Para vivir sus días más felices en la selección peruana, Raúl Ruidíaz siempre tuvo que preguntar la hora. Una semana antes de anotar el gol más largo durante el proceso de Ricardo Gareca con la selección peruana, ‘La Pulga’ se acercó apurado a un grupo de periodistas en la puerta del Hotel Westin de Seattle, esa ciudad de tradición musical donde la Blanquirroja comenzó a afinar su ritmo y estilo. En aquella concentración de 30 días en Estados Unidos, se construyó la base para los nuevos tiempos en el equipo bicolor, que clasificó al Mundial de Rusia 2018. Los horarios eran más rígidos y los permisos casi nulos; la idea de Gareca era renovar el plantel e instaurar una nueva idea de compromiso y disciplina. Perú le había ganado 1-0 a Haití en su debut por la Copa América Centenario y al día siguiente tocaba descanso. El ‘Tigre’ les pidió a sus dirigidos que vuelvan antes de las cuatro de la tarde para una charla técnica. Con bolsas de ropa que había comprado en un centro comercial al frente del hospedaje en la zona residencial de Bellevue, Ruidíaz, hoy ausente en la semifinal de Copa América 2021 ante Brasil, se dirigió hacia los reporteros y algo nervioso consultó: “¿Ya son las 4?” Eran las 3:58 de la tarde de un 5 de junio del 2016. Faltaban siete días para que este delantero vuelva a contar, con el corazón en la mano, el paso de cada milésima de segundo.
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¿Cuántos gritos de gol pueden durar más de un minuto? Esa euforia extendida solo puede desatarse con esas anotaciones en tiempos de descuento. Como aquellos goles de oro de los franceses -Blanc ante Paraguay en el Mundial 98 o Trezeguet en el arco italiano por la Euro del 2000-, o ese penal de Salah que clasificó a Egipto a un Mundial después de 28 años -minuto 95 ante el Congo-, y no olvidemos ese contragolpe del Watford para eliminar al Leicester en los Play Off de ascenso en Inglaterra (2013). La corrida de Andy Polo, la noche del 12 de junio del 2016, comenzó en el minuto 74; la anotación de Raúl Ruidíaz se registró a los 75′, sin embargo, se hizo oficial 240 segundos después.
El fixture de la Copa América Centenario hizo que la selección peruana cruce casi todo el territorio estadounidense en la fase de grupos. La concentración arrancó en Seattle con sus climas templados, luego se viajó a Phoenix y sus insoportables cuarenta grados de temperatura (Perú igualo 2-2 frente a Ecuador en un estadio techado), hasta cerrar la etapa en la ciudad universitaria de Boston. A pesar de haber sumado cuatro puntos, la diferencia de goles –Ecuador había goleado 4-0 a Haití-, obligaba a buscar la victoria ante la selección brasileña. La capital de Massachusetts nos recibía con vientos fuertes, con banderas multicolores como antesala de las marchas por el Día del Orgullo Gay (28 de junio) y con mucha gente con prendas deportivas por las vías peatonales. El atentado, en su emblemática maratón del 2013, no apagó en esta ciudad las ganas de correr.
En los encuentros previos por el Grupo B de la Copa, Brasil había igualado 0-0 con Ecuador y goleado 7-1 a Haití. A los dirigidos aún por Dunga, les bastaba un empate con Perú para clasificar. La responsabilidad recaía en ese nuevo grupo que Ricardo Gareca había formado luego de algunos actos de indisciplina, y de acumular malos resultados en la primera parte de las Eliminatorias para el Mundial de Rusia. La sede de esta definición por el pase a octavos era el Gillette Stadium de Fóxboro, a unos 40 kilómetros de Boston (35 minutos en automóvil). Ese 12 de junio del 2016, amaneció con algo de frío a pesar del verano. Los vientos fuertes y el alto índice de humedad enfriaron hasta las horas previas del partido. Para calentarse algunos hinchas usaron guantes rumbo al estadio, otros con casacas enormes tomaban café y chocolate en el centro comercial que conectaba con el Gillette Stadium. La selección peruana tuvo más de una charla técnica emotiva para calentar esa sangre.
