La presidenta del Congreso, Luz Salgado, exigió una rectificación a Fernando Zavala luego de que este afirmara que el Parlamento "hace abuso de poder". (Foto: Archivo El Comercio)
La presidenta del Congreso, Luz Salgado, exigió una rectificación a Fernando Zavala luego de que este afirmara que el Parlamento "hace abuso de poder". (Foto: Archivo El Comercio)
Erick Sablich Carpio

Cuando los voceros de las principales fuerzas políticas del país (el oficialismo y Fuerza Popular) dedican su tiempo a discutir cuál de estas viene actuando (¿más?) como un mono con metralleta es claro que las cosas andan por muy mal camino. Si se pudiera decir que se tocó fondo, algo de consuelo cabría, pero una mirada realista augura que el enfrentamiento irá escalando, y el nivel del debate, descendiendo.

El reciente choque entre y , quienes hasta hace unos meses parecían asegurar un mínimo de colaboración entre el Ejecutivo y el Legislativo, parece confirmar que los pocos puentes que se habían construido vienen cayendo al ritmo de aquellos derruidos por El Niño costero, y que las escasas voces que favorecían una convivencia medianamente pacífica han perdido peso en ambos bandos. O, como viene sugiriendo la conducta del primer ministro, que han cambiado de postura.

Al tratar de dilucidar quién carga con las culpas de esta situación, la primera reacción es señalar al fujimorismo. Razones sobran. Desde la caprichosa censura al ex ministro Jaime Saavedra (debut público del ‘mototaxi’ incluido), hasta los insultos a Zavala (calificado como “Montesinitos” por Luis Galarreta), pasando por la derogación de numerosos decretos legislativos sin mayor sustento o la amenaza constante de interpelaciones e interrogatorios a los ministros de Estado por quítame estas pajas, el fujimorismo se ha conducido muchas veces con una prepotencia injustificable.

Sus voceros en el Congreso compiten por dar la declaración más destemplada y sus líderes aún no pueden reconocer sin que se les tuerza la cara que perdieron la contienda electoral en buena lid.

El oficialismo, sin embargo, ha puesto de su parte, y mucho. La salida de Martín Vizcarra del Gabinete responde principalmente al torpe manejo del Ejecutivo de lo que ahora conocemos como el Caso Chinchero. Nadie obligó al presidente a plantearse un público debate consigo mismo sobre la posibilidad de hacer una cuestión de confianza sobre la permanencia de Saavedra en el Ministerio de Educación o ‘jalarse’ a algunos congresistas de Fuerza Popular, y ciertamente nadie forzó al Gobierno a jugar con el indulto de Alberto Fujimori en plena tregua política y cuando no pensaba darlo.

Si la actuación del fujimorismo indigna, la del Ejecutivo exaspera. Si aquellos agreden, estos lo permiten o provocan con su impericia.

En cualquier caso, la situación ha llegado a un punto insostenible. O ambas partes cambian el rumbo, reconociéndose como corresponsables, o la colisión será inevitable. Y en las próximas elecciones (ponga usted la fecha), estaremos convenciéndonos de que uno de los ya conocidos candidatos antisistema es el ‘mal menor’ de la segunda vuelta.

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