Aquí Mario Moreno no parece Cantinflas. El traje elegante, el reloj de oro, la pose de modelo, las gafas de sol, el pañuelo en la solapa y el peinado con fijador lo alejan no mucho, sino muchísimo del protagonista modesto y balbuceante de largometrajes tan inolvidables como El Padrecito, El Analfabeto, A volar joven, o Si yo fuera diputado. Apenas si se le nota el bigotito hirsuto tan característico de sus personajes.
La mañana del 13 de enero de 1961, el divo mexicano aprovechó su escala en Lima (rumbo a Buenos Aires) para visitar, primero, el centro histórico, y luego las instalaciones de El Comercio. Era su segunda visita al Perú. Tenía cuarentainueve años.
Ese día, los periodistas le dieron el alcance y le preguntaron por su relación con Cuba y su supuesto romance con Kim Novac, interrogantes ante las que Moreno se hizo hábilmente el loco, yéndose por la tangente con esas frases laberínticas con las cuales lograba la dudosa proeza de no decir absolutamente nada.
Miro la foto y pienso que la imagen es un anticipo de algo que ahora podemos constatar. Cantinflas murió en abril de 1993, pero algo de su verborragia enredada parece haberse quedado flotando en el lugar donde se capturó esta imagen, ya que tanto en Palacio de Gobierno como en el Palacio Municipal lo que obtienen los reporteros cuando van a pedir explicaciones son puras ‘cantinfladas’: frases sin ton ni son que serían humorísticas si no fuera porque pretenden ser serias.
Dice mi papá que las películas de Mario Moreno eran populares porque hacían reír a grandes y chicos de todas las clases sociales. Qué bien caería un comediante así en un país como este, donde la carcajada común brilla por su ausencia.
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