JAIME PLAZA El Comercio de Ecuador / GDA
Emoción y hasta vértigo, que obligaba a sentarse, se sentía al mirar hacia el abismo. Parecía como si se estuviera a punto de caer en picada. Pero enseguida se desvaneció esa sensación ante el asombro de ver el escabroso paisaje por donde descendía el tren.
Era domingo, día de la esperada aventura en uno de los tramos del ‘tren más difícil del mundo’, como lo denominaron sus constructores, los hermanos Archer y John Harman, en 1897. Es la ruta Nariz del Diablo que cubre 12,5 kilómetros entre Alausí y Sibambe, en Chimborazo y cuesta US$25.
Tres días antes, el viernes 22 de febrero, con la indumentaria básica en la mochila, se inició la comunión con el tren. Empezó en la estación de Chimbacalle, en el sur de Quito, a donde la primera locomotora a vapor llegó en 1908. Aunque esta vez no fue en una de esas máquinas que dejaban una columna de humo espeso a su paso. De estas, solo quedan seis y hoy se repotencia a la 53 y a la 58 para que vuelvan a rodar en junio próximo.
Por ahora están las locomotoras a diésel con ocho rutas definidas, una de estas es la de Alausí-Sibambe, en Chimborazo, en el centro sur de Ecuador.
Trasladarse desde Colta, hasta donde avanza la Ruta de los Ancestros desde Riobamba en autoferro, es un cúmulo de vivencias. Abordar un bus e ir de pie porque está lleno. Esperar a que alguien se quede en Guamote y apresurarse a ganar un asiento. Más práctico es viajar en vehículo particular –unas cuatro horas desde Quito–, aunque la mayoría de turistas extranjeros se va en tours de las operadoras.
Tanto había escuchado la historia del otrora granero del sur (a 97 km de Riobamba) atado al tren, hasta que el sábado pasado ya no solo lo miré de paso. Lo descubrí. A las 6:00 p.m., la neblina poco me dejaba ver a Alausí, incrustada en un pequeño valle, al pie del cerro Gampala y a 2.340 metros de altitud. No hizo falta ropa gruesa ni bufanda como temía por el frío. Fue fácil hallar una habitación cómoda por US$15 en un hotel.
El tren sigue firme como su principal referente. Lucen bien las casas con estructura de madera, de la avenida Eloy Alfaro, junto a la estación. Desde allí 10 minutos antes de las 8:00 a.m., del domingo, apenas se escuchaba el pito retumbante, empezó el embarque. De prisa abordaron Gabriela González, Valentina Peña, Andrea Espinosa y Fernando Vintimilla, a quienes su cantadito cuencano los delató enseguida. Junto a turistas de Quito, Riobamba, Europa, Sudamérica iban casi pegados a las ventanas, sorprendidos con el panorama.
Cual gran serpiente, el tren avanzó a 15 km por hora por la sinuosa vía, que rasga la empinada Nariz del Diablo. En un tramo se torna un zigzag muy pronunciado, que obliga al tren a ir de retro.
El anuncio de que “estamos en Sibambe”, a 500 metros de altitud menos que Alausí, me devolvió a la realidad. Un grupo de jóvenes ataviados con trajes típicos bailaba en señal de bienvenida. En Machachi nos recibió la Gran Banda Amiga.
Un paso obligado son el mirador y el centro de interpretación en Sibambe. Mujeres y hombres de Tolte, Cuatro Esquinas y Niza brindaron un café caliente, humitas, choclos con queso, habas y más. Todo lo preparan con productos de sus huertas y potreros ganaderos.
Similares opciones se ofrecen en las estaciones de Tambillo, Machachi, El Boliche, Urbina y Colta.
A estas dos últimas se llega desde Riobamba. Así, el sábado 23 de febrero fue para las vivencias en autoferro por estas rutas. Tras recorrer 15 km en la ruta Tren del Hielo, llegamos a Urbina, al pie del Chimborazo, que a media mañana estaba oculto bajo la neblina.
“Esta es la tierra de Baltazar Uscha, el último hielero del Chimborazo”, advertía la guía Karina Haro. Pero no estuvo él, sino su hermano Gregorio, quien, pese al frío intenso, ofrecía un helado hecho con hielo del coloso.
Desde esta estación, la más alta del país a 3.609 m de altitud, se veían los sembríos que cubren las laderas como un tapiz multicolor. Los campesinos dejaban sus tareas diarias para saludar agitando las manos.
El paseo a caballo es la opción para una cita con ellos. Lo invitan a compartir sus actividades como el ordeño o la cosecha de papas.
En Machachi, las 44 integrantes del grupo Añoranzas del IESS visitaron la granja de la hostería La Estación. Sorprendía su ímpetu para pasear a caballo, mirar avestruces, llamas, conejos de variedades exóticas y más animales.
En Colta, me cautivaron las asustadas gallaretas al huir como si dieran pasos sobre el agua para ocultarse entre la selva de totoras.
Al final de esta travesía, mi mayor tesoro es conservar las fotos al pie de la Nariz del Diablo o junto a la vieja locomotora número 17, en la estación de Chimbacalle.