Uno
Ceja arqueada, mirada traviesa, boca carnosa, sonrisa de lado, lengua ágil, mentón desafiante. Sexy. Tajo en la ceja, urgente corrector de ojeras, dientes montados, intelectualidades que nadie pide, palabrejas de diccionario apolillado, testaruda espinilla que se ha quedado a vivir en el mentón. Bloguera.
El párrafo anterior podría ser un gran sustento para explicar por qué este blog tiene el pretencioso nombre que está escrito con mayúsculas a la cabeza de esta página. Lamentablemente –o felizmente, ya lo iremos descubriendo- #SexyBloguera es el resultado de un maléfico dominó de circunstancias que, cual dejavú, ocurren de manera sistemática en mi vida.
Circunstancia 1:
Mi mamá preguntándome –de todas las formas posibles- si estoy saliendo con alguien. Últimamente ha abandonado lo abrupto de sus preguntas directas y está optando por hacer comentarios laterales, muy creativos. “He visto que fulanito te para poniendo LIKE en tu Facebook, ¿Ese amiguito tuyo TAMBIÉN es gay, hijita?”. I see what you did there, mami.
Circunstancia 2:
Mis amigas –tan bellas como ilusas- tratando de sonsacarme los detalles más escabrosos de mis últimas conquistas de fin de semana. ¿La realidad? La que suscribe está un viernes por la noche en su cama –copa en una mano, Tablet en la otra- poniéndose al día en Game of Thrones. #TrueStory
Circunstancia 3:
Mis amigos –bastante más ilusos que mis amigas- haciéndome alguna pregunta inédita sobre sexo y suponiendo que sé la respuesta. “Estoy saliendo con una chica que me ha dicho que se quiere poner tetas, ¿tú crees que lo hace por mí o por ella?” Cool story, bro.
Este inefable triunvirato de calamidades son mi pan de cada día. El apodo #SexyBloguera, sin embargo, hizo posible que las 3 cosas sucedieran al mismo tiempo.
Fin de semana cualquiera, cumpleaños de un amigo, discoteca de moda. Entre la multitud de gente conocida, vi una cara nueva. No había terminado de mirarla cuando el dueño del santo nos estaba presentando. Madrileño, recién llegado, con la sonrisa típica de quién está tomando pisco como si nunca hubiera tomado pisco y como si no tuviera idea de que la resaca del día siguiente va a darle ganas de volver nadando a España. Bienvenido, pensé. Y creo que lo dije, pero no estoy segura. Charlamos, nos reímos, bebimos y en el proceso de conocernos empezaron a aparecer algunos flashes. No hablo de los que pasaron por mi mente o la suya, sino de los que salían de la cámara de una conocida fotógrafa de sociales en Lima. Chicos, les tomo una foto. Posamos. Dos, cuatro, seis veces. Parecía una versión muy decadente de America’s Next Top Model cruzada con una de muy bajo presupuesto de The Bachelor. De lado, de frente, abrazados como en polaroid de fiesta de promoción, con vasos de trago, sin vasos de trago, sonrientes, serios. No recuerdo qué nos dijeron para que suspendiéramos la sesión de fotos. Pudo haber sido Gracias chicos, ya la tengo. O también Ya dejen de posar, desubicados. Nunca lo sabremos, pero la fotógrafa se fue luego de hacernos teclear nuestros nombres completos en su celular.
Terminado el trajinado momento, muy profesionales, nos separamos amigablemente con la promesa tácita de volvernos a encontrar en alguna otra ocasión. Quién sabe, quizá la siguiente sería en una pasarela o en la tv, total, los recientes flashes y los ingentes chilcanos nos hacían sentir que podíamos llegar hasta 3 metros sobre el cielo. Éramos, pues, un par de chicos de portada.
De hecho, yo estuve tranquila con mi conciencia y con mi novel carrera de modelo hasta que una amiga me metió terror. ¿Sabes que tu vieja se va a atorar con eso el próximo sábado no? Maldita sea. Siendo mitad de la madrugada, armé un grupo en Facebook con toda la gente que conocía en esa revista. Asunto: MAY DAY. No puedo revelar el contenido de ese chat, pero como buena millenial que soy, les dejo los hashtags: #Thriller #Malcriada #Vedette #Paella #PAAAARFAVAAAR
Luego de burlarse de mis dramas trasnochados, mis amigas me dijeron que no me preocupara, que todo estaba bajo control. Sólo ahí me volvió el alma al cuerpo. Orgullosa de mi gestión lobista, le avisé al madrileño -cuya preocupación también había surgido una vez que quedo expirado el efecto del pisco en su anatomía ibérica. La tranquilidad, sin embargo, duró sólo unos días. A mitad de semana me avisaron que no había sido posible sacar la foto, pero que normal: sales regia, amiga.
Sábado 7:01am, mi hermana mayor al grupo de whatsapp donde está toda la familia: ¿Quién sería el hippie? (Foto adjunta)
Miré la foto y la verdad no era una mala toma. A ver, es cierto que salíamos en una suerte de tímida cucharita vertical pero seguía siendo digna la situación. El problema era la leyenda que acompañaba la imagen: “Quieto, loco: Sexy bloguera y enigmático en discoteca miraflorina”.
A partir de ahí el tema fue creciendo, como dirían los expertos en Social Media, de manera orgánica:
Mi mamá, por teléfono: Hola hijita. Has salido en el periódico con un rasta. Dicen que eres una sexy bloguera. ¿Por qué ponen eso, hijita?
Un amigo QUE NO VIVE EN PERÚ, en mi muro de Facebook: “Mi papá me pasó esto, sexy bloguera” (Adjunta foto). Like, Like, Like, Like.
Otro amigo, vía Twitter: Ampay, #SexyBloguera #Enigmático #QuietoLoco #GuardaAhí #Provecho (Adjunta foto). RT. RT. RT. RT.
Una vez que murió la vorágine por la foto, una nueva oportunidad de burla había nacido: #SexyBloguera se volvió la manera en la que mis amigos me presentaban a otras personas, me etiquetaban en fotos y me tomaban el pelo delante de extraños. Así que nada, he terminado por tenerle cariño al hashtag.
Lo que sí, considerando el esperpento de aventura que les acabo de contar, agradezco que quien escribió la leyenda de la foto no haya optado por algo tipo #TabaBloguera o #SexyHuevera, porque bien podríamos estarlo lamentando. Acerca del madrileño en cuestión, no es hippie, ni rasta y menos árabe. Es, como bien lo han descrito, bastante enigmático.