Los trajes hechos a medida son una suerte de tesoro en el armario masculino. Contar con una pieza confeccionada a mano –aunque sea una sola– implica lucir algo único en el mundo, algo que merece ser cuidado con tal delicadeza que puede ser lucido temporada tras temporada, año tras año. No es para menos, pues detrás de cada puntada existen años de tradición y aprendizajes, que nacieron en la Europa de la Edad Media y hoy continúan vigentes en las manos de maestros sastres, como el peruano John Campos.
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A sus 57 años, este artesano es líder del grupo de confección detrás de Sastrería Firenze, empresa que nació en pandemia con la inspiración de “confeccionar emociones a través del buen vestir”, mantra que comparte su fundador, el empresario Jorge Bravo. Campos reafirma el sentimiento, pues considera que el trabajo depositado en cada traje no se puede medir solamente en el plano físico, teniendo en cuenta que son piezas cargadas de historia y pasión. Si bien en décadas pasadas eran símbolo de distinción o estatus social, hoy por hoy dotan de elegancia y libertad a quien lo use.
Campos tiene claro que parte de esta historia se está perdiendo con el tiempo, pero el maestro sastre –oriundo de Cerro de Pasco– piensa que no hay mejor fórmula para luchar contra el olvido que adaptándose a la modernidad. Su misión es conquistar a las nuevas generaciones sin dejar de lado la tradición.
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“Es verdad que de este arte quedamos pocos. Pero también sé que no hay mejor manera de dejar huella que aprendiendo cosas nuevas. Los estilos van cambiando. Por ejemplo, antes se usaban las solapas delgadas y entalladas y ahora se lucen en V o derecho a dos botones. La clave es adaptarse. La gente de buen vestir siempre buscará un sastre. Así queden pocos”, indica.
-PRESERVAR LA TRADICIÓN-
Medir, cortar, confeccionar y ajustar. Andrés Vargas Ávila (62), natural de Cajamarca, tenía 16 años cuando aprendió esta secuencia. Una sastrería del Centro Histórico de Lima fue su universidad y los libros de costura de aquella época cultivaron poco a poco su curiosidad. Empezó confeccionando pantalones y hoy es tan experto que asegura poder tener un traje listo en apenas dos días. Sus ojos han presenciado, casi desde el comienzo, el crecimiento de una de las marcas locales más importantes del rubro textil: Barrington.
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“Cuando empecé, tenían solo cashmere, lanilla y un 50/50. Pasaron generaciones y ahora ofrecen muchas más calidades y texturas, sin dejar de mencionar que es una tela capaz de competir a nivel mundial”, comenta. Vargas es uno de los pocos maestros sastres que quedan en la capital. “La situación es preocupante. Varios de nuestros colegas fallecieron durante la pandemia. Otros no tienen a quién pasar la tradición, pues a sus hijos ya no les interesa seguir con esto. Es una pena, porque aún la gente parece no darse cuenta de lo mucho que se perdería si se deja ir a la sastrería”, agrega con cierto temor.
A lo anterior, se suma además la dura batalla que les hace la ropa ready to wear (lista para ser usada) y el poco interés de las nuevas generaciones en invertir tiempo y dinero en una pieza que dure toda la vida. “Hoy es más comercial hacer varias copias del mismo traje en diferentes tallas. Sin embargo, no es especial ni cómodo. Un traje de sastrería está hecho solo para ti. Es único en el mundo y perfecto para tu silueta”, defiende.
Aunque desconoce el camino que le depara a este arte en algunos años, don Andrés continúa heredando sus conocimientos a dos aprendices en su tienda del jirón Ucayali 121, donde también fabrica a detalle sacos, pantalones y camisas para aquellos entusiasmados en preservar la tradición.
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-CAMBIO DE REGLAS-
Al magnífico Yves Saint Laurent se le atribuye la incorporación del traje sartorial en el armario femenino. Ocurrió en 1966, cuando diseñó un conjunto sastre para mujer en su colección otoño invierno y lo bautizó como le smoking (el esmoquin, en español), una especie de tuxedo tradicional adaptado a la silueta curvilínea de la mujer. Lo que para muchos puede parecer una simple innovación en el mundo textil, se trató en realidad del inicio de una revolución.
Usar traje en plena década de los sesenta significó que las mujeres también podían ser sinónimo de poder, elegancia y libertad. Los pantalones, que por años estuvieron reservados únicamente para los hombres, tomaban por primera vez un rol genderless: sin género. En el presente, la propuesta del peruano Sebastián Granda (26) conserva el mismo espíritu.
Sastre –como bautizó a su marca de piezas hechas a medida– nace de la premisa de que en el mundo del tailoring o sastrería todo está permitido: los trajes sí combinan con un par de zapatillas Converse y las piezas pueden llevar bobos y estar confeccionadas en drill y corduroy.
Por supuesto, esto no es exclusivo de un solo género: todos son bienvenidos. “La ropa que usas es una de las muchas formas de expresión personal que existen. Es tu esencia, eres tú. Sea como sea que vistas, Sastre ofrece piezas personalizadas que van a potenciar tu estilo y quedarle como un guante a tu imagen”, dice Granda.
Para el creativo, que también se desempeña como abogado, la tradición de la sastrería es un arte que no merece esfumarse en el tiempo, pues de ahí parten muchas de las piezas que lucimos hoy en día. “Después de todo, siempre tendremos una relación nostálgica con las sastrerías tradicionales. Nos inspiramos en ellas y es así como sale lo mejor en nuestro trabajo”, concluye. En jóvenes como él, en parte, recae el cambio que puede hacer que los trajes hechos a medida continúen siendo la pieza estrella del armario. Una que puede contar historias interminables. //