Antes de fundar en 1954 la primera Academia de Natación en el Perú, Walter Ledgard fue pugilista amateur. ‘El Brujo’ brilló en los Juegos Olímpicos de Berlín, donde quedó segundo en su serie eliminatoria. No pudo participar en la semifinal porque la delegación peruana se retiró debido a la injusticia que se cometió con nuestra selección de fútbol tras su victoria ante Austria. Ledgard, además, fue campeón sudamericano de los 100 y 200 libres en el campeonato del 38, y campeón de los 200 en el Sudamericano del año siguiente.
Cuando murió, un 10 de mayo de 1999, estaba preparándose para participar en un campeonato de natación máster. Tenía 83 años y solo un derrame cerebral pudo detener al famoso 'brujo'.
Su gran amigo Pablo de Madalengoitia escribió en las páginas de El Comercio una crónica como homenaje al campeón, que de niño admiraba a ‘Tarzán’. A continuación la reproducimos.
Cuando era niño cometió una malacrianza que fue castigada con la prohibición de salir de casa todo el día, pero una ventana abierta en el segundo piso fue una tentación irresistible para lanzarse a la calle y llegar a un cine en cuya pantalla un joven atlético nadaba casi desnudo y hacía acrobacias increíbles entre gigantescos árboles. Cuando se prendieron las luces ya se había prometido llegar a ser un día como ese gigante que se llamaba Johnny Weismuller, conocido como 'Tarzán'.
Así es como Walter Ledgard empezó a trabajar sin descanso para alcanzar su sueño. Emulando al selvático hollywoodense cuyos éxitos seguía a través de las noticias, llegó hasta las olimpiadas de Berlín. Continuaron los triunfos y al pasar el tiempo se enteró de que su ídolo ya estaba retirado de las competencias y había establecido en California una Academia de Natación que llevaba su nombre.
Ni corto ni perezoso, Walter puso en marcha un proyecto similar y logró realizarlo con el apoyo de sus buenos amigos, así como del alcalde Eduardo Villarán.
Por esos años Panamericana Televisión estrenó un programa llamado "Ésta es su vida", al cual se invitaba a personajes destacados en diferentes campos y frente a los cuales, en forma insospechada, aparecían personas que habían jugado un papel importante en su vida y a quienes muchas veces no habían vuelto a ver. La presentación de Walter como figura central en este programa no solamente era un merecido homenaje, sino un desfile de una familia ejemplar y unida, así como de estrellas de la natación formadas por él y también campeones de otros tiempos, que llenaron casi totalmente el estudio.
Al llegar el momento de revelar un secreto que solamente cuatro personas compartíamos le pregunté a Walter si estaba preparado para una gran sorpresa y un poco entre curioso y desconcertado hizo un signo afirmativo con la cabeza. Se abrió la puerta central del set, apareció Johnny Weismuller ante la sorpresa y rápido aplauso de todos los presentes. Walter no podía creer lo que sus ojos le mostraban y con un candor casi infantil y profundamente emocionado comenzó a tocar con las manos los brazos, hombros de Tarzán, como un chico que tiene que convencerse de la verdad tocando varias veces el juguete soñado.
Nuestra pasión por el tango volvería a reunirme con Walter, a quien por primera vez presenté cantando tangos en el programa radial "Pablo y sus Amigos". Fue una revelación para los que ignoraban este aspecto tanguero del campeón y, al celebrar con un 'music hall' en el Teatro Municipal los cien programas, Walter mostró dominio de escena y estilo propio con el acompañamiento del bandeonista Domingo Rullo y su grupo. Recibió una larga ovación, comenzando así una nueva faceta de su vida, que lo llevó a la grabación de varios LP. Su voz reflejaba con emoción los recuerdos de algunas madrugadas porteñas.
Es especialmente conmovedor que su propia voz, a través del disco, acompañase a muchos de los suyos mientras sus cenizas eran esparcidas en el jardín que rodea la piscina.
Así ha sido, tal como él lo deseaba. ¡Adiós, campeón!
Esta crónica fue publicada el 20 de mayo de 1999 en El Comercio.