20 años del otro cine peruano, por Héctor Turco
20 años del otro cine peruano, por Héctor Turco
Héctor Turco

Una de las actividades artísticas y comerciales más interesantes de los últimos años en el Perú es el cine. La tecnología digital lo ha democratizado, y ha desplazado al costoso y tradicional celuloide. Ello ha contribuido a redefinir y reelaborar el cine en el mundo. Hoy, los proyectos dependen del poco presupuesto que sale del bolsillo del director o de algunos fondos y de la capacitación profesional que el Estado peruano da a través de la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios (DAFO). Además, los premios en festivales (“Días de Santiago”, “La teta asustada”), las críticas favorables (“Paraíso”, “El mudo”) y la asistencia masiva de espectadores (“¡Asu mare!”, “Cementerio general”) han motivado a que más gente realice películas de distintos géneros en casi todo el país, muchos con el sueño de llegar al circuito comercial o exhibir en un espacio alternativo.

Desde 1996, una buena cantidad de cintas peruanas se produce en el interior del país. Son más de 200 filmes de diverso metraje, que van del documental y el melodrama hasta el terror fantástico. Hablamos del llamado cine regional, que cumple 20 años y sigue imparable, en constante evolución (la referencia es la cinta “Lágrimas de fuego”, de José Gabriel Huertas Pérez). Estas películas regionales —más allá de su cuestionada calidad técnica, su singular uso del lenguaje cinematográfico y el éxito de taquilla local— han permitido que los provincianos registren su entorno sociocultural cual testimonio y se representen a sí mismos. Actualmente, sus realizadores más conocidos (Palito Ortega, Flaviano Quispe, Nilo Inga, Omar Forero, Henry Vallejo, Héctor Marreros o Miguel Barreda) y los más noveles batallan por un espacio de exhibición más equitativo en el país, fuera de su ámbito geográfico de producción y consumo.

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