Joe Valachi durante su soplonaje ante comisión congresal, 1963. Explicaba aquí cómo se quemaba en sus manos el papel que contenía el texto de su juramento de silencio.
Joe Valachi durante su soplonaje ante comisión congresal, 1963. Explicaba aquí cómo se quemaba en sus manos el papel que contenía el texto de su juramento de silencio.
Jaime Bedoya

El peor delito que la infamia soporta, es la contundente manera en la que Borges se refiere al delator en el cuento Tres versiones de Judas (Ficciones, 1944). Al ocuparse de él lo hace a través de la figura arquetípica del soplón traicionero, el apóstol Judas Iscariote, el hombre que vendió a Jesús por 30 monedas de plata. Para mayor indignidad, según Mateo, acabó devolviéndolas antes de colgarse de un árbol.

Borges, en su exquisita manera de hacer ficción de una ficción dentro de una ficción, elabora una disquisición sobre reprobables tratados metafísicos en los que se explora la siguiente idea: Jesús, “que disponía de todos los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer”, no necesitaba del soplo de un hombre para redimir a todos los hombres.

El acto de traición de Judas, finalmente innecesario, fue un sacrificio voluntario del apóstol. Este elige la culpa no visitada por ninguna virtud, la delación premiada, como ofrenda para crear las condiciones propias de la manifestación del verbo hecho carne. Sabía que la culpa sería intolerable, sabía que como falaz alivio le esperaría una soga al cuello. Pero la traición era la única manera en que Jesús podía ser Jesús.

—Delatores imperiales—
La figura del delator tiene sonoras encarnaciones contemporáneas: Chelsea Manning, Edward Snowden o los muy cercanos Marcelo Odebrecht y Jorge Barata (quien lleva una maldición inversa en el apellido). Pero su función pública, a igual distancia del héroe que del villano según de qué lado del revés uno se encuentre, ya aparece en los primeros actos del proceso público durante el imperio romano. Su finalidad era virtuosa, incentivar la cooperación en la administración de justicia, y por eso era remunerada. Pero la tentación se hizo mayor a la virtud. El delator acabó reemplazando al acusador e hizo de la deslealtad un oficio.

La más rentable modalidad del delator era la del quadruplator, que recibía ¼ de los bienes del delatado. Pero su reputación, ya afectada por el acto de felonía que supone, empezó a entrar en desgracia añadida: la estela de ruina ajena a su paso hacia la fortuna, empezó a acumular ánimos de venganza. El emperador Tiberio (42 a.C.-37 d.C.) fue radical. Una vez exprimido el doblez utilitario del traidor, lo condenaba al exilio o a la muerte. Que no era cualquier muerte. Los delatores eran embarcados en un navío sin timón y abandonados a la mar. Ese desamparo recreaba el desconcierto que su falsía le había ocasionado a otros.

—El código del silencio: entras vivo, sales muerto—
La omertá era el código de silencio y lealtad sobre el que se edificaba la estructura de la Cosa Nostra, la honorable sociedad, la mafia.

Tal como la naturaleza propia de sus actos, la etimología de la palabra mafia se esconde sigilosa entre la leyenda y el camuflaje. Una versión apela a los principios del siglo XIX en Sicilia, por entonces región sin ley asolada por las guerras napoleónicas. Una recién casada joven italiana cae en manos de soldadesca francesa, que la viola y mata. El grito de venganza siciliana no se hace esperar:
¡Morte a la Francia, Italia Anela!
Proclama que convertida en acróstico se convierte en mafia.

