Érase un hombre a un celular pegado
Creía que a mí no me iba a pasar. “¡Si lo que quiero es que me deje descansar!”, es lo que siempre me repetía. Pero ayer fue uno de esos extraños días en los que comprobé que tengo una seria necesidad de tener cerca mi teléfono celular.
Tuve que hacer una gestión, muy temprano, en un lugar donde no permiten usar teléfonos ni tabletas y, además, no hay un lugar donde dejarlos en custodia. Por eso, decidí dejarlo en casa y pedir que, luego, me lo acercaran al trabajo. Así que lo último que hice fue llamar a un taxi y lo apagué.
Yo suelo usar el reloj, pero decidí prescindir de él porque puedo ver la hora en el celular. Al llegar a mi destino pude ver que había llegado cinco minutos antes gracias al reloj de la recepción. Pasé a las 8:01 a.m. y de allí en más todo, absolutamente todo, me pareció una eternidad.
Tenía que esperar entre 15 y 20 minutos más para que me atendieran, y no tenía cómo matar el tiempo. No tenía el libro que estoy leyendo porque no llevaba mochila; no tenía el celular para revisar Twitter, jugar algo al paso o, siquiera, ver la hora.
Creo que experimenté eso que, según muchos expertos, afecta especialmente a los más jóvenes: el miedo al tiempo muerto. Acostumbrado a revisar correos o tuits, a leer, a chatear… fue raro no tener “qué hacer” por tantos minutos.
Pero no todo está perdido. Me tranquilicé y aproveché ese tiempo en pensar sobre algunas cosas que estaba postergando y ese tiempo de reflexión, aunque muy corto, sirvió para ver nuevas soluciones a las dificultades que tenía.
No hay que tener miedo al tiempo muerto. Debemos volver a aprender a estar con nosotros mismos y a reflexionar.
¿Y tú alguna vez te has sentido preso por la nomofobia?