Los habitantes de Gjirokastra han empezado a sacarle partido turístico a la rica herencia arquitectónica de su ciudad, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, y además de con albergues en edificios históricos, buscan atraer al viajero con todas las delicias de la cocina tradicional.

El turismo en pequeños hoteles familiares es además la mejor alternativa para incrementar los ingresos de los gjirokastritas que viven en el entorno salvaje del Monte Amplio, totalmente exento de tierra cultivable.

MONUMENTALES CASAS DE PIEDRA Dormir en casas monumentales de piedra de 300 años de antigüedad por tan solo 25 euros (34,5 dólares) por noche, contemplar el bello paisaje desde la fortaleza, saborear platos típicos por 3 euros (4,1 dólares) y llevarse regalos artesanales de su bazar de estilo otomano, son exclusividad de los que visitan este particular lugar.

El hotel está siempre lleno de turistas, especialmente extranjeros. No hemos sufrido la crisis, dice a Efe Engjëllushe Tuqi quien, con su marido e hijo, gestiona el pequeño Hotel Gjirokastra de ocho habitaciones en el casco histórico.

Con los ahorros, la familia Tuqi ha podido comprar y renovar la antigua casa de la rica familia Babameto y convertirla en un hotel en el que Engjëllushe prepara qifqi (albóndigas de arroz), byrek, bamje con carne de ternera de la zona, entre otros.

Es un privilegio dormir en casas de centenares de años. En Australia no existen ciudades tan antiguas, explica Thomas, un anciano australiano, mientras camina por los senderos empedrados y empinados de la llamada Ciudad de Piedra dominada por romanos, otomanos, griegos, italianos y alemanes.

Según escribe Ismail Kadare, en su obra Crónica en piedra todo en esta ciudad era viejo y empedrado, desde las calles hasta las fuentes y tejados de las grandes casas seculares cubiertas de placas de piedra de color gris que parecen escamas gigantes.

DESTINO QUE SE ABRE AL TURISMO El año pasado unos 24.000 turistas extranjeros, un 12% más que en 2011, visitaron esta ciudad, cuna a la vez de Kadare y del dictador Enver Hoxha, los albaneses más conocidos del siglo XX.

Este verano hemos tenido por primera clientes de países lejanos: japoneses, chinos, australianos, estadounidenses. Ayer una japonesa compró cinco manteles bordados a mano bajo la luz de una candela, señaló Vjollca Mezini desde su tienda en el viejo bazar.

Para responder a una creciente demanda ha empleado a 40 mujeres de toda la región que hacen cubiertas, centros de mesa y encajes bordados a mano o a ganchillo, según los gustos de los clientes que ordenan las piezas incluso a través de internet.

Igual que ella, Ferdinand Makri, tras trabajar varios años en Grecia como albañil, ha vuelto a casa para dedicarse a esculpir figuras en piedra, que vende a los turistas a la entrada de la fortaleza, la mayor de Albania, que domina el valle del río Drinos.

EL DERRUMBE DEL CASTILLO DE PLATA Durante el comunismo, esta ciudad, llamada Argyrokastron (castillo de plata, en griego) durante el dominio bizantino, gozaba de la protección del Estado, que la proclamó en 1961 ciudad-museo.

Pero tras la caída de la dictadura en 1991, muchas torres de piedra, construidas en el siglo XVIII-XIX en torno al castillo por los terratenientes de la zona y que servían como viviendas, quedaron en ruinas ya que sus herederos las abandonaron en busca de una vida mejor y por falta de atención del Estado.

De las 65 casas clasificadas como monumento de cultura de primera categoría actualmente quedan en pie solo dos, las de la familia Zekate y Skënduli, mientras que unas 200 construcciones ilegales nuevas amenazan el casco antiguo.

Yo con mi pensión de 100 euros (138 dólares) mensuales no puedo conservar mi casa. No quiero limosna del Gobierno, sino que me devuelva las 100 hectáreas de tierra que eran propiedad de la familia para poder mantenerla, se queja Nesip, que ha heredado de sus antepasados Skënduli un enorme edificio-torre de tres plantas, entre los más bellos de los Balcanes.

Construida en el siglo XVIII, la casa que cuenta con 44 puertas, 64 ventanas y 9 chimeneas, tiene un especial valor no solo para su familia, sino también para la identidad nacional.