Previo al encontrón, un debate sobre el debate mismo: la idea de dividir 3 grupos en 3 días, no solo se debió a un afán de claridad; sino a una ley de la dramaturgia: menos es más. Mientras menos personas, más impacto en lo que (se) digan. Esta vez, el JNE ha ido más lejos en esa ley. En el debate presidencial del 2016 metió a los 10 candidatos en una sola fecha e inauguró el sistema de duplas; en el debate municipal del 2018 dividió a 20 en 2 fechas.
Más audaz ha sido el JNE en la adopción de la ‘bolsa de tiempo’, esas rondas de 21 minutos, en las que cada uno tiene 3 minutos que los administra como puede, y los moderadores intervienen con preguntas. Hasta se permiten las interrupciones. Los modelos han sido debates en los últimos tiempos en México y Cataluña. Vi el catalán, con 9 postulantes al Parlamento de la región, y había momentos de diálogo y discusión abierta, sin necesidad de que los moderadores los alienten. Aquí, eso resultó más forzado y confuso. Muchas pullas, por pasmo de los aludidos y falta de familiaridad con el formato, quedaron sin respuesta.
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Conclusión preliminar: cada uno de los 3 días será más claro en las propuestas; pero, por otro lado, la distancia de los grupos en el tiempo impide una sola comparación contundente, como la que haremos el 11 de abril en las urnas. Más fechas no necesariamente garantizan, al final, más impacto. Sin embargo, en el mundo de Netflix y del ‘revival’ de las series televisivas, que el debate de las elecciones 2021 sea una miniserie de 3 capítulos no es un disfuerzo. El primer capítulo, dicho sea de paso, ha sido un piloto para los dos que vienen. En ellos, candidatos y espectadores estaremos más familiarizados con las reglas.
Fueron por lana
Se cumplió una tendencia: en la gente, en la prensa y en el propio JNE que optó por el sistema de duplas más la ‘bolsa de tiempo’; ha habido más expectativa de enfrentamiento que en los candidatos mismos. Estos se sienten más seguros en el paporreteo de sus propuestas que en la esgrima en la que no son duchos. Y la temen.
Por eso, los bloques donde se permitían las interrupciones, no fueron abrazados con entusiasmo. César Acuña asumió que era el más limitado en labia, y no atacó ni mereció la distinción de ser atacado. Desde que apareció en las inmediaciones del Centro de Convenciones, dijo a los periodistas que no venía a atacar a nadie. En el primer bloque, ninguno de sus 5 rivales juzgó conveniente interactuar con él ni rebatir sus ofertas de construir una planta de oxígeno en cada distrito del Perú y contratar reservistas para combatir la inseguridad.
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Marco Arana, a pesar de que es de los candidatos del final de la tabla, de esos que no tienen nada que perder si provocan a otros, hizo vagas alusiones a la derecha y al fujimorismo. La ley de la posición en las encuestas le fue implacable: ‘contigo no es’ parecían decirle los otros. Pero sucedió algo que, por fin, lo encendió cuando hizo dupla con Keiko Fujimori. Habló del “fujimorismo y sus nuevas cepas” (Hernando de Soto y Rafael López Aliaga) y Keiko lo trató de “fariseo” y promotor de “sepulcros blanqueados”. Ya antes, ella había hablado de aquellos de la izquierda “que se disfrazan de cura para destruir al país”.
Arana, hasta ese momento, había desaprovechado las ventajas del formato para los que no tienen nada que perder, como él. Si obtuvo la protagónica respuesta de Keiko fue porque, probablemente, mirándolo a la cara, ella aplicó una estrategia cruzada. Debatió con él para restarle protagonismo a Verónika Mendoza. Quizá para dar a Arana, en un cálculo de carambola, el rebote de su antivoto y este pueda robarle simpatía a su ex aliada del Frente Amplio.
Alberto Beingolea, el de más labia del grupo, sí utilizó su libertad para golpear sin tener nada que perder. Incluso, provocó el único momento en que otra candidata, Keiko Fujimori, descubrió que se podía interactuar con más libertad que la que estaban empleando: Forsyth le había replicado a Beingolea una afirmación de este sobre el hurto agravado y los moderadores le dieron el pase a Keiko, que había levantado la mano. Pero, en lugar de usar su turno, ella sugirió que hable Beingolea, para atacar a Forsyth a través de un tercero.
George Forsyth era el que más tenía que perder. Desde su centro indeciso, tiene votos apetecidos por los dos extremos. Además, su terco discurso de la ‘mismocracia’ se prestaba para una respuesta graneada. La tuvo cuando cometió la audacia de atacar a Verónika y a Keiko jactándose de que él sí ha llevado chalecos de policía y no como detenido (pulla a Keiko).
La primera lo trató de ‘machito’ y la segunda, usando términos deportivos, le dijo que ‘colgó sus chimpunes y abandonó a su pueblo’. El atacante quedó anonadado y ni siquiera replicó a Keiko la insinuación de que había usado ‘mano dura’ contra su ex esposa Vanessa Terkes.
Vuelto a la dimensión que mejor le sienta, la propositiva, Forsyth se recuperó del revés en su pacífica dupla con Acuña, al final de la cual –gesto insólito- se despidió de aquel con un choque de puñitos, como si redondeara con este un pacto explícito de no agresión. Los 12 candidatos restantes han tomado apuntes y sacado varias lecciones.
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