Habíamos quedado que la entrevista sería a las 3 de la tarde en el Marsano. Las comisiones con Cattone siempre me ponían de buen humor. Conversar con él significaba inyectarte endorfinas. Reírte. Robarte secretamente sus ingeniosas frases para aplicarlas en la vida diaria, esa que amaba como nadie que haya conocido. Aquel día de junio del 2019, sin embargo, padecía yo de unas nauseas de campeonato. Tenía cerca de tres meses de embarazo y el asunto era aún un secreto. Eso incluía callar el infortunio ante él, la fotógrafa que iba conmigo y la agente de prensa de La Plaza. Se reponía en ese teatro ‘El Padre’, una de las últimas obras que protagonizó, de las que más gloria le dejó, y por eso nos habíamos citado. Estaba muy contento por volver a actuar, esta vez en escenario. Recién sentados al centro del escenario, no podía dejar de sacar de mi bolsillo y desenvolver, una y otra vez, caramelos de limón que entonces eran lo único que menguaba el malestar.
— Medio pálida te ves hoy… ¿Querés agua? Dale que mando a comprar.
— No pasa nada. Pero, gracias, estaría bien.
— Qué bueno que esta vez nos vimos acá. ¿Querés que te haga el tour como que sacan las fotos?
— ¡Claro! Te lo iba pedir.
— Sabés, quedó rebien la portada que me sacaron cuando hicimos por primera vez ‘El Padre’. Lástima que eligieran la foto más fea…
Los dos soltamos a reír. Cattone estaba siendo encantadoramente Cattone. Desde ese momento olvidé abrir más caramelos. Recomposición espontánea de la gente que lo oía: uno de sus tantos talentos.
LEE: Osvaldo Cattone: lo que pensaba de la muerte, la cuarentena y los cambios en la “nueva normalidad” | ENTREVISTA
MIRA: Cattone a los 50 años: las fotos del hombre que se sabía inteligente, guapo y sexy
No fuimos amigos, él y yo. Pero habíamos conversado varias veces en los últimos años. En su búnker de la calle General Suárez, en su casa junto al mar de Villa, en alguna sala de ensayo en Barranco, en el Congreso de la República cuando este le dio un reconocimiento por su trayectoria. Habíamos intercambiado correos, llamadas por teléfono. Nos conocíamos con estima. Este 8 de febrero, sin embargo, algunos colegas del diario me escribieron para darme una suerte de pésame. Sabían de mi admiración profunda a este argentino de 88 años que, dicen, se fue dormido. Me alegraría confirmar que así fue, él que tanto pavor le tenía a la muerte. “No es por la forma en que me toque. Ni el qué me vaya a encontrar luego. Después no hay nada. Acá se acaba todo. No me quiero morir porque voy a dejar de vivir. Y vivir… vivir es algo extraordinario”, me dijo más de una vez.
A este tipo de verbo fenomenal se lo recordará por “Me llaman gorrión” o “Nino”, las decenas de obras que protagonizó y dirigió en más de 40 años de carrera y por su afán de hacer asequible el teatro a la mayoría de peruanos –así quería pasar él a la historia -. Pero, para mí, más que nada, por aquella convicción que tenía sobre el poder y la maravilla del ahora. “El pasado es un cementerio. El futuro, una incógnita. Mi mejor momento es ahora mismo. Y lo aprovecho”. Aquel no era chamullo de actor clásico, de coach espiritual.
Ese era su modus operandi.
Y sí. Cattone era un tipo del presente. Dos veces me enfatizó que no guardaba reseñas amarillentas o tapas viejas. “Mi ambición es seguir chupando la vida como un helado que no quiero que se termine. Es ser feliz. Es leer esta nota el sábado y seguir ensayando ‘El Padre. Y ya está, a otra cosa’”. Esto último lo dijo al estar sentados los dos junto a la piscina de su hogar, dos años antes del encuentro en el Marsano. Sus mascotas de entonces Gilda (por la cinta de Rita Hayworth), Sophia (por la Loren) y Pitou (un personaje de ficción) difícilmente dejaban de ladrar aquella mañana de preguntas y fotografías que terminó en un almuerzo delicioso. Entonces, no solo hubo helado, lasagna y champán. También relatos inacabables, interesantísimos. Sus chismes y rajes eran, además, de antología. Llenos de humor e inteligencia. Como viejo lobo que era, sabía cómo y cuándo contarlos. Un ducho en el amparo del off the record.
“Llamáme cuando quieras. No salgo. He suspendido POR AHORA todas mis citas sexuales. Cariños, Os”, bromeó en otra ocasión vía email cuando le pedí marcarle para hablar el último mayo. Seguíamos en la primera cuarentena. Había capturado mi atención una publicación suya en su cuenta de Facebook en la que disparaba positivismo y ánimo genuino. “Esto también pasará. Volveremos” era, en resumen, el postulado.
— ¿Entonces me llamaste para saber qué pienso de lo que estamos viviendo? ¿Eso es todo?
— Sí. Siempre es interesante escucharte, leerte. En tiempos como estos, tu visión de las cosas puede ser un súper poder.
— Y sí... aunque hay días muy difíciles, eh. No te lo niego. Igual, ya sabes que yo salgo de ahí. No me quedo. Y me felicito por eso.
Envidiable la vida que eligió vivir. La manera, a su vez, en que se quería a sí mismo, que nunca caía mal y que, por el contrario, siempre daban ganas de emular -”Por qué me voy a andar con falsas modestias y dejar decir que soy un tipo guapo, seductor, culto, apasionado, capaz, bien plantado. ¿Por qué si es la verdad?”-. Él era una fuerza de la naturaleza. Un espíritu libre como muy pocos que, sin duda, se comió el mundo hasta el último aliento.
De vuelta en el Marsano el 2019, mientras vamos por un corredor lleno de fotografías de puestas en escena de los 70, 80 y 90: “Yo tengo 86, pero vaya que me merezco muchos años aún para joder, para pasear, para comer rico, para vestirme bien. Para actuar. Eso sí, lo que no tengo más ganas de hacer son obras que no dejen nada en el espectador. Quiero que todos se vayan con el alma movida. No quiero que calienten el culo nada más en la butaca. Quiero que se vayan distintos, transformados”.
Seguimos caminando y reconozco un afiche.
— ¡Annie! Esa fue la primera obra de teatro que vi.
— En el 87… ¿Cuántos años tenías vos?
— Siete. Me compraron el casette del musical. Hasta ahora me sé las letras: “Oye, don Juan/oye, galán / te vistes muy bien/pero siempre irás mejor vestido al sonreír…”.
— Me alegro- me dijo. Una entrada bien pagada, entonces.
—Bien pagada.
— … ¿Cómo es posible que hasta ahora no hayas venido a ver ‘El Padre? Si no venís esta vez, me resiento y no me entrevistás más.
—Lo siento. No ha sido porque no haya querido…
— Mirá que no creo que haya otra reposición. Se cierra el telón y se acabó.
— Prometo hacerlo solemnemente.
Lo cumplí. Alcancé a verlo en la penúltima función de aquella obra. Estuvo maravilloso, como lo dijeron las miles de personas que me precedieron como público. Tuvo razón en algo: esta no se puso más. Pero no en todo: el telón a Cattone ya nunca se le va a cerrar. Poco se ha acabado para él. De aquí en adelante queda la leyenda. Y si contrario a lo que pensaba, está ahora él en algún otro lugar, seguro lo sabe y también se está felicitando por eso//.
(Puede oír el soundtrack del musical “Annie”, adaptado y dirigido por Osvaldo Cattone en 1987 aquí 👇)