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La delegación naval de diez miembros partió de Lima el 19 de marzo de 1958, a las 4 de la madrugada. Tras un largo y pesado vuelo de 12 horas, con escala en Antofagasta, llegaron a Santiago de Chile con la esperanza en el rostro. Fueron bien recibidos, y al día siguiente, el 20 de marzo, el presidente Carlos Ibáñez del Campo entregó al embajador peruano Enrique Goytizolo, uno de los cuatro cofres con reliquias del Almirante Miguel Grau, el héroe de la Guerra del Pacífico.
Con esos tesoros en sus manos, el grupo de marinos retornó al Perú 24 horas después. Arribaron en una aeronave DC-3 de Transportes Aéreos Militares (TAM), lo que convirtió el aeropuerto de Limatambo y sus alrededores en una fiesta nacional. Era el viernes 21 de marzo de 1958, minutos después de las 4 de la tarde, cuando se les vio descender del avión.
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Integraban la delegación los contralmirantes Florencio Teixeira Vela y Francisco Torres Matos y los capitanes de navío Alejandro Martínez Claure y Alberto Zapatero. También los cadetes Óscar Rizo Patrón Belgrano, Alfredo Ibárcena Morán, de cuarto año; Fernando Jiménez Román, del tercer año; Fernando Grau Umlauff (bisnieto del héroe), Carlos Guzmán Lanfranco, ambos de segundo año; y Percy Pérez Barlabas, del primer año. Así, el gobierno de Manuel Prado cumplió con traer de inmediato de Chile al Perú los restos humanos y las reliquias de Grau.
LOS PREPARATIVOS EN EL AEROPUERTO LIMATAMBO
Horas antes de la llegada del avión, desde la mañana, la gente repletó las instalaciones del aeropuerto. Llegó a cubrir la plataforma inferior e incluso las inmediaciones de la Torre de Control. A la masiva concurrencia se sumaron –desde las 3 de la tarde– las tropas de honor de las escuelas de la Marina, Aviación, Ejército y Policía. Ellos formaron un corredor perfecto en la parte central de la plataforma de estacionamiento. Los estandartes patrios y la banda de música de cada institución destacaban en el escenario para recibir a la delegación naval.
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En medio de esa tensa emoción, llegó a Limatambo el presidente Manuel Prado. Eran las 3 y 50 de la tarde y la llegada del primer mandatario, en carro descubierto, como era su estilo, hizo sonar los acordes de la Marcha de Banderas como dicta el protocolo. Prado pasó revista a las fuerzas armadas y policiales, y luego saludó a los representantes de los tres poderes del Estado, al Cuerpo Diplomático, al Nuncio Apostólico y a las autoridades eclesiales. En el viejo aeropuerto nadie quería perderse ningún detalle de la ceremonia.
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En el estrado oficial había un espacio muy especial reservado para la familia Grau. Esa tarde, aún de verano, esperaba allí pacientemente, entre otros, María Luisa Grau Cabero (1873-1973), hija del gran Almirante, quien permaneció al lado derecho del presidente Prado. Entre los invitados especiales figuraba el alférez de Fragata, Manuel Elías Bonnemaison (1862-1961), sobreviviente del monitor Huáscar.
El cronista de El Comercio expresó así el momento: “Los rostros graves, los estandartes en alto, el ambiente todo estremecido por profunda emoción, expresaban el silencioso tributo que la nacionalidad entera en ese mismo instante rendía hasta en los más apartados parajes de nuestro territorio a la epónima imagen de Grau”.
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EL BISNIETO DE GRAU Y SU TESTIMONIO CLAVE
Luego de un toque de atención, la puerta del avión se abrió y aparecieron los cuatro cadetes cada uno con un cofre negro. Bajaron y se formaron en fila. En ese instante, el ‘corneta’ hizo el “toque de silencio” e inundó el aeropuerto de Limatambo de una respirable emoción.
Los cuatro cadetes que portaban los cofres con los restos humanos y los objetos de Grau se acercaron al estrado oficial. Todos querían ver el cofre con la tibia del héroe; esa misma tibia que Pedro Garezon rescató del monitor “Huáscar” la tarde del 8 de octubre de 1879, bajo la presión chilena que lo apuraba para llevarlo preso a Chile junto con el resto humano de su jefe.
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Los cadetes llevaban los brazos extendidos. Uno de ellos era el bisnieto Grau: Fernando Grau Umlauff, quien avanzó con sus compañeros de la Escuela Naval hacia un auto de comando que lucía una gran bandera peruana y muchas flores. A las afueras del aeropuerto, durante el trayecto hasta la Escuela Naval de La Punta, en el Callao, el pueblo limeño observaba con íntimo regocijo y aplaudía el paso del cortejo patriótico con las reliquias del héroe. Habían pasado 79 años después de su muerte. Era un día laboral, pero –nos cuenta hoy el contralmirante Fernando Grau Umlauff (79)– el gobierno de Prado dejó libre desde el mediodía para permitir la asistencia del público.
La gente se las ingenió para estar en el camino de Grau. Empleados y obreros, amas de casa, estudiantes con uniforme caqui, todos imbuidos en un solo sentir. Hasta en el mismísimo panóptico, la Penitenciaría de Lima, frente al Palacio de Justicia, se podían apreciar los arreglos florales y un cartel que decía: “Gloria al Caballero de los Mares”.
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En el paso por el Centro de Lima, por barrios como Mirones, se apreciaba el mismo panorama: familias completas con banderas peruanas en las ventanas y hasta coronas de laureles. Fernando Grau Umlauff recuerda: “Fueron momentos inolvidables. Viajamos muy rápido, tras conocerse que había recuerdos y cosas de Grau en unos museos que el Gobierno chileno quería devolver. Eso fue en febrero de 1958. Nos autorizan y viajamos. Fue un trayecto que duró 36 horas, entre ir y venir. De ese tiempo, unas 12 ó 14 horas las pasamos en un avión, en un DC-3”.
FERNANDO GRAU DETALLA LO QUE OCURRIÓ EN CHILE
Dice Grau: “La parte emocionante en Chile fue al día siguiente de nuestras llegada. Nos alojaron en el Hotel Carrera y fuimos al parque O’Higgins. Allí toda la comitiva rindió homenaje a la figura de su prócer. Y luego nos dirigimos a la Casa de la Moneda, donde nos recibió el presidente Carlos Ibáñez, los ministros y las altas autoridades”.
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Cuenta el marino que lo importante de ver al presidente Ibáñez era que este había sido también presidente de Chile durante la época del “Plebiscito de Tacna”, de 1929. Ibáñez le tenía cariño al Perú. En ese momento de 1958 las relaciones con el Perú eran estables, y Grau asegura que “cuando él se enteró de que había cosas de Grau, decidió devolver todo”.
“Junto con el embajador Goytizolo, nos llevaron a una sala con el presidente chileno. Nosotros estábamos muy impresionados. Éramos muy chicos, sin mayor experiencia. Cuando nos tocó saludar a Ibáñez, el embajador le dijo que yo era el bisnieto de Grau. Entonces él, un hombre corpulento, me jaló del brazo y me dio un gran abrazo. Me desconcertó completamente. Después, se tomó fotografías con nosotros”, cuenta Grau Umlauff.
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Al día siguiente, el viernes 20 de marzo, a las 3 ó 4 de la mañana los levantaron y emprendieron el regreso a Lima. El viaje de retorno también fue larguísimo, con esos DC-3 bimotor, que hacía el vuelo Santiago-Lima en 7 horas. “Cuando llegamos a Lima, ya sabíamos lo que nos esperaba. Estaba el presidente Prado con sus ministros, mi tía María Luisa Grau que era la hija del Almirante Grau, y el alférez Bonnemaison. No estaba Miguel Grau Cobero, el otro hijo del héroe, porque decidió no ir por distancias con el régimen”, dice el contralmirante Grau.
HASTA EL FUTURO REY DE ESPAÑA ESTUVO PRESENTE
“Hicimos una caravana hacia la Escuela Naval en La Punta. Encabezó el presidente Prado y nosotros veníamos en un carro descubierto. Del aeropuerto de Limatambo fuimos a la Plaza Grau de Lima, de allí a la Plaza Grau del Callao y luego a la Escuela Naval. Allí nos recibe de nuevo el presidente Prado, ante las formaciones militares”.
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Y añade: “Entre los militares estaba la delegación española y en ella el príncipe Juan Carlos, futuro rey de España, de solo 20 años. Vino en el buque-escuela Juan Sebastián Elcano y se formó junto con nosotros”. La llegada de este buque-escuela, con oficiales y guardamarinas españoles, coincidió con el regreso de las reliquias y restos de Grau. La prensa informó que días antes, el futuro rey, el príncipe Juan Carlos de Borbón y sus compañeros habían visitado los museos y lugares más interesantes de Lima.
Relata Grau que, en la Escuela Naval, el presidente Prado recibió de nuevo las reliquias de su bisabuelo y se las entregó al Comandante General y ministro de Marina, Emilio Barrón. El material fue llevado a la biblioteca de la Escuela Naval, “que en ese entonces fungía de museo naval”, anota el bisnieto del héroe. Uno días después, la comitiva que llegó de Chile fue invitada a almorzar en Palacio de Gobierno.
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¿DÓNDE ESTÁN EXACTAMENTE LOS RESTOS DE GRAU HOY?
“Cuando se creó el Museo Naval estos restos y reliquias fueron llevados allí. En 1976 ó 1977, estos restos son trasladados a la Cripta de la Escuela Naval, especialmente la tibia que fue guardada en una gran ceremonia. La idea era, en principio, que allí esté solo la tibia, pero con el tiempo cambian los criterios y ahora están allí también una serie de recuerdos del almirante Grau, el escapulario, los libros, etc.”, cuenta el marino y pariente directo de Grau.
Grau indica, finalmente, que hace unos seis años que lograron llevar también los restos de la esposa de Miguel Grau del Presbítero Maestro a la Escuela Naval, en una ceremonia familiar, muy íntima. “Ahora todos los restos, de Grau y su esposa, y sus objetos personales traídos de Chile y otros más donados por la familia están en la Cripta de la Escuela Naval”, concluye.
Hoy en día, el contralmirante Fernando Grau Umlauff, de 79 años, sigue reviviendo ese día y los días siguientes que transcurrieron en su vida dedicada también a la Marina peruana.