(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Raúl Andrade

La reciente entrada de inmigrantes venezolanos en nuestro país ha generado reacciones diversas, entre las que destaca la preocupación por un posible impacto negativo en el empleo y los salarios de los peruanos.  

Aunque es un tema controversial porque puede implicar la adaptación de la población local (y la que migra) a nuevas condiciones de mercado, los estudios que han analizado los efectos de la inmigración en los países receptores muestran que su impacto sobre empleo y salarios no es necesariamente negativo. El análisis señala que el impacto final depende de diversos factores, principalmente de las habilidades de la población inmigrante, de cómo se comparan estas con las habilidades de la población nacional y de la capacidad del mercado laboral para absorber la mano de obra ingresante.  

Diversos estudios (por ejemplo, los realizados en distintos años por George Borjas de la Universidad de Harvard) señalan que si la inmigración se caracteriza por ser principalmente de trabajadores poco calificados y la inserción de los migrantes en el entorno productivo es posible, puede existir una sustitución parcial de trabajadores locales por trabajadores extranjeros y una presión a la baja en los salarios en los mercados que requieren trabajadores con ese perfil. Pero en el mediano plazo, este ajuste disminuirá los costos de producción, permitirá elevar la productividad por trabajador y, como consecuencia, la expansión de los negocios. Así, se compensan tanto las pérdidas en empleo de la población local como la reducción en los salarios. 

Por otro lado, si la inmigración se caracteriza por ser principalmente de trabajadores más capacitados técnicamente, es en los sectores que requieren perfiles más especializados en los que habrá sustitución del empleo local y una reducción del salario. Pero, nuevamente, y en este caso de manera más directa, habrá reducción de costos y ganancias de productividad que a la larga beneficiarán a todos.  

Por lo tanto, en cualquier escenario es necesario tomar en cuenta el efecto en la productividad. Sobre este último punto, la evidencia disponible para el caso peruano es escasa, pero los estudios internacionales muestran resultados interesantes. Por ejemplo, Boubtane y sus coautores (2014) encuentran un impacto positivo de la migración en el crecimiento de 22 países de la OCDE debido a un incremento en su productividad. Este se da por el traspaso de trabajadores locales a empleos de mayor rendimiento, por el aporte en capital humano debido al ingreso de inmigrantes altamente calificados y por el crecimiento del capital físico aportado por ellos mismos.  

Asimismo, en Chile la evidencia muestra que la inmigración extranjera no presenta efectos negativos en salarios por su baja participación en el empleo total (representa el 2,1% de este). Más bien se evidencian mejoras en la productividad y el traspaso de trabajadores locales a sectores donde esta es más alta (Contreras et al. (2013) y Bravo (2016)).  

En el Perú la magnitud de la inmigración reciente es tan baja que difícilmente implicará algún impacto significativo en el corto plazo. Los datos del INEI hasta agosto del 2017 indican que el saldo migratorio –definido como la diferencia entre entradas de extranjeros al país y salidas de extranjeros del país– fue de 54.000 personas, es decir 0,32% de la PEA. Cifras más recientes –brindadas por la ministra Aljovín– indican que el número de migrantes representa aproximadamente el 0,6% de la PEA.  

Por ello, la preocupación sobre los efectos de la reciente inmigración a nuestro país no tiene sustento. Por el contrario, la preocupación debería centrarse en la generación de capacidades en los trabajadores, tanto locales como extranjeros, en las condiciones del mercado laboral para absorber esta nueva mano de obra y en el diseño de políticas que promuevan incrementos en la productividad.