Dos aspectos podemos mencionar de la carