“El único número 5 del mundo que es un 10″. Así describió alguna vez Juan Román Riquelme a Sergio Busquets, el elegante centrocampista del Barza de Guardiola que aún sigue entregando balones perfectos con el Inter de Miami. Juan Reynoso no ocupaba su puesto, aunque no faltaron los técnicos que quisieron tenerlo más cerca del mediocampo. Si alguien quisiera describir cómo jugaba, las palabras de Román calzan a la perfección.
ANÁLISIS: Quién será el capitán, cómo está Cueva y todo lo que se debe saber de la selección de Reynoso, a una semana del debut
En la cueva, tierra de picapedreros y revienta empeines, el Cabezón vestía de frac. No era Meléndez, repetían Pocho y otros periodistas cenicientos, sino el nuevo Víctor Benites, otro jovenzuelo desprejuiciado que debutó en Alianza antes de tener libreta electoral, se graduó de crack en Boca y cruzó el Atlántico para ponerse la camiseta del Milan y ser ídolo de los rossoneri.
En el equipo de Didí que integraba aún adolescente, sacarla al ras y entregarla al pie antes que un ejercicio de jactancia era una obligación. Y al lado de Escobar, Casanova y Pacho Bustamante no desentonaba. Google y los testimonios coinciden: nunca fue un solista menor.
Luego de la tragedia del Fokker, asumió el encargo de liderar a la nueva hornada victoriana, pero tuvo también el coraje para tirar la puerta cuando se sintió poco valorado. Sabía que medio país lo odiaría, y siguió adelante. Se hizo respetar en la U, se paró en Matute sin miedo y, con los galones acumulados, se marchó a México para entrar en la historia del Cruz Azul.
En la selección también asumió riesgos: cuando Chemo le dijo hasta acá al Ciego, puso el pecho; aguantó los insultos tras el desastre de Santiago y agarró la pelota en la definición por penales de la Copa del 99, la tarde en que a varios de sus compañeros se le aflojaron las piernas. Pedir un mejor trato le valió el odio dirigencial y su salida de la selección, el año en que Maturana vivía enamorado de la pelousse del Jockey.
El Reynoso técnico es obsesivo, terco y celoso de sus convicciones. Sus éxitos en la U, Melgar y Cruz Azul no han menguado el desprecio que un sector de la hinchada -y el periodismo- le endilgan cuando pueden. “Loco” es la palabra más suave que debe haber recibido en los últimos días, luego de que la televisión mostrara la gigantesca valla que ha mandado a construir en la Videna. Él dice que es privacidad y estrategia; sus críticos, purita paranoia.
Es mucho lo que se juega desde este 7 de septiembre. No tiene el respaldo que sostenía a Gareca y los treintañeros que abarrotan su plantel no llegan en su mejor momento. Al argentino lo quisieron botar a inicios del camino a Rusia, cuando los fantásticos no funcionaban, y solo sobrevivió por la burbuja que armó Oblitas. Hoy, con Orejas, Reyna y Cueva lesionados, afrontará el partido ante Paraguay mermado, algo hasta angustioso para un equipo sin banca como el nuestro. Sin embargo, no se baja. Aspira, ha dicho, a sumar al menos el 50% de los puntos en juego. Y dice que si vamos al Mundial, su sueño es jugar el quinto partido. ¿Da para tanto el optimismo o es solo otro arranque de terquedad?
Que ruede el balón ya.
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