Para alguna gente en los barrios pobres de Santiago de Chile, el prespuesto es tan estrecho que comprar algo tan básico como una caja de detergente para lavar la ropa puede representar un gran esfuerzo.
Muchas veces lo resuelven comprando el jabón en pequeñas porciones que en últimas terminan costando mucho más.
Verónica Báez, que vive en Huechuraba con su esposo y tres hijos adolescentes, dice que es una lucha constante. Las familias en este barrio humilde viven con US$400 al mes, menos de la mitad del salario de una familia promedio en Santiago.
Algunas veces simplemente no podemos costear los precios, dice Báez
Antes se podía comprar media barra de mantequilla si uno no tenía suficiente dinero y se pagaba la mitad, agrega. ¿Por qué no podemos volver a los viejos tiempos?
EMPRESARIO José Moller se tomó esa pregunta en serio. El activista estudiantil chileno convertido en emprendedor social decidió construir una máquina expendedora de jabón hecha en madera para vender pequeñas cantidades de detergente en polvo con 40% de descuento.
Moller dice que el precio se puede mantener bajo porque compra al por mayor, sin tener que invertir en mercadeo ni en empaque.
Para demostrarlo, Moller depositó tres monedas (cada una de alrededor a US$0,25), en la máquina Algramo, que dispensó 200 gramos de detergente, cantidad suficiente para cuatro cargas de ropa en una máquina lavadora, y además en un recipiente reutilizable.
Moller dice que este es el tipo de máquina que no significaría mucho para una familia de clase media. Pero para las familias más pobres del país, la que estamos tratando de ayudar, esto puede tener un alto impacto.
El dispensador está a la entrada de un supermercado pequeño, llamado Berosh de Huechuraba. La propietaria, Patricia Sagredo, que vive en la parte de atrás, recibe una parte de los ingresos por ventas y asegura que con la máquina ha doblado su margen de ganancia sobre el detergente.
Sagredo dice que le complace que la máquina le ayude a la gente del barrio. Ella recuerda cómo era tener que luchar para comprar lo básico.
Ahora, gracias a Dios, tengo mi tienda pero sufro por las familias que tienen necesidades, afirma Sagredo.
DEL JABÓN AL ARROZ Moller está considerando llevar algunos otros productos como arroz, lentejas y azúcar a Huerchuraba aunque dice que no todos los productos se prestan para venderlos en máquinas expendedoras. Tiene que haber una brecha amplia entre el precio de venta en los almacenes y el de fábrica.
Estamos estudiando una máquina que venda aceite y jabón líquido.
Moller ha desarrollado la idea con la ayuda de una subvención de US$60.000 conseguidas en una competencia para emprendedores sociales llamada Desafío Clave.
Espera tener 100 máquinas expendedoras en los pequeños supermercados de Huechuraba en noviembre y en últimas, exportar la idea a otros países.
Durante la etapa de prueba en noviembre, las tres máquinas en Huechuraba estuvieron muy ocupadas. Verónica Báez dice que el detergente se agotó en un una semana y que ahora le complace ver las máquinas de regreso.
Le permite a uno ahorrar algunos pesos para el bus o algunas otras cosas, dice Báez.
Ahorrar alrededor de 15 centavos por carga de ropa no sacará a Báez de la pobreza pero ayudará a un barrio donde cada peso cuenta.