Durante los años que fungió como crítica culinaria para The New York Times, Ruth Reichl (Manhattan, 1948) solía disfrazarse cada vez que le tocaba ir a un restaurante. Reichl usaba pelucas, maquillaje, rellenos y trajes distintos según el personaje que le tocaba interpretar. Su técnica se había perfeccionado a tal nivel que la periodista llegó a tener un amplio abanico de “personalidades” en las cuales se sumergía, según la cita de turno, para probar el menú elegido. Aquella vida era fascinante, sin duda, pero eso solo era viable en la década del noventa. Cuando no había smartphones (con las justas estaban las primeras versiones de celulares), redes sociales o cámaras digitales. Cuando pasar desapercibido todavía era -disfraces de por medio- posible.
En la Lima gastronómica del 2021, donde el círculo sigue siendo relativamente chico, lograr una hazaña similar resulta improbable. El Cholo Mena (31) ha hecho de su look una marca: sus bigotes, su gorra, sus lentes, sus tatuajes. Suele usar prendas con mucho color y tiene buena parte del brazo izquierdo tatuado; pronto tendrá su primer tatuaje gastronómico: un tenedor y un cuchillo. Todo el mundo sabe cómo es y todo el mundo quiere tenerlo en su mesa. Ser invisible no es una opción.
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Pero él lo intenta. Después de tres años dedicándose a compartir contenido gastronómico -desde Facebook, Twitter, Instagram, Youtube y ahora Tik Tok- y más de 1 millón de seguidores combinados entre todas sus plataformas, pocos son aquellos que no conocen quién es él y qué hace. Comunicador de profesión, conductor de radio (todas las mañanas lo encuentran en Studio 92) y dueño de su propia agencia de contenidos, Gabriel Humberto Mena Llanos es el youtuber gastronómico más famoso del país. Ir a comer con él a un restaurante se ha convertido en una experiencia que paraliza cocinas y se roba miradas de los comensales que están a su alrededor. El Cholo Mena no puede ser invisible nunca más, aunque así lo quiera.
Todo empezó con un lomo saltado; después del cebiche, acaso el plato más sagrado de nuestro recetario nacional. Cuatro años atrás la publicación de un blogger gastronómico se volvió viral al alertar sobre la porción y el precio del lomo saltado que se servía en un restaurante limeño. Eran unos 65 soles los que se cobraban por dicho plato, que incluía -según el posteo- escasas porciones de carne. La respuesta fue abrumadora: por un lado, estaban quienes criticaban al local por los costos; y por otro, los que criticaban a los que se atrevían a criticar. El Cholo Mena -sobrenombre que comparte con su padre; en su familia todavía le dicen “Cholito”- vio ahí una oportunidad interesante. Lo primero que hizo fue lo más obvio: ir a pedirlo.
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Sin habérselo planteado, el Cholo Mena consolidó un concepto que no inventó él -explica- pero sí supo hacer suyo como nadie antes lo había hecho. Los “versus” donde enfrenta el mismo plato servido en dos restaurantes, con dos experiencias y -sobre todo- dos precios totalmente distintos se han convertido en su sello. Ha ido a Maido, Astrid & Gastón y a todos los huariques de la ciudad; ha comido cebiches de S/150 y de S/15, y un panetón de S/1400. Nunca acepta invitaciones y es él quien cubre sus propios costos. “No puedo poner en riesgo la relación de confianza que he construido con mis seguidores. Todo el mundo me llama, pero por eso mismo se pierde un poco la magia de descubrir cosas nuevas. Ya no eres anónimo”, sostiene.
Sabe que tiene haters, pero ya aprendió a convivir con ellos. A veces incluso les manda mensajes.
El ritmo del Cholo Mena es agitado. Publica dos videos gastronómicos por semana (”es un montón de trabajo, yo me encargo de todo”, insiste) y visita a diario al menos un restaurante. Cuando no come fuera, pide delivery: nunca cocina. “Durante los primeros meses de cuarentena tuve que parar. Luego empecé a subir contenido con los deliveries y hasta compartí algunos videos con recetas súper fáciles, como preparar un pan con mantequilla. Nadie lo había hecho antes, ¿no?”, cuenta. Eso también funcionó. Después de tres años la práctica lo ha hecho ampliar conocimientos, es cierto, pero el Cholo Mena se sigue definiendo como un aficionado de la comida -como cualquier otro- que solo busca compartir las mesas que conoce.
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“La comida es el único espacio de paz que tenemos en el día: el almuerzo, la cena, la comida… cuando estoy comiendo casi no toco el celular. Si estoy con amigos está prohibidísimo. Cuando comes, estás en un espacio seguro”, indica. Después de todo lo visto y probado, todavía hay espacio para la sorpresa en la mesa del Cholo Mena. Su restaurante favorito depende del antojo y siempre está en la búsqueda de formatos nuevos. Pero entre todos los bocados y menús que ha probado en este tiempo, hay un plato al que siempre vuelve.
“No tiene precio. No entra en rankings. Quizá no es el mejor del mundo, pero es al que más cariño le tengo”, finaliza. En las listas del Cholo Mena solo hay un ganador: el ají de gallina de su madre.
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