWNSEND KLINGE

Plenamente incorporado al circuito internacional de conferencistas, Tony Blair parece no desdeñar su condición de celebridad. Tras dejar en el 2007 el cargo de primer ministro del Reino Unido, el laborista ha ocupado su tiempo en promover el diálogo entre distintas confesiones religiosas y el buen gobierno en los países de África. Sendas fundaciones canalizan sus esfuerzos en tales rubros. Es también el enviado oficial del Cuarteto para el Medio Oriente, una institución conformada por Estados Unidos, Naciones Unidas, Rusia y la Unión Europea que busca promover la paz en dicha región del planeta.

Empecemos hablando de educación, ya que estamos en una universidad. Parece haber una creciente brecha entre lo que el sector educativo está en condiciones de proveer, tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo, y lo que la economía global parece estar demandando. ¿Cómo evalúa esta situación? Los países desarrollados y aquellos en desarrollo tienen el mismo problema, cual es que el principal recurso de un país es su capital humano y la pregunta es cómo desarrollarlo y, en particular, cómo asegurar que haya una educación de calidad no solo para las élites, sino para la población en general. La buena noticia es que hay lecciones provenientes de distintas partes del mundo sobre cómo lograrlo. La mala noticia es que el desafío que hay que sortear es bastante complicado, puesto que muchos grupos de interés y burocracias obstaculizan el camino. Esencialmente, la educación es de vital importancia. Mientras que los países desarrollados tienen que cambiar sus métodos antiguos, a los países en desarrollo se les presenta la oportunidad de aprender de los primeros y tomar la delantera. Y esas lecciones tienen que ver con asegurar una multiplicidad de proveedores, lograr que haya asociaciones público-privadas, que existan estándares y una fiscalización adecuada en las escuelas, así como una buena capacitación de los profesores y la aplicación de tecnologías.

Además de enfrentar enormes problemas fiscales, los países desarrollados parecen no encontrar la fórmula para reactivar sus economías por la senda del crecimiento y les cuesta mucho adoptar las reformas estructurales necesarias para ello. ¿Cuán crónico resulta este problema? Sí es un problema crónico, y la crisis financiera no lo ha creado sino que tan solo lo ha expuesto. En Europa y en Estados Unidos se piensa que debemos hacer todos estos cambios por la crisis financiera. Pero es la globalización y la competencia mundial las que nos están poniendo en un escenario económico mucho más desafiante. La tecnología está transformando la forma en la que vivimos y trabajamos. Las tendencias demográficas en el mundo occidental llevan a que la edad promedio de la población se aproxime a los cuarenta años, mientras que en gran parte del mundo en desarrollo la edad promedio está más cerca de los veinte. En consecuencia, no es un misterio que todos nuestros sistemas previsionales, de seguridad social, nuestros mercados laborales y los servicios públicos van a tener que cambiar, porque el mundo a nuestro alrededor está cambiando.

¿No ve un repliegue en la globalización como resultado de los temores frente al contagio financiero? La globalización es un hecho. Es un fenómeno impulsado principalmente por las personas, que se acelera por la migración y la tecnología. Así que no creo que sea posible retroceder el reloj en este aspecto. La apertura es lo que definirá el futuro.

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