HORACIO ZIMMERMANN @Horacon

Un caballero dentro y fuera del campo. Ese era Teodoro Fernández. O simplemente Lolo. Así lo describen quienes lo conocieron. También aquellos quienes lo vieron desde una tribuna vieja del Nacional o a través de una pantalla gris de televisión. Lolo era un ídolo en vivo y en directo. Y hoy lo sigue siendo en las repeticiones. Jamás dejará de ser el máximo referente crema de la historia. Hay quienes niegan la deidad de Lolo, pero lo reconocen como profeta. Dentro del campo era un caballero sin escudo y sin espada. Solo salía al campo de batalla con su pierna derecha y una redecilla que le servía de casco. Su diestra siempre fue comparada con un cañón. Se dice de Lolo que rompía las redes, que traía abajo los arcos, que era un gran cañonero, goleador de raza, nato.

Fuera del campo, también era un caballero (literalmente: el Congreso de la República le otorgó la Medalla de Honor en el grado de Caballero en 1996, poco antes de su muerte el 17 de setiembre). Un señor de buenos modales, solidario. A tal punto que no sabía decir que no. Ni siquiera al archirrival, Alianza. En la primera mitad del siglo XX era natural que los clubes se refuercen con jugadores de otros equipos. Lolo, goleador y mejor jugador del Campeonato Sudamericano (actual Copa América) de 1939, estaba siempre en la mira de los demás clubes. Contar con él al menos en un partido ya era más que gratificante para cualquier club de esta parte del mundo. Lo mismo pensó el Colo Colo, que en 1941 pidió su ayuda, sus goles, y Lolo, que no sabía decir que no, aceptó reforzar al Cacique en un amistoso ante Independiente de Avellaneda.

El partido se jugó en Santiago. Lolo había cambiado la crema por la blanca. Aunque solo por noventa minutos, tiempo que le bastó para anotar un gol y darle el triunfo a los chilenos. Sucedió así. Hizo el gol, cogió sus cosas y se fue. Gracias, de nada, y volvió a Lima. Aunque antes hubo una historia que hoy es imposible de comprobar.

El juego de Lolo había sorprendido a los chilenos. Hinchas, jugadores y dirigentes quedaron admirados de su capacidad. Esto, cuenta más de una crónica, sirvió para que el presidente de Colo Colo de ese entonces, Robinson Álvarez, le ofrezca un cheque en blanco para que fiche por el Cacique. Usted ponga la cifra, le habría dicho al cañonero. A lo que este respondió: Yo tengo un solo amor, que está en el Perú y se llama la ‘U’. También se dice que en el papel, en lugar de su firma, escribió “Y dale ‘U’. Ese era Lolo. Un ídolo más allá de los goles, los números. Un enamorado de la camiseta crema. Lolo era crema de corazón. Juró amor eterno y nunca cambió. Ni siquiera por toda la plata del mundo.