Luego de la devastadora Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que se ensañó con la vieja Europa, provocando en ella millones de muertos y heridos -más letal que cualquier pandemia-, muchos peruanos entre residentes y personas que pasaba sus días en ese continente pidieron volver al Perú. Las posibilidades económicas y sociales de hacerlo por su propia cuenta eran mínimas.
Por ese motivo, el gobierno democrático de José Luis Bustamante y Rivero, en un auténtico acto humanitario, decidió enviar a través de la Comisión Peruana de Repatriación un barco para recoger a los compatriotas varados en medio de la peor posguerra de la historia. Así surgió el plan de travesía del B.A.P. Rímac, cuya misión era rescatar del caos y la pobreza a hombres, mujeres y niños peruanos. Incluso pudo traer al Perú a un numeroso grupo de desesperados inmigrantes.
El proyecto de rescate
Los llamaban por esos días los “refugiados peruanos” en Europa. Eran compatriotas sin horizonte en el marco de la posguerra. El regreso a la patria era su única esperanza. En 1945, año del final del conflicto, no se pudo concretar el objetivo, entre otras causas porque no había un registro exacto del número ni de la identidad de estos. Recién para setiembre de 1946 se aclaró ese asunto y se envió desde Lima un barco para el retorno.
Se determinó que el día de la partida sea el lunes 16 de setiembre de 1946. El puerto del Callao, con un sol tenue de testigo, reunió a los marinos a cargo del B.A.P. Rímac. Tenía la meta fija en el puerto de Amberes, en Bélgica, donde los esperaban los “refugiados” nacionales. La nave estaba al mando del Capitán de Fragata, Luis Edgardo Llosa.
Este barco de la Marina ya había atravesado el océano Atlántico en 1933, cuando transportó a los oficiales y marinos de los destructores “Almirante Guise” y “Almirante Villar”, naves de guerra que el Perú había comprado al gobierno de Estonia.
Trece años después regresaría a esas aguas europeas para cumplir un plan humanitario. Era un barco de más de 12 mil toneladas y una velocidad de 10 nudos, y además contaba con 18 oficiales y 120 marinos en la tripulación. El viaje permitió llevar a 24 alféreces de fragata en viaje de instrucción y a varios pasajeros que debían bajar en el puerto de Nueva York (EE.UU.), así como otros en el mismo puerto belga, destino final del Rímac.
La partida del Callao
Discursos, aplausos, despedidas, arengas… Manos alzadas de familiares y amigos, la bandera peruana flameando hacia el norte. El escenario era de emoción patriótica. Cruzaron el Canal de Panamá y enrumbaron hacia el azul del Caribe, hasta ver las costas norteamericanas del puerto neoyorquino. Allí el Rímac hizo su primera parada formal. Por razones técnicas y comerciales permaneció en ese muelle durante dos semanas.
Ya preparado para partir al horizonte Atlántico, el B.A.P. tomó fuerza y “cruzó el charco” con suave firmeza, hasta que llegar, en breve escala, a Londres. Desde allí enrumbó a su destino final, supuestamente: el puerto de Amberes. En ese puerto belga esperó recoger a unos 200 refugiados peruanos, más o menos, entre hombres, mujeres y niños. Pero la realidad fue distinta. En medio de una terrible postguerra para un extranjero peruano, la oportunidad de regresar al país era insuperable.
Es por eso, el B.A.P. Rímac tuvo que hacer más paradas en diversos puntos de Europa, para así recoger a más compatriotas que se reunieron y gestionaron su regreso, llevando a la nave a su máxima capacidad de ocupantes. Recibió finalmente a 421, entre refugiados peruanos y, también, a grupos de inmigrantes europeos que deseaban ir a América.
Por todas esas complicaciones y trámites de más peruanos en la búsqueda de retornar al Perú y extranjeros que buscaban salir de Europa y su pobreza, el B.A.P. Rímac recién partió de la última ciudad europea que tocó, que fue Génova (Italia), el lunes 18 de agosto de 1947.
El regreso duró 41 días exactamente. La tripulación estaba algo cansada, pero se repuso para lograr cumplir el plan de viaje, que incluía tocar las Islas Canarias y, luego, marchar directamente a Río de Janeiro (Brasil). Varios días después se dirigió a Montevideo (Uruguay) y a Buenos Aires (Argentina).
El Rímac era un barco que viajaba con regularidad ida y vuelta del Callao a Buenos Aires, puesto que servía a la Compañía Peruana de Vapores trayendo continuamente de allí víveres y especialmente carne. En la capital gaucha, la nave peruana cargó en esa ocasión solo trigo para traer a Lima.
El B.A.P. surcó con valentía el tormentoso Estrecho de Magallanes, y subió hacia el puerto chileno de Valparaíso. Después, tras hacer una breve parada en un puerto sureño del Perú, llegó finalmente al puerto del Callao. Lo hizo el lunes 29 de setiembre de 1947. Había transcurrido un año desde la lejana partida.
El encuentro
Entre esos 421 pasajeros en total, no solo había refugiados peruanos, como dijimos, sino también inmigrantes europeos; todos ellos, o la mayoría, fueron contratados por la Comisión Peruana de Repatriación para realizar una serie de actividades en nuestro país.
El B.A.P. Rímac llegó sólido, solidario y desbordante de gente. Desde que fue divisado en el puerto, informó El Comercio, las autoridades de inmigración y del Ministerio de Marina se dispusieron al control respectivo en la misma nave. Sabían que sería complicado determinar cada identidad en un grupo tan numeroso y repleto de hombres, mujeres y niños, de familias completas. Pero lo hicieron con eficiencia.
Durante cinco horas, el Rímac no permitió que nadie bajara hasta que no fuera registrado por el personal asignado para esa tarea de control. Mientras el engorroso proceso continuaba, los pasajeros ya divisaban a sus familiares o amigos que repletaban el muelle chalaco y los saludaban con efusividad y cariño. Un llanto contenido por meses recién se explayó sin reservas.
Muchos de esos familiares y amigos, incluso simples los curiosos, pugnaban por subir al barco apenas este acoderó en el espigón. Pero las autoridades navales tuvieron que poner orden a esa masa entusiasta. Solo se permitió que subieran pocas personas, entre ellas periodistas y reporteros gráficos. Uno de los primeros en declarar para El Comercio fue el Capitán de Fragata, Luis Edgardo Llosa, responsable del largo viaje de regreso.
“Hemos hecho un viaje sin complicaciones a pesar de los numerosos pasajeros, en los que figuran muchas nacionalidades, razas y religiones”, dijo Llosa. Luego explicó que cuidaron mucho el “estado sanitario, que fue excelente. No traemos a nadie enfermo a Lima, con excepción de una dama de avanzada edad que se encontraba muy delicada de salud en Europa”.
Detalló el capitán Llosa que la mujer “tenía parientes en Lima que podían cuidarla, por eso nos animamos a traerla. Fue la engreída de la tripulación, la mantuvimos sana y aún mejor de cuando partió en el puerto genovés”.
Al año siguiente, en 1948, llegarían nuevos barcos al puerto del Callao con más nacionales que retornaban y también con inmigrantes europeos que se quedarían en el Perú y otros decidirían marcharon al sur, rumbo a Chile.