“Lo más importante, desde mi punto de vista, en la Copa América Centenario fue que se formó un nuevo grupo en la selección y, además, se fueron construyendo nuevos liderazgos con jugadores como Paolo Guerrero, Christian Ramos y Alberto Rodríguez”, recuerda Juan Carlos Oblitas, minutos antes de entrar a una reunión de trabajo en la Videna de San Luis. El ‘Ciego’ reconoce que, desde su cargo dirigencial, criticó alguna vez la participación en esta competencia debido a la recarga de partidos que iban a tener los futbolistas peruanos. Un año antes se había jugado la Copa América en Chile y las Eliminatorias mundialistas para Rusia 2018 estaban en proceso. Aún era difícil medir en su real dimensión la importancia que iba a tener para llegar a la Copa del Mundo esa travesía por Seattle, Phoenix, Boston y Nueva Jersey. Fueron cuarenta días de concentración, prácticamente una pretemporada de club. Una selección empezaba a convertirse en un equipo.
La gerencia de selecciones –encargada a Antonio García Pye- eligió otra vez un hotel de la cadena Westin en Boston. Luego del almuerzo, Ricardo Gareca reunió a su plantel en el piso exclusivo del plantel blanquirrojo. Quien también tomó la palabra fue el psicólogo, Marcelo Márquez, una de las principales columnas de apoyo de la selección en su clasificación mundialista. “Una de las cosas que más nos repetía Marcelo era que nunca dejemos solo a un compañero. Sobre todo, en el caso de una lesión o alguna injusticia arbitral. Nos cambió el chip en ese aspecto”, recuerda Christian Ramos, zaguero y uno de los capitanes del actual plantel bicolor. Unidad y familia, fueron dos palabras que se utilizaban mucho en las charlas de motivación. Para ganarle a Brasil en la Copa América Centenario no bastaba con un buen esquema, una táctica aplicada o alguna inspiración. Tocaba exhibir toda la fortaleza mental y escribir una página tan histórica como imborrable.
-Fóxboro: frío como el viento-
El camino entre Boston y el Gillette Stadium era una colección de bosques despoblados y casas con techo a doble agua. El pueblo de Fóxboro –perteneciente al Condado de Norfolk-, con menos de veinte mil habitantes, es silencioso y con reducido intercambio comercial. Solo cuando hay actividad deportiva, la tranquilidad en cada metro cuadrado es reemplazada por el tráfico vehicular y la euforia colectiva. Ese recinto donde Perú iba a ganarle a Brasil en una Copa América después de 41 años, es también del equipo más ganador del fútbol americano en los últimos tiempos: los New England Patriots del multicampeón Tom Brady.
Al pasear por las enmudecidas áreas verdes de Fóxboro, es difícil imaginarse que en su campo deportivo principal se han vivido estados máximos de emotividad en el fútbol. El Gillette Stadium fue inaugurado en el año 2002 luego de la demolición y reconstrucción del antiguo Fóxboro Stadium, que fue escenario de seis partidos en el Mundial Estados Unidos 1994. Casi todos los encuentros jugados allí en el torneo registraron alguna imagen emblemática para la historia del balompié. La celebración descontrolada de Diego Armando Maradona al anotarle a Grecia; el gol de Caniggia a Nigeria luego de “un pase del desprecio” post tiro libre del mismo Diego, el doblete de Baggio a Nigeria también en octavos y el codazo del italiano Tassotti al español Luis Enrique. Por su alusión a una marca de máquinas de afeitar, en algunos canales de televisión centroamericanos le dicen a esta cancha: el estadio Pedro Navaja. Y como escribió Rubén Blades en su día más inspirado, a la selección peruana tocaba cantarle a Brasil que la vida te da sorpresas (sorpresas te da la vida).
