En los últimos días, la reciente edición del Informe de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha sido bastante comentada. La razón es que dos países de la región ocupan mejores posiciones que nosotros en su ránking, a pesar de que su situación es objeto de frecuentes críticas. Estamos hablando de Cuba y Venezuela, que ocupan los puestos 59 y 71 de 187 países respectivamente (mientras que el Perú ocupa el puesto 77).
Vale la pena entender cómo así estos países tienen una mejor calificación que el nuestro (o que otras naciones, como Brasil, Costa Rica o Panamá). A fin de cuentas, una lectura superficial de los resultados del IDH podría llevar a alguien a pensar que seguir el camino cubano o el venezolano sería aconsejable.
Medir qué tan desarrollado es un país es, sin duda, una cosa complicada. Una de las mediciones más utilizadas es el producto bruto interno per cápita; no obstante, es cierto que dicho indicador solo tiene en cuenta una variable monetaria para evaluar la calidad de vida. Por esta razón, diversas instituciones han emprendido la tarea de construir indicadores que ayuden a entender el desarrollo desde una perspectiva más holística.
Ese es el caso del IDH. Este (al menos para su última edición) parte de un índice construido sobre la base de cuatro variables: expectativa de vida al nacer, años promedio de escolaridad, años esperados de escolaridad y el producto nacional bruto per cápita ajustado por paridad de compra.
Pero el IDH tiene un problema: asume arbitrariamente que estas son las variables más importantes para medir el desarrollo humano. ¿Por qué no tener en cuenta también algún indicador de la calidad de la salud de las personas? Por ejemplo, la tasa de desnutrición infantil, la de tuberculosis o el nivel de consumo calórico de la población. ¿O por qué escoger dichas variables sobre, digamos, otros indicadores de la calidad de vida de un país, como la tasa de criminalidad, el respeto a las libertades civiles, el nivel del cuidado del medio ambiente o el nivel de corrupción?
La medida monetaria que utiliza el IDH en su análisis, por otro lado, también es arbitraria. En vez de utilizar el producto bruto interno incorpora en su cálculo solo la producción de los nacionales. ¿Y toda la producción de las mineras extranjeras, por ejemplo, que contribuye a pagar salarios o a llenar las arcas del Estado para poder financiar los programas sociales?
Así, no es de extrañar que un procedimiento de medición arbitrario arroje resultados igualmente arbitrarios. El desarrollo humano en Cuba, por ejemplo, se coloca como superior al peruano a pesar de que en dicho país todos los ciudadanos son igualmente pobres y tienen un salario mensual promedio de 25 dólares (inferior al nuestro). Y no se tiene en cuenta que hace más de medio siglo la dinastía Castro es dueña y señora de las vidas de los cubanos. Fidel y Raúl deciden qué comen, qué visten y a qué se dedican los ciudadanos de la isla, quienes además solo recientemente tienen un limitado “permiso” para comprar y vender cosas o salir del país. Asimismo, los dictadores intentan decidir por el pueblo qué pensar, pues no existe libertad de prensa y opinión. Y cualquier disidencia es sancionada de manera violenta. ¿Se puede decir que este país esclavizado goza sin duda de más alto desarrollo humano que el Perú?
Algo similar sucede con Venezuela. Según Transparencia Internacional, se trata del décimo país más corrupto del mundo. Tiene, además, una de las tasas de asesinatos más altas del planeta. Su gobierno es calificado por una importante cantidad de organizaciones especializadas como un gran violador de derechos humanos. El Estado, asimismo, ha llevado a sus ciudadanos a tener la segunda inflación más alta del mundo, lo que ha destruido sus ahorros, salarios y reducido sus posibilidades de tener una vida digna.
Como decíamos al inicio, medir el nivel de desarrollo de un país es una tarea complicada. Pero mediciones como las del PNUD pueden ser engañosas. Si ella fuese acertada, habría una gran cantidad de peruanos haciendo cola en embajadas como la de Cuba para tramitar su residencia. Y eso, afortunadamente, está lejos de suceder.