El silencio concertado del mafioso era ley no negociable para el hombre hecho, calificativo propio del soldado juramentado dentro de la sociedad. Ni bajo el dolor ni la muerte el hombre hecho delata a su familia mafiosa. La ceremonia de iniciación, con su dramáticamente simbólico pacto de sangre, se realizaba bajo la advertencia de un juramento suficientemente explícito:
Ahora estás ingresando en la honorable sociedad de Cosa Nostra, la cual acoge solo a hombres de valor y lealtad. Entras vivo y sales muerto. La pistola y el puñal son los instrumentos mediante los cuales vives y mueres. Cosa Nostra está antes que cualquier cosa en la vida. Antes que la familia, antes que el país, antes que Dios. Cuando se te llame debes acudir aunque tu madre, tu esposa o tus hijos estén en su lecho de muerte. Hay dos leyes que debes obedecer sin titubear: nunca traicionarás los secretos de Cosa Nostra y nunca tocarás a la esposa o a los hijos de otro miembro. La violación de cualquiera de estas leyes significa la muerte sin juicio y sin advertencia. Levanta tu dedo y haz brotar una gota de sangre, ya que esta simboliza tu nacimiento en nuestra familia. A partir de ahora somos uno hasta la muerte. Ahora eres un Hombre Hecho, un amico nostro, un soldato de la famiglia (1).

Este pacto de silencio terminal fue roto por primera vez de la más impúdica manera en 1963. Fue cuando el hombre hecho Joseph Valachi declaró ante una comisión congresal, llevando la delación de los secretos mortalmente inconfesables de la Cosa Nostra al escenario mediático contemporáneo: la televisión.

—Valachi, tenor condenado a muerte—
Joe Valachi era guardaespaldas y chofer del padrino culto (hablaba siete idiomas) Salvatore Maranzano. Pasó a trabajar para la familia de Lucky Luciano cuando Vito Genovese asesina a Maranzano. Tal era la dinámica en la que se daba la fuga de talentos dentro de la mafia.

Se convirtió en hombre hecho en 1930 y estaba al volante del auto de Don Vito cuando este se vio forzado a escapar de una intervención policial en una reunión clandestina de familias en Nueva York. Escena que se hizo clásica en la versión fílmica de “El Padrino”.

Detenido en la prisión de Atlanta por tráfico de heroína al caer en una emboscada del FBI que buscaba minar la organización criminal desde sus cimientos, Valachi es convocado a la celda de Genovese, también detenido en la misma operación. Ahí recibe el beso de la muerte de parte de Don Vito, señal simbólica que recrea la traición de Judas y que en el código de la mafia quería decir que el besado era un cadáver andante.

Por un error Valachi acuchilla en prisión a un hombre que él creía era el encargado de matarlo. Esto lo lleva a un dilema terminal: o lo mataba el Estado o lo mataba la mafia. Veinticuatro horas en confinamiento solitario le hicieron ver la luz. Salió del encierro, pidió un teléfono y llamó al FBI: quiero hablar.

Protegido por 200 agentes federales y con un precio sobre su cabeza de 100.000 dólares ofrecidos por Vito Genovese, Valachi se sentó frente a un micrófono ante la Comisión McClellan del Congreso norteamericano. Una vez que empezó la transmisión televisada del evento pronunció la dos palabras que hasta entonces jamás se habían aceptado como reales, ni siquiera por el FBI: Cosa Nostra. Y lo contó todo.

Tras la revelación de Valachi, el fiscal general de Estados Unidos declararía: el testimonio del informante abre un nuevo camino de investigación sobre la Cosa Nostra y en esa línea atacaremos. Este fiscal se llamaba Robert Kennedy, el hermano del entonces presidente.

Tras la declaración de Valachi el padrino de Nueva York Carlo Gambino, amigo de Sinatra e inspiración para el personaje de Corleone, en curioso proceso de autocrítica, declararía: debemos acercarnos más a nuestros soldados y a sus familias.

La delación le valió a Valachi vivir bajo protección policial hasta el final de sus días en octubre de 1971. No quiso morir antes que Vito Genovese, el objeto de su traición, quien falleció antes en prisión en abril de ese mismo año.

Durante sus últimos seis meses y por única vez en su existencia Valachi pudo dormir con los dos ojos cerrados. Había perdido esa carga que persigue al soplón como una sombra, el miedo a la venganza.

(1) Juramento de ingreso a la Cosa Nostra confesado por Jimmy ‘La Comadreja’ Fratianno al FBI.

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