Hasta Boston llegaron entre cuatro a cinco mil hinchas peruanos, la expectativa se había reducido un poco en este cierre de la fase de grupos. Raúl Ruidíaz, dentro del equipo, mantenía sus funciones como suplente natural de Paolo Guerrero. A pesar de la necesidad de sumar tres puntos, Ricardo Gareca fue cauteloso al momento de enviar su once inicial con un solo hombre de punta (Paolo). Desde que empezó el partido, el pentacampeón mundial acorraló a la defensa nacional y neutralizó a los extremos (Flores y Polo) con dos hombres de mucho oficio como Dani Alves y Filipe Luis. La única opción que aparecía a la vista era esperar un contragolpe a algún momento iluminado de Guerrero. Con el empate sin goles, Perú quedaba eliminado de la Copa América Centenario. Pasaban los minutos, la presión crecía y la temperatura bajaba. El enorme marcador electrónico y el termómetro nos decían que estábamos bajo cero.
No se abría ninguna puerta en las últimas líneas del equipo brasileño y, a la última media hora, Gareca decidió el ingreso de Ruidíaz por Flores. Se adelantaba un poco Perú en el campo, sin embargo, costaba afianzar el juego colectivo. Asociarse aparecía como la receta más eficaz ante la implacable marca hombre contra hombre del rival. A diferencia de tantos otros momentos de esta selección de Gareca, en Fóxboro los peruanos éramos minoría. En tribunas y en la zona de prensa ubicada en el sector medio de occidente era evidente la diferencia. No llegábamos ni a la cifra de quince reporteros frente a unos cien periodistas brasileños que cubrían la competencia. A quince minutos del pitazo final del juez uruguayo, Andrés Cunha, éramos un grupo pequeño en máxima tensión. Muchos más eran los que bromeaban, bebían gaseosas y probaban los bocadillos que había invitado la organización. Hasta ese instante, aún la alegría era brasileña.
El reloj marcaba las nueve de la noche en Fóxboro. Christian Ramos recibió la pelota y estaba siendo presionado por el recién ingresado Hulk, el defensor decidió despejar largo aunque siempre con los ojos sobre Paolo Guerrero. El balón lo rechazó a medias Miranda y el ‘9’ nacional ensayó una pared con Andy Polo, en lo que iba a ser uno de los escasos desbordes de un extremo peruano en este partido. Guerrero se la pasó de taco a Polo y el jugador del Portland Timbers, ya unos metros por delante de Filipe Luis, se convirtió en un velocista sin mirar hacia atrás. Inició una corrida inesperada y memorable hasta lanzar la pelota en la última línea. Ruidíaz estaba en la mejor ubicación para anotar el gol que esperó cuatro minutos para ser celebrado.
Se escuchó un grito prolongado que tuvo instantes de angustia, exactamente 240 segundos de excesiva incertidumbre. Desde los asientos en el área de prensa, la escena se perdía en una neblina de confusión. Era difícil afirmar algo a primera vista ¿Había sido mano o no de la “Pulga”? Andrés Cunha hizo un gesto con las manos para señalar que tocaba esperar antes de hacer oficial el cobro del tanto. El paso de los minutos comenzaba a hacerse más lento. Se venían los cuatro minutos más largos para Ricardo Gareca como técnico de la selección peruana.
Al anotar en el arco de Alisson, Ruidíaz salió a festejar a una de las esquinas de la cancha. Lo acompañaron Yotún, Guerrero, Cueva, Vílchez. Frente a ellos estaba un grupo de hinchas peruanos que olvidó rápidamente el viento helado para agitar las manos y gritar la grandeza de esta alegría. El abrazo de los muchachos de la selección incluía una arenga de Paolo: “vamos a estar tranquilos, calma que falta poco”. De pronto, Cunha comienza a hablarle al micrófono portátil que llevaba colgado en el oído. Todavía los jueces no habían corrido al centro del campo. La terna uruguaya quería el apoyo de los árbitros asistentes en medio de esta jugada que ni siquiera la televisión pudo enfocar con claridad.
Todavía no existían las licencias para utilizar el VAR (sistema de videoarbitraje por sus siglas en inglés) en partidos oficiales, Cunha lo único que podía hacer era llamar a sus jueces de apoyo que estaban en el campo. “Así es, me comuniqué con todos los asistentes y por eso detuvimos las acciones. No puedo hacer más declaraciones públicas al respecto”, nos respondió Cunha a través de un audio de Whatsapp un día después del Perú-Brasil. “Recordé lo que habíamos conversado con Marcelo (el psicólogo). Recordé que en otros partidos como el Perú-Uruguay del 2013 no fuimos firmes con el árbitro (Patricioo Loustau) para reclamar el penal que me cobraron, la expulsión de Yoshi (Yotún) o el golpe de Gargano a Guerrero que hasta le rompió la cabeza. Recordé todo eso y salí corriendo con Corzo para hablar con Cunha”, comenta Ramos antes de viajar con la selección a Asunción. Esos cuatro minutos se jugó otro partido. Y también tenía que ganarlo Perú.
Cunha y su juez de línea ya habían cobrado el gol, pero el cuarto hombre le hizo unas señas de duda. Mientras trataba de comunicarse con sus asistentes a través de un micrófono diminuto –parte de la modernidad en los trajes actuales de los árbitros internacionales-, el árbitro uruguayo fue rodeado por los jugadores brasileños, primero se acercó Miranda -capitán de la verdeamarela- y después Hulk.
Para ese instante, Ramos había corrido muy veloz a increparle al charrúa por su momento de duda. Esa noche en Fóxboro, el hombre que un año después celebró un gol de clasificación haciendo ademanes del ‘Hombre Araña’, asumió el liderazgo de un superhéroe de comic. “Ya cobraste el gol, todo el mundo ha visto que lo cobraste. Lo cobró tu juez de línea también”, repetía Christian. Lo acompañaban Aldo Corzo, Andy Polo y el preparador físico Néstor Bonillo. El argumento peruano era que si dos integrantes de la terna arbitral estuvieron inicialmente de acuerdo con el cobro del gol, no había por qué retractarse. El golero Alisson le hablaba al oído al charrúa, Hulk le mostró la mano a Bonillo para insistir en la invalidez del tanto. Ruidíaz esperaba nervioso en el centro del campo. El atacante evitó acercarse al tumulto, los motivos fueron revelados unos días después.
Doscientos cuarenta segundos tuvieron que pasar para que se tomara una decisión con el gol de Ruidíaz. Demoró más que un round de boxeo, más que un tráiler de película, más que todas las canciones del disco “Revolver” de The Beatles. Cunha se sacudió los audífonos, pronunció una ilegible frase final y señaló el centro del campo. Gol peruano para ganarle a Brasil después de cuarentaiún años en una Copa América y clasificar a los cuartos de final del torneo. Gol (por fin). “Para mí fue una espera eterna, yo no estaba en la cancha. Me fui a ver el partido en el camerino, ha sido una de mis manías en este proceso con Gareca. La transmisión era de un canal mexicano, donde no se explicaban qué estaba haciendo Cunha. Los comentaristas sabían que aún no existía el VAR”, evoca Oblitas. Algunos periodistas peruanos se arrodillaron en la sala de prensa, como agradeciendo una bendición al “Señor de los Milagros”. No hubo moderación en los festejos, a pesar que la mayoría de reporteros eran de Brasil. Las cámaras de todas las cadenas internacionales minutos después confirmaron la mano de Ruidíaz. Millones de televidentes de todo el planeta vieron lo que Cunha y sus asistentes no pudieron ver.
Al salir del campo del estadio Gillette, Ruidíaz negó en primera instancia que había anotado el gol con la mano. “Fue muslo, fue una jugada muy rápida. He visto videos y ninguno es claro, solo se genera confusión porque mi mano acompaña la jugada”, dijo el atacante, quien en ese tiempo aún defendía los colores de Universitario de Deportes. A unos metros de esa zona mixta, Dunga ofrecía su última conferencia como técnico de la selección brasileña. El ex volante se quejó en casi todas las preguntas y cuestionó las indecisiones arbitrarles del uruguayo Cunha. “Nunca había pasado que a Brasil lo eliminen anotando un gol con la mano”, dijo muy fastidiado. Tenía razón, lo más cerca que había visto Dunga una ‘mano de Dios’ fue en aquella jugada de Italia 90, cuando Diego Armando Maradona lo dejó muy atrás antes de darle el pase-gol a Claudio Paul Canniggia. Esa vez, Carlos Caetano Bledorn Verri (Dunga) también había convertido la eliminación deportiva en una desazón inexplicable. Días después de ese Perú-Brasil, el mismo Maradona –quien era entrevistado por Víctor Hugo Morales para la televisión argentina- no desbordó a Dunga sino que decidió apoyarlo con una declaración fulminante sobre la anotación peruana en Boston: “Fue un choreo infernal”, dijo el ‘barrilete cósmico’. La pelota sí se mancha.
Ya de vuelta en Lima, luego de la eliminación por penales ante Colombia por los cuartos de final de la Copa en el Metlife Stadium de Nueva Jersey, la ‘Pulga’ Ruidíaz hizo una inesperada confesión. Ya los programas deportivos, en diferentes países, habían comprobado, hasta con animaciones en 3D, que el gol había sido con la mano. Se comprobó que el ‘9’ había llegado a destiempo para el centro de Andy Polo y era imposible que haya podido tocar el balón con el muslo. “Tenía miedo a decirlo en Estados Unidos, pensé que nos iban a descalificar del torneo. Pero era la única opción que había para que la pelota ingrese. Salió de momento, no lo planifiqué. Decidí confesar lo de la mano, porque me sentía mal por haber mentido”. Esa tarde de julio del 2016, Ruidíaz entendió en la puerta de su casa que nunca es tarde para pedir perdón.
Cuando finalizó la Copa América Centenario, Ruidíaz fue transferido al Monarcas Morelia de México y después del Mundial de Rusia lo contrató el Seattle Sounders de la Major League Soccer. Andy Polo, el hombre del pase gol en Fóxboro, firmó por Portland Timbers, también de la liga estadounidense.
Raúl es el autor de dos goles que respaldaron el recambio dentro de la selección. Anotó de cabeza después del centro de Edison Flores en el 2-2 ante Venezuela en marzo del 2016 (tras ese partido se inició la reingeniería en el plantel) y convirtió ese gol que encaminó el inesperado éxito peruano en la Copa América Centenario. Ese quinto lugar en Estados Unidos con un plantel renovado, con la mayoría de jugadores del torneo local, le daba legitimidad a Gareca como técnico. Su aceptación en encuestas hechas desde entonces no bajó nunca del sesenta y cinco por ciento. Era importante ser paciente y confiar. Así sean cuatro eternos minutos.
Ricardo Gareca tuvo una reunión con Juan Carlos Oblitas en la Videna de San Luis. El entrenador argentino, antes de cualquier balance, miró sonriendo al ‘Ciego’ y le dijo que tenía una buena noticia para darle. Fueron pocos segundos de silencio para después pronunciar con su voz pausada y ronca: “ya tengo un equipo, por fin lo he encontrado”. El ‘Tigre’ no había mentido: en la noche más feliz de la clasificación al Mundial de Rusia, 17 meses después ante Nueva Zelanda, jugaron 14 futbolistas peruanos. De todos ellos, diez estuvieron en aquel partido ante Brasil en Boston. En la ciudad donde están las mejores universidades del mundo, el amor propio y el compromiso de un equipo tuvo su mejor día de graduación. A Gareca solo le faltaba un impulso para convencerse de que las reformas podían curar a una selección con poca salud. El gol de Ruidíaz, más allá de que debió ser invalidado, ayudó a la recuperación de una confianza extraviada en algún camerino o tribuna de estadio. A veces, todos necesitamos que nos den una mano para volver a creer.
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