MILAGROS ASTO
La imagen del Señor de los Milagros fue pintada por un africano hace más de 400 años. “Lo hizo un esclavo angoleño”, dice Nicolás Velarde cuando recuerda la única referencia que tenía de Angola antes de llegar al país durante su primera misión para la Organización Mundial de la Salud. Como reconoce el médico peruano de 47 años, el sistema educativo peruano enseña muy poco sobre Kenia, Sudán, Zimbabue, Tanzania o cualquiera de los otros 50 países del continente africano.
Nicolás Velarde trabajó hasta octubre como epidemiólogo en Benguela, en el oeste del país africano. Tiene una esposa y una hija angoleñas. Llegó en el 2002 para ayudar en el programa de erradicación de la polio como médico de la OMS. Por esos días, el peruano estaba acostumbrado a atender brotes epidémicos de sarampión o de diarrea por el cólera.
Para lo que no estaba acostumbrado el médico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos fue para el choque médico-cultural que afrontó el 2005. Era abril cuando lo enviaron a investigar una epidemia de fiebre hemorrágica de Marburgo, que se había desatado en la provincia angoleña de Uíge.
La fiebre de Marburgo se contagia por contacto físico y el virus presenta concentraciones más altas en los fluidos de los cadáveres. Esto se volvió un problema porque los velorios en Uíge se realizan a luz abierta y con el cuerpo expuesto, mientras las familias lloran y abrazan el cadáver. La epidemia se convirtió en la más terrible de la historia del país. ¿El balance final? 210 de los 240 infectados murieron.
“¿Cómo le demuestras a la población que la única forma de parar la epidemia es cancelar el ritual del velorio, retirar el cuerpo y enterrarlo en zonas comunes? Es muy duro”, explica Velarde.
Al norte de Angola está la República Democrática del Congo y la República Centroafricana. La médico generalista peruana Kelly Arana vivió por unos meses en ambos países. “Lo primero que pensé cuando llegué a Bangui, la capital centroafricana, fue: ‘Dios mío, dónde estoy’. Y cuando me dijeron que iba a Batangafo, yo ni lo encontré en el mapa”, cuenta Arana al recordar el momento en que la ONG Médicos Sin Fronteras le dio su primera misión como médico de terreno en la República Centroafricana, en mayo del 2012.
La doctora de 29 años aprendió a hacerse respetar en una cultura en la que las mujeres pocas veces alzan su voz. “El principal reto como supervisora de las actividades médicas en el hospital donde me tocó trabajar fue enfrentar el hecho de que la mujer está atrás en la cultura africana”, comenta.
Los meses que pasó en África le sirvieron también para descubrir que en el Perú era ‘millonaria’. Lo supo cuando tener una cama con un buen colchón se convirtió en un lujo que no podía tener durante sus misiones. “Están muy atrasados. Yo me decía a mí misma: ‘Cuando nosotros hemos celebrado el año 2000, aquí estaban celebrando el año 1900’”, recuerda.
ÁFRICA MÍA Solo Argelia, Egipto, Marruecos y Sudáfrica tienen embajada y sección consular peruana. Cuatro países de 54. No es de extrañar que los peruanos en el África sean pocos, incluso si se consideran los que van por temporadas cortas, como la mayoría de los que van representando a una ONG.
Sin embargo, la vocación de ayuda es más fuerte que los obstáculos. El doctor Miguel Ángel Suárez Bustamante, quien por estos días se encuentra en la República Democrática del Congo como parte de su trabajo para Médicos Sin Fronteras, lo sabe a la perfección.
Él reconoce que, si bien ser el ‘tipo diferente’ es difícil (a veces le gritan ‘¡muzungu!’, algo así como ‘hombre blanco’ o ‘extranjero’ en swahili), el hecho de presenciar la recuperación de los niños gracias a un programa médico es reconfortante. Uno de los días más duros que vivió fue ver morir a tres niños en menos de 24 horas por el mismo cuadro de infección, en un contexto de desnutrición aguda severa. Por el contrario, uno de los días más felices lo experimentó meses después, cuando vio que un niño pequeño con infección generalizada sí pudo recuperarse.
La misma sensación experimentó la enfermera peruana Elsa Pereda Urrutia, quien actualmente está en la República Centroafricana, cuando en su primera misión en el 2010 vio cómo mejoraba la pequeña Simone. “Era una hermosa niña que con mucho amor y esfuerzo pudo recobrar la salud y la vida”, recuerda. Ella también trabaja para MSF y finalizará su misión en febrero del 2014.
Como cuenta Pereda, son muchas experiencias las que viven los voluntarios peruanos en un entorno tan diferente como el africano. “Es en cada una de estas experiencias en las que encontramos el verdadero sentido del por qué estamos aquí, lejos de nuestro país y de nuestras familias”.
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