Los Juegos Olímpicos Tokio 2020 terminaron el domingo pero se habla aún, se discute, se polemiza. Y ya se mira París 2024. Acaso la mayor lección no fueron los récords ni las medallas, sino la resiliencia. Detrás de esas máquinas que llamamos atletas, existe un corazón que se debe cuidar como oro olímpico. Estas son cinco retratos breves para entenderlo.
Simone Biles
Apenas terminó la rutina de barra, que le permitió ganar su segunda medalla en Tokio, Simone Biles se puso la mano en el corazón. Fue, digamos, su inocente forma de confirmar que las cosas estaban de nuevo en su sitio. Ella en el podio y en ese pecho, el músculo latiendo.
El 27 de julio, mañana peruana, la atleta olímpica de los Estados Unidos Simone Biles se retiró de final de gimnasia artística por equipos con la tristeza de saber que su cuerpo podía —ha sabido ganar oro en Río 2016 y es cinco veces campeona del mundo— pero su mente no. De hecho, en la previa, Biles había dejado una pista sobre su real estado emocional, años de presión, pero ninguno de sus 6.7 millones de seguidores en Instagram pareció percatarse de la señal: “Muchas veces siento de verdad como si cargara sobre mis hombros el peso del mundo”, posteó. Estaba gritando por ayuda, pero como suele ocurrir con las redes sociales, casi nadie leyó el texto y solo dio like.
En ese momento, el mundo recordó la biografía de solo 24 años de Biles, atleta de élite, pero también casi una niña, que incluye la preparación agresiva del matrimonio Karolyi, Martha y Bela, sus entrenadores en el equipo de EE.UU. y la revelación de que, junto a otras 300 atletas, había sido víctima de agresión sexual por parte del médico Larry Nassar, condenado a penas de un máximo de 175 años de prisión. Y otra vez el documental Athlete A, que cuenta el caso para Netflix, se volvió a sintonizar.
Mientras tanto, Simone lloraba y se entrenaba. Los atletas de élite, aunque parezcan, no son robots. Y cuando volvió, su talento natural le hizo ganar bronce en la barra de equilibrio.
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Yulimar Rojas
Alta como un rascacielos y más que venezolana, sudamericana. La diáspora provocada por el régimen de Nicolás Maduro ha permitido la venezolanización de otras patrias. Ni Topacio o Abigail pudieron hacerlo: hoy, en el Perú, en Colombia, en Argentina, es imposible que uno no conozca a un amigo de Caracas, a una familia de Mérida, a un honesto trabajador que tuvo que irse de su querida Maracaibo para volver a empezar. Por eso el triunfo de Yulimar Rojas, el oro en triple salto femenino en Tokio 2020 se gritó aquí como un gol de Lapadula o una huacha de Cuevita. Como si fuera nuestra.
Pero que sea mejor un testigo de privilegio quien cuente cómo se vivió cada centímetro de su salto, 15.67m, récord del mundo. “Ella es tan omnipresente que su andar nos puso la piel de gallina. Me temblaban las manos y no podía grabar el video”, dice César Arias, jefe de comunicaciones del IPD, presente el coliseo. Luego, bueno, se hicieron billetes artesanales con su nombre, una canción viral, apuntes a su biografía en Caracas en casa de una cama y seis hermanos. Pero lo más importante del oro de Yulimar Rojas fue la recuperación de la sonrisa. Todavía le brota natural a su pueblo.
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Ángelo Caro
Frente al mar de Barra de Tijuca, un hombre vestido todo de blanco solo puede ser alguien en paz. Allí, en 2019, lo conocimos. En el skate –como en el surf– dirá luego él, solo la concentración ayuda a dominar la naturaleza. Ángelo Caro es un hombre de 21 años, peruano, skater desde que era niño mientras pateaba piedritas en el malecón de San Miguel. Es lo suficientemente maduro para no discutir sobre si es de la ‘U’ o de Alianza, lo suficientemente audaz para tener ya su propia marca de skate y lo suficientemente peruano/chiclayano para no saber que aquí el que no sufre, no gana. Arrancó mal su performance en Tokio, pero se recuperó y en la ronda final logró el quinto puesto en Tokio 2020 en la modalidad street de skateboarding. Eso se llama fortaleza mental, y me lo ha explicado mil veces mi amigo, el psicólogo deportivo y docente de la UPC, Mario Reyes Bossio. “Vas a tener exigencias mayores de lo normal, vas a tener tiempos relativamente cortos para tu vida privada (...) ¿Deseas realmente estar en este estadio, en esta élite?”. En esta nota, lo dice mejor aún. Y diploma olímpico.
Ángelo Caro es la mayor promesa de este deporte en el Perú. Digamos, el mejor conductor en cuatro ruedas del país en que se debe vivir esquivando baches, motos, combis, problemas. Poético y lección.
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Gianmarco Tamberi y Mutaz Essa Barshim
“Por primera vez en más de un siglo -tituló BBC de Londres-, dos deportistas comparten oro en unos Olímpicos”. También fue curioso que se abrazaran, en tiempos de COVID-19 en que los abrazos no felicitan la vida, quizá la quitan. Mutaz Essa Barshim de Qatar y Gianmarco Tamberi de Italia le dieron al mundo la postal más preciosa de los Juegos. Se conocían de antes, previo a Río 2016, en los tiempos en que una lesión del ligamento del tobillo izquierdo apartó al italiano del sueño/suelo brasileño. Lloró una semana. Una noche, uno de los mensajes al celular fue de su rival catarí, Mutaz Essa Barshim, que lo alentaba a seguir. El yeso que ayudó a soldar el tobillo se convirtió en amuleto, arenga, vitamina. Casi 1.500 días después, y con esa férula de testigo luego de pasar por migraciones, Tamberi saltó hasta 2,37m. sin un solo fallo anterior... lo mismo que Mutaz. “¿Si no saltamos el oro es para los dos?”, preguntó Essa Barshim, detrás de unos lentes negros que probablemente ocultaban sus ojos llorosos. Tamberi escuchó el sí del juez y no hubo más. Un gesto de competitividad cuyo video debería pasarse en colegios.
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Marcell Jacobs
Carlos Lewis, Linford Christie, Justin Gatlin, Usain Bolt. Ahora su nombre, Lamont Marcell Jacobs, quedó grabado en ese podio como el hombre más rápido de mundo. Corre en 100 metros lo que uno demora en ponerse una pantufla. El joven de de 26 años marcó un récord europeo de 9,80 segundos, y quedó por delante del estadounidense Fred Kerley, plata con 9,84 segundos. Casi con su misma velocidad, empezó la búsqueda en su biografía. Madre italiana, novia ecuatoriana, curiosa forma de entrenamiento persiguiendo a una camioneta que lo protege del viento y así, lo estimula. Y un trabajo psicológio que él mismo resumió en esta frase, tras el oro: “Realmente trabajo duro con mi mente. Porque cuando estaba llegando al gran momento, mis piernas no funcionaban muy bien. Ahora mis piernas van realmente bien cuando es un gran momento”. Cuando cruzó la meta, lo esperaba el italiano Gianmarco Tamberi, el otro oro del país en los Juegos. Se abrazaron como dos niños chiquitos. La vida es bella.