Es innegable que tenemos el poder político repartido en dos cabezas: Kuczynski y Keiko Fujimori. Gobierno y Congreso. Y paradójicamente un país esperanzado en una sola cosa: que el Estado democrático funcione, que la economía crezca y los peruanos sepamos que a la vuelta de la esquina nos espera algún futuro.
Aunque se hayan dicho zamba canuta en la campaña electoral, PPK y Keiko Fujimori son, hasta donde lo parecen, buenas personas. No obstante, ambos cargan con recelos tontos, ya sea por una victoria que al primero le cuesta creerla, ya sea por una derrota que a la segunda le cuesta aceptarla. Kuczynski cree que está haciendo bien las cosas. Keiko cree lo mismo. Podría ser esto cierto, pero veamos de qué grave olvido padecen ambos, en perjuicio crucial de lo que se supone hacen bien.
Kuczynski y Keiko se han olvidado de dos tareas que en esencia constituyen una: crear confianza ahí donde no la hay y reconstruir confianza ahí donde está gravemente dañada. Coincidentemente ambos bregaron en la campaña electoral presidencial por infundir confianza, por prometer confianza, por promover confianza y, por último, por ganar confianza. Los electores se la repartieron en partes casi iguales.
No se trataba de una confianza para PPK y otra confianza para Keiko Fujimori. Se trataba de que ambos administraran la confianza recibida como si fuese una sola, porque tenían que entender desde el minuto uno que los peruanos necesitamos vivir en confianza y bajo el paraguas de confianza de los llamados a manejar nuestros asuntos, nuestros patrimonios, nuestros intereses, nuestro dinero, nuestros recursos naturales, nuestro presente y nuestro futuro.
Tiempo atrás, en una entrevista publicada en El Comercio, el filósofo Johan Leuridan Huys, a propósito de su libro “El sentido de las dimensiones éticas de la vida”, reclamaba precisamente un papel más activo de los líderes políticos y sociales, al igual que de la familia y de la enseñanza, por el bien común, por asumir sus normas y por enaltecer su aplicación. Kuczynski y Keiko han olvidado el compromiso ético y de confianza que los trajo al escenario político en el que hoy se mueven como si fueran dos personas extrañas y con visiones contradictorias y hasta conflictivas.
Un gobierno no vive de aprobaciones de encuestas, sino de eficiencia y confianza pública. Un Legislativo carente de confianza pública en sus mayorías y minorías, así como en la calidad de su representación y sus leyes, no es nada. Con desconfianza en los controles, supervisiones, procuradores, policías, fiscales, jueces, legisladores y defensores legales, no hay manera de concebir un sistema anticorrupción. No hay justicia posible con desconfianza en los procesos, tribunales, sentencias y apelaciones.
Oh ironía: sobra confianza en Pablo de la Flor para sacar al Perú de los escombros de El Niño costero. Sus primeros obstáculos serán los políticos antes que los recursos.
A todo ello, ¿qué piensan hacer Kuczynski y Keiko por la otra reconstrucción del país: el de la confianza, en unos casos, perdida; en otros, dañada?