Don Mario Cavagnaro no conquistaba con sus composiciones ni con su pinta, lo hacía con listeza y sentido del humor. A 23 años de su partida, su viuda, Belsa Badaracco, rememora el día que conoció al hombre con el que compartió tres décadas de su vida. “Los mejores”, asegura y destaca la entereza con la que el compositor solía enfrentarse a las situaciones más adversas, como aquella vez que sufrió la amputación de una pierna y “nunca se quejó ni lamentó”.
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“Nos conocimos un sábado, en la agencia de publicidad donde yo trabajaba, Mario había ido porque hacía jingles, y mientras esperaba que lo atiendan se dio cuenta que tenía dificultad para llenar el Geniograma y se ofreció a ayudarme. Lo resolvió todo en 20 minutos. Luego me enteré que, diariamente, antes de salir de su casa, leía El Comercio y completaba el Geniograma. Me gustó mucho que tenga la cabeza ‘amoblada’. Al principio, me hice la interesante, no aceptaba que me llevara a mi casa, pero poco a poco la relación se fue dando”, recuerda Badaracco.
Cavagnaro es responsable de joyas musicales como “La historia de mi vida”, “El rosario de mi madre”, “Osito de felpa”, “La noche de tu ausencia”, “Todos los peruanos somos el Perú”, “Los días que me quedan”, “Lima de Octubre”, “El regreso”, “Que viva el Perú señores”, entre otras.
Cantantes extranjeros virtuosos, como los recordados Héctor Lavoe (“Emborráchame de amor”) y Cano Estremera han incluido en su repertorio musical composiciones de Cavagnaro. Y en 1997, “El rosario de mi madre (La última cita)” sirvió de soundtrack de “Carne Trémula”, filme dirigido por Pedro Almodóvar.
En 1995, el recordado compositor arequipeño fundó el Movimiento Avanzada Criolla, su última gran contribución a la vigencia y difusión del criollismo limeño. “Volcó todos sus conocimientos y experiencia en formar valores musicales, fue muy generoso”, destaca Badaracco.
Asimismo, recuerda con gran admiración la actitud positiva que Cavagnaro mantuvo en momentos cruciales de su vida, como el día que le amputaron la pierna a causa de la diabetes que padecía. “Nunca lo escuché lamentarse, ni preguntarse por qué me pasó esto o aquello. Muchas veces cuando lo llevaba en su silla de ruedas, se me caían las lágrimas, luego me las secaba para que él no se diera cuenta; pero Mario siempre estaba feliz, nada parecía molestarle. Me decía: ‘Hice el vals ‘Yo la quería patita’ y ahora digo: ‘Yo quiero una patita’”, comenta.
“Siempre le decía que lo quería, le ponía papelitos en el bolsillo con mensajes de amor para que los lea al llegar a la oficina, y cuando llegaba de un congreso le esperaba con su plato favorito y un cartel que decía: ‘bienvenido’”, añade.
El 29 de septiembre de 1998, por la mañana, Badaracco de Cavagnaro acababa de llegar a la peluquería cuando sonó su teléfono. La llamaban para darle la noticia más dolorosa de su vida. “Me dijeron que Mario estaba mal, pero no que había fallecido. Cuando me dijeron la verdad casi me muero, fue muy fuerte, me impactó demasiado. Mario fue un hombre increíble, bueno, cariñoso y sobre todo generoso. Lo extraño mucho”, finaliza.
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