Inés Ruiz Alvarado

El lema de la Organización Mundial del Turismo, por las celebraciones del día mundial de esta actividad para este año, es “Repensar el turismo”. Sin embargo, en nuestro país, más allá de repensar en pos de un sostenible, hace falta mirar nuestras problemáticas y cómo afrontaremos hoy el quehacer turístico de los próximos meses. ¿Están nuestros empresarios conscientes del cambio, del nuevo usuario? ¿Cuáles son los nuevos retos del sector? ¿Cómo logramos participar de manera activa en una gestión del turismo que mire hacia todos y no únicamente hacia las empresas, sino que piense en el bienestar de la comunidad y del territorio?

Un caso del que podemos aprender: las autoridades del Reino Unido, debido a las olas de calor suscitadas en esa zona, se han visto obligadas a cerrar sus aeropuertos por falta de prevención y contención. Sus pistas de aterrizaje literalmente corren el peligro de derretirse por las altas temperaturas. A este panorama, se suman trenes inmovilizados y que buscan desesperadamente una tenue sombra para refrescarse.

Después de dos años de crisis sanitaria, el sector turístico afilaba los dientes para recuperar algunos millones. Sin embargo, las consecuencias de la temporada alta en Europa fueron desastrosas. Palma de Mallorca, isla de no más de 100 kilómetros de largo, recibe en temporada unos 8 millones de turistas; este año recibió 18 millones. Es decir, más del doble de personas.

¿Qué significó esto para los isleños y sus recursos? Colapso de los servicios de agua, contaminación de playas y océano –un fenómeno que ya se observa en el Caribe–, la proliferación de sargazo y una marea marrón de macroalgas en las costas que pone en peligro a especies marinas. Los científicos señalan que este fenómeno de crecimiento descontrolado de ‘sargazum’ se produce por el cambio climático, el derretimiento de los polos y glaciares, y por las corrientes oceánicas.

De vuelta en nuestro país, la ansiedad se concentra en el número de visitantes que recibiremos en temporada alta. De hecho, en el mes de mayo llegaron más de medio millón de turistas. Esto, que sin duda es positivo para nuestra economía, no debe restarle importancia a la planificación. Es decir, mirar experiencias o fenómenos de “sobreturismo” como los que ha experimentado Europa, por ejemplo, para que nuestro territorio esté debidamente preparado.

Evidentemente, nuestro país podría albergar millones y millones de turistas, gracias a su extensa geografía y diversidad de destinos. Pero espacios significativos como el santuario de Machu Picchu, las playas y complejos arqueológicos de la Costa Norte y, ahora, la Amazonía, podrían acusar recibo de una ingente cantidad de usuarios como amenaza a la integridad de los lugares.

La crisis turística debido al COVID-19 afectó en el Cusco a más de 10 mil trabajadores del Camino del Inca y 10 mil artesanos que dependían únicamente del turismo. Durante el mes de julio, otra crisis removía el centro histórico: la alta demanda por Fiestas Patrias obligó a la suspensión de boletos al santuario, esto trajo como consecuencia un paro de trabajadores turísticos y protestas de miles de turistas que no llegarían al santuario. De 4 mil personas al día, el aforo se elevó a 5.044 personas.

La masificación del turismo es una realidad. La promoción del Perú, su diversidad cultural, sus industrias creativas y la posibilidad de contribuir al crecimiento económico a través de ello, también lo es. No obstante, debemos prever, incorporar aprendizajes y planificar para potenciar nuestra riqueza y darla a conocer, sin atentar contra los derechos fundamentales de las personas y garantizando la integridad y el uso sostenible de nuestro territorio, un ser viviente que nos grita por un cambio.

Inés Ruiz Alvarado es Decana de Turismo Sostenible y Hotelería, Universidad Científica del Sur

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