Un año de mierda. Ese podría ser el titular honesto del obituario de un tiempo que trajo dolor, conflicto, miedo, manipulación e incertidumbre a escala global. Sí. No hay quien se haya podido escapar de la incomodidad, la tristeza, la ansiedad ante lo desconocido y de las pérdidas invaluables en todo sentido.
Eso no podemos cambiarlo, el 2020 fue catastrófico y desde estas líneas me encantaría expresar mi empatía para quienes están atravesando por un proceso de duelo, desapego forzado, angustia. Me gustaría poder reconfortarlos asegurándoles tiempos mejores, pero precisamente a eso viene esta columna.
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No podemos culpar al año o a la pandemia de nuestro sufrimiento. Les explico por qué: la vida duele, eso ya lo hemos podido comprobar todos, pero tenemos que entender que el dolor es diferente del sufrimiento.
No podemos escapar del dolor. Es inevitable, como diría el neurólogo experto en resiliencia Borys Cyrulnik. Nos pasarán cosas que nos van a generar sensaciones dolorosas genuinas y eso es natural y legítimo. La realidad es que suceden cosas que no solo no esperamos, sino que son eventos sobre los cuales no tenemos ningún tipo de control. En otras palabras y en otro idioma: shit happens (el equivalente anglosajón a nuestro clásico: así es la vida).
Cuando entendemos que no hay mucho que podamos hacer para cambiar las circunstancias externas a nosotros mismos –llamémosles las condiciones del mundo de afuera: crisis políticas, pandemias–, podemos comenzar a ver la realidad con una perspectiva diferente de la de víctima. En vez de preguntarnos por qué a mí, comenzar a cuestionarnos: qué debo aprender de aquí. Chau, postura de víctima; hola, nuevo ser empoderado. Chau, sufrimiento; hola a transitar el dolor de una forma equilibrada.
Ese es el primer paso de la madurez emocional: el reconocernos como los responsables de nuestra calidad de vida. Dejemos de darle a alguien o a algo o a alguna circunstancia el gigantesco poder de nuestro bienestar emocional.
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Se trata de aprender a transitar nuestro dolor de una forma sana, canalizar la energía, la atención y todos nuestros recursos para poder reconocer con qué contamos nosotros para sobrepasar lo que estamos pasando. Transformar el dolor en motivación, en motor, aun así las condiciones sean difíciles y aun así creamos que no hay forma de que salgamos enteros de esta.
Sé que muchos prefieren borrar este 2020, no contarlo, no validarlo, pero la realidad es que eso solo es mantenernos en la postura de resistencia ante una realidad que siempre nos gana: el COVID-19 sigue vigente; las vacunas, ausentes; y nadie sabe qué va a pasar este año que viene. No hay que ser adivino para saber que las condiciones seguirán complicadas, retadoras y nuevas.
¿Qué hacemos entonces?
Voy a contarles lo que he hecho yo y que desde mi experiencia personal ha funcionado: he decidido dejar de preguntarme si el próximo año las cosas van a cambiar, si usaremos tapaboca para siempre, y enfocarme en el presente más cercano. Adoptar el mágico mantra de ‘un día a la vez’ y literalmente creérmela.
Creer que cada día es un regalo, que la vida misma es maravillosa, que uno siempre puede elegir cómo quiere que lo de afuera lo afecte, cuánta atención quiere prestarle a lo que no puede cambiar, cuáles son las prioridades reales.
Creer fehacientemente que mis acciones tienen repercusiones sobre un todo, porque somos parte de lo mismo, y hacer lo que pueda, sin tanto reproche.
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Porque, como bien me acaba de enseñar un dibujo animado –gracias, Pixar, por Soul–, no hay que ir detrás de un gran propósito para encontrarle el valor a la vida: la vida misma es lo valioso.
Así que disfruten cada pedazo de ella y asegúrense de tener las herramientas necesarias para los capítulos sin anestesia.
Gracias, 2020, y feliz año nuevo. //