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Belenes, misterios o nacimientos, son algunos de los nombres con los que se conoce a la antigua tradición navideña de representar el nacimiento del Niño Jesús y su llegada al mundo. Acompañados por villancicos y luces de colores que brillan al ritmo de “Vamos, pastores, vamos. Vamos a Belén”, muchos hogares peruanos muestran estas representaciones en las esquinas de las casas con enormes figuras de cerros armados con papel –verde o marrón– o en alguna zona designada especialmente para recrear la escena religiosa más importante de la Navidad.
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Los nacimientos más grandes suelen escenificar incluso otros pasajes bíblicos, como Adán y Eva en el paraíso, el arca de Noé o la matanza de los inocentes. Sea como fuera, los nacimientos persisten, se han adaptado a los nuevos tiempos. Nos encontramos con ellos en las calles o en centros comerciales, al lado del árbol navideño y de Papá Noel. Basta caminar por el Centro de Lima o el Mercado Central para encontrar nacimientos para todos los gustos: de costa, sierra y selva; de yeso, cerámica o fibra de vidrio; en galerías o puestos ambulantes. Los peruanos somos gente de costumbres y muchos se resisten a dejar de ponerlos cada diciembre, a pesar de la rapidez de la vida diaria, del espacio cada vez más pequeño de las casas y, quizá, de la pérdida de la fe.
Por suerte, tenemos peruanos que encontraron en el arte de hacer nacimientos la fórmula exacta para demostrar su religiosidad, así como la responsabilidad de continuar las costumbres de sus pueblos. Julián Pariona es uno de ellos. Nació en Quinua, Ayacucho, la cuna de muchos artistas que hacen de la alfarería hermosas piezas de arte religioso. Aprendió de sus vecinos a elaborar retablos, pero desde 2009, una vez instalado en Lima, se encontró con las bondades de la arcilla. Con las enseñanzas de su tío, el artista Mamerto Sánchez aprendió a elaborar nacimientos.
“María, José y los reyes magos [con carnero al hombro] son campesinos de Quinua”, nos comenta Pariona señalando a los personajes que están expuestos en la Casa O’Higgins. “Usan mantitas y ponchos tal como se usan en Ayacucho. Llevan papas, choclo y otros insumos andinos”, describe Pariona su nacimiento serrano. Desnudo y solo con un chullo, el Jesús del artista está acompañado por dos ángeles que lo protegen y guardan un estilo colonial. A este nacimiento de gran tamaño no piensa venderlo, es una de las piezas que atesorará en su taller de Ate Vitarte. Aunque sí tiene otros en venta, personajes únicos, a pedido y que no se encontrarán en otro lugar.
Retazos con amor
La arpillería del colectivo Pamplona Artex es también única en su especie. Silvia Huamán y Zoila Calderón nos cuentan que su textilería es elaborada con todo tipo de telas y retazos que compran y reciben como donación. Sus nacimientos se caracterizan por su dinamismo, unen escenas del pasado y el presente. Se ven delfines amazónicos, guacamayos y juanes en el mismo plano que los auquénidos; cuentan historias de las tres regiones, en el campo y la ciudad, todos abrazados bajo la luz de la estrella de Belén.
Calderón recuerda que en su Huánuco Pampa natal, el nacimiento del pueblo se armaba en una cueva y se celebraba con danzas y orquestas. “Se comía chocho, platos tradicionales como pachamanca, pero no celebrábamos como acá con panetón o chocolate. Había comida típica”. Este colectivo formado solo por mujeres quieren transmitir ese espíritu festivo de los nacimientos, la música y la celebración por la llegada de Jesús.
Tanto el textil de las arpilleras como el nacimiento de Julián Pariona son parte de la gran exposición anual organizada por el Instituto Cultural Teatral y Social (Ictys) y que se puede visitar en la actualidad en la Casa O’Higgins del Jirón de la Unión. Son casi 50 nacimientos que resguardan la expresión cultural del país y el resultado de un concurso que conmemora su edición número diecinueve.
Nacimentero de corazón
Todavía no lo entiende del todo, pero Javier Luna, uno de los mayores coleccionistas de nacimientos del país, intuye que esta afición surgió como una manera de recordar a su padre. “Esto empezó sin empezar. Tenía 9 años cuando murió mi papá, era un nacimentero natural”, nos dice el coleccionista. Y explica que un nacimentero es un coleccionista que también arma nacimientos, tal como lo es Luna hoy. “En un buen nacimiento tiene que haber dos elementos que son una unidad: la madre, que es María, y el Niño Jesús”.
Todavía guarda el nacimiento familiar en un espacio especial dentro de su colección, es una reliquia con mucho significado para él. Lo mantiene cerrado durante el año y solo lo abre a la medianoche del 24 de diciembre, para dar la bienvenida a Jesús. Así, recuerda su niñez y las tradiciones de su Ica natal, comiendo tamales y brindando con los vecinos que llegaban a su casa para conocer ese impresionante nacimiento.
Hoy, tiene alrededor de 2.000 nacimientos y los ha reunido de manera incansable por 50 años, buscando y comprando en sus distintos viajes. También ha recibido piezas inauditas como regalos o, simplemente, de amistades que saben que los cuidará de la mejor manera. Si bien atesora piezas de Asia, África y otros continentes, la mayoría son expresiones del arte peruano: un imponente retablo ayacuchano de Joaquín López Antay está entre sus piezas más significativas, así como el belén de gran tamaño hecho por el cusqueño Hilario Mendívil y que perteneció al expresidente Fernando Belaúnde. Este último dejó la indicación de que su nacimiento —que también estuvo en Palacio de Gobierno— pasara a la colección de Luna. No había mejor lugar.
Llegar a su casa en San Isidro es como entrar a una galería de arte o un museo. En el pasado, era tradición tocar su timbre y que familias enteras visiten su colección, ahora, por seguridad, solo recibe a quienes llegan por recomendación.
Aunque es crítico con el posicionamiento de Papá Noel y las costumbres extranjeras adoptadas en la Navidad contemporánea, su idea es continuar difundiendo la tradición de armar nacimientos en los hogares peruanos, seguir el ejemplo de la Sagrada Familia y que los peruanos no pierdan la fe ni la esperanza. Los milagros, al fin y al cabo, pasan cuando creemos en ellos. //
Natividad a la peruana en Italia
Era el año 2021 y la noticia de que el nacimiento del artista huancavelicano Manuel Breña se expondría en la plaza San Pedro sorprendió a todo el país: “Fue el primer nacimiento de América, antes solo habían expuesto nacimientos italianos”, nos dice Breña sobre este logro. Se llamó Nacimiento del Bicentenario y, por este motivo, fue aceptado por la Santa Sede en el Vaticano. “En mi niñez mi mamita me llevaba a presenciar nacimientos a distintas casas en la época de Navidad, por eso es que yo comienzo a tenerle mucho amor a esta tradición”.
Breña hace memoria y se remonta a las navidades del pasado, cuando su tía armaba nacimientos de unos 40 m2, casi toda su sala, y escenificaba el palacio de Herodes, el taller de San José, el desierto, Egipto unidos a paisajes de Huancavelica. Hacían una especie de maqueta. Muchos niños entraban junto a él y cantaban villancicos a cambio de un dulce. “Mi madre Eugenia Martínez Retamozo y mi pueblo fueron la fuente inagotable de cultura para mi creación artística desde niño”, comenta Manuel. Sin duda, logró expresar el espíritu de su lugar de origen y costumbres de tal manera que enamoró al mundo.
Cartas al Niño Dios
En los años 50, el diario El Comercio solía publicar cartas con deseos navideños enviadas por niños y niñas. Estas estaban dirigidas al Niño Dios. Llegaban miles de misivas escritas a mano y otras con dibujos divertidos. Entre los pedidos estaban las clásicas muñecas, carritos, árboles de Navidad, mascotas como gatos y conejos, entre otros deseos más imaginativos como un buque, tal y como solicitara el niño de nombre Máximo Montoya, de 6 años. También se publicaban amenidades temáticas para interactuar con los más pequeños de la casa.
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