¿Ha escuchado hablar de Ubre Blanca? Me enteré de su existencia leyendo un ensayo preparado para la universidad por mi hija Micaela. Es una vaca muy especial. Es una vaca lechera cubana.
¿Por qué hablar de una vaca lechera en una isla del Caribe en la que las condiciones climáticas y la infraestructura no son aptas para la producción de leche? Pues porque, para sorpresa del mundo, Ubre Blanca rompió los récords mundiales de producción diaria y anual de leche. ¿Cómo fue ello posible? Aquí le cuento la historia.
Este mamífero extraordinario fue producto del socialismo. Se inspiraba en la canción infantil: “Tengo una vaca lechera. No es una vaca cualquiera…”. ¿Quién la cantaba? El mismísimo Fidel Castro.
Antes de la revolución, una vaca cubana producía entre dos o tres litros de leche diarios, en contraposición a la producción mínima esperada bajo los estándares internacionales de 16 litros. Para que los cubanos pudieran tomar leche con una política de sustitución de importaciones, la productividad debería multiplicarse varias veces si quería cumplirse la meta de dar un vaso de leche diario a cada niño hasta cumplir la edad de 7 años. Sí. Igualito al programa del Vaso de Leche de Alfonso Barrantes en los 80.
A un costo significativo, Fidel impulsó la investigación genética y el desarrollo de técnicas de producción orientadas a lograr su objetivo, incluyendo experimentos tales como meter las cabezas de las vacas en cámaras de aire acondicionado para estimularles las glándulas de producción de leche ubicadas en sus cerebros.
El objetivo: destronar el récord mundial en manos (o mejor dicho en pezuñas) de Aileen Ellen, una vaca capitalista norteamericana que producía 89 litros en un día y 25.272,4 litros anuales.
Luego de un intenso y sistemático esfuerzo de entrenamiento (para que Ubre Blanca mascara más rápido) y de embutirle comida (consumo de 130 litros de agua y 230 kilos de alimento diarios), en 1982 Ubre Blanca rompió el récord de su rival gringa y produjo 110 litros en un día y 27.654 litros anuales.
Fidel exigía reportes cada seis horas de la performance de su vaca favorita. Dedicó discursos a sus logros e incluso invitó a mandatarios a conocer a la vacuna celebridad (como un ex presidente de Venezuela o al presidente del Parlamento de la India).
Ubre Blanca tuvo (como quería Fidel) un gran impacto mediático en la isla. Los cubanos estaban orgullosos de su vaca, de su país y de su revolución. Habían humillado la pretendida superioridad del decadente capitalismo.
Pero nadie (ni las supervacas) viven para siempre. Ubre Blanca “pasó a mejor vida”. El diario cubano “Granma” publicó un número entero como obituario del extraordinario rumiante.
Lo cierto es que los logros de la industria láctea cubana se produjeron durante los años 80 con el apoyo de los subsidios soviéticos a su economía. Y, como era de esperarse, el sueño de la supervaca murió junto a la caída del Muro de Berlín. La producción de leche cubana se redujo a la mitad y muchos centros lecheros fueron cerrados, incluido el hogar de Ubre Blanca.
Los restos disecados (colocados en una caja de cristal) adornan el lobby del Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria de Cuba en homenaje, en cuerpo presente, al heroico animal. Ninguno de los descendientes de Ubre Blanca se acercó a los récords de su antepasada. Los intentos de clonarla han fracasado. La vaca brasileña Indiana rompió su récord de producción en el 2014. Estados Unidos sigue siendo el principal productor de leche bovina del mundo. Cuba no aparece en los ránkings.
Ubre Blanca se suma a otra serie de sueños insostenibles. El propio Fidel pidió desarrollar una raza de chancho enano para ser criado en las tinas de las casas cubanas para que todos los ciudadanos puedan producir su propia comida. Algo similar ocurrió con la promoción de deporte cubano, la carrera espacial soviética, o las armas nucleares de los coreanos del norte. Todos son intentos de crear una ilusión de que las cosas son mejores de lo que son en realidad. Son costosos esfuerzos de demostrar que se es lo que no se es. Y solo producen más pobreza.
Lo cierto es que los sueños sostenidos artificialmente se quedan en sueños. Así es el sueño de la revolución cubana. Producen un entusiasmo tan fugaz como insostenible de que se puede vivir mejor.