Me seduce la imagen de un hombre adulto que, como toda celebración de cumpleaños, se sienta en un café a repasar las páginas del periódico del día de su nacimiento. Al cabo de un rato comprueba lo obvio: mientras era una criatura que pugnaba por desocupar el vientre materno, eran otros los eventos que inquietaban a la humanidad.
Aunque familiares y amigos nos hayan hecho creer lo contrario, el mundo no se paralizó con nuestra llegada –tampoco se paralizará con nuestra partida–, sino que ya era lo que siempre ha sido y será: un caos continuo en busca de un orden quimérico.
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Ante la aproximación de mi onomástico, me he permitido recabar datos de acontecimientos que fueron noticia aquel lunes 12 de enero de 1976. Ahora sé, por ejemplo, que mientras en el cuarto de una clínica de Miraflores mi madre era sometida a una cesárea de urgencia para dar prematuramente a luz al bebé de dos kilos que fui –y que corría el peligro de asfixiarse con el cordón umbilical–, más o menos a la misma hora, las 10 a.m., a miles de kilómetros, exactamente en Washington, el presidente de Estados Unidos, el republicano Gerald Ford, terminaba su sesión de nado en la piscina rectangular de la Casa Blanca y se disponía a reunirse en la Sala Oval con su secretario de Estado, Henry Kissinger para estudiar “el problema cubano”.
Dos horas más tarde, en La Habana, Fidel Castro daba un larguísimo discurso de homenaje al general Torrijos, presidente de Panamá, que paradójicamente empezaba así: “Queridos compañeros cubanos, hoy debo hablar poco”.
Pasado el mediodía, en Quito, otro dictador, el general Guillermo Rodríguez Lara, presidente de facto de Ecuador desde 1972, firmaba ese mismo día su renuncia al cargo.
Por la tarde, en Lima, el gobierno de Morales Bermúdez anunciaba un paquete de medidas económicas que incluía el recorte de subsidios y gasto público, el alza de precios de la gasolina, el pan, la carne, el aceite, los fideos, y la reducción, en un 30%, de la importación de bebidas alcohólicas (pese a lo cual las cajas de botellas de Old Parr no dejaron de llegar puntualmente a las casas de los altos oficiales del régimen).
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El mismo 12 de enero de 1976, en el desierto del Sahara ocurrió algo que con toda seguridad habría llamado mi atención de haber visto la información en su momento: el ejército español desocupaba su último fuerte militar en ese territorio, que en adelante sería controlado por el Gobierno de Marruecos. El nombre de la ciudad donde se encontraba esa dependencia se llamaba “Villa Cisneros”.
También en esa fecha, en Chicago, una joven identificada como Pamela M, despareció cuando salía de casa de un amigo para ir a una tienda. Al día siguiente la policía encontró su cuerpo en una carretera. Había sido estrangulada con una manguera de goma. Al asesino recién lo encontrarían 44 años después.
Pero, sin duda, el incidente más notable de ese día que me permito calificar de emblemático fue la muerte de la escritora británica Agatha Christie, quien falleció a los 85 años por causas naturales, en su casa de Oxford. La reina de la novela negra tuvo un desenlace más bien aburrido, sin rastros de veneno ni misterios por resolver. Una foto suya apareció al día siguiente en la portada de los principales medios.
Consta en actas periodísticas que el 12 de enero de 1976 I write the songs de Barry Manilow alcanzó el puesto uno del Billboard Hot 100 Chart y el tenista Guillermo Vilas consiguió mantenerse en lo alto del ranking ATP, seguido muy de cerca por Jimmy Connors.
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Y aunque haya estado lejos de ser trascendente, cabe señalar que ese día también nació el reguetonero norteamericano Don Chezina, autor del pélvico hit Tra tra tra, que en el verano de 1998 provocó hernias lumbares en toda una generación. Otros que esa mañana llegaron anónimamente a estos pagos son la cantante mexicana La Josa, la actriz japonesa Miki Nakatani y el pintor búlgaro Iovka Mechkarova. Mucho gusto con todos. El martes entrante cruzaré al único bar que aún abre sus puertas frente a casa para beber una cerveza y dar imaginaria lectura a este improbable periódico de sucesos históricos, frente a los cuales mi cumpleaños es apenas un aviso clasificado en la sección de Amenidades. //