El pedido de vacancia no prosperó y Martín Vizcarra sigue ocupando la Presidencia de la República. El Congreso no alcanzó los 87 votos que requería para defenestrar a Vizcarra Cornejo, pero esta nueva medición de fuerzas entre el Parlamento y el Ejecutivo no exculpa al mandatario, sino que evidenció que no fueron los argumentos los que lo sacaron del difícil trance, sino que la permanente crisis moral en la que nos encontramos hace años jugó a favor del jefe del Estado.
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Esta ‘victoria’ temporal está lejos de fortalecer a Vizcarra para gobernar el país los próximos diez meses. El primer funcionario de la nación ha quedado desnudo ante las evidencias que nos demostraron que no solo mintió, sino que ordenó mentir para tapar las razones que lo llevaron a reunirse con Richard Cisneros, cuyo único mérito para llevarse 150 mil soles en contratos con el Estado ha sido ser parte del círculo más íntimo del presidente de la República.
Mucho se ha hablado de la crisis política ocasionada por la difusión de las conversaciones captadas por Karem Roca, pero casi nada se comenta del fondo de las mismas, siendo la más importante aquella en la que se escucha la voz de Martín Vizcarra coordinando mentir a la Comisión de Fiscalización del Congreso y al Ministerio Público que investiga un presunto delito de tráfico de influencias.
Solo en un país con una ausencia total de autoestima y donde los valores han sido trastocados por un relativismo moral permanente se puede tolerar que un presidente mienta impunemente ante nuestros oídos, y que se nos diga que la culpa es de quien grabó y difundió el material.
Pareciera ser que la mentira es mala dependiendo de quién la diga. La autodenominada y fracasada “reserva moral” del país ahora pretende darnos lecciones calificando de “golpista” a todo aquel que diga algo tan simple como que un presidente mentiroso y encubridor no puede personificar la nación.
Según el diccionario de la lengua española, la mentira es la ‘expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa’. A la luz de los hechos y los audios, Martín Vizcarra ha mentido.
“Complot”, “golpe de Estado”, “atentado contra la democracia” es lo que hemos venido escuchando las últimas semanas, por los mismos que defendieron el “cierre fáctico del Congreso”. Se hacen llamar demócratas, pero son incapaces de reconocer que la Constitución establece claramente la línea de sucesión en el poder, por lo tanto en una hipotética vacancia y ante la renuncia de la segunda vicepresidencia, es el presidente del Congreso quien asume la jefatura del Estado. Nos guste o no la persona en quien recaiga este encargo.
¡Basta de relativismo! Como bien lo dijo Joseph Ratzinger antes de convertirse en Benedicto XVI, “se viene construyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que solo deja como última medida el propio yo y sus ganas”.
¿Ya vamos entendiendo de qué se trata esa dictadura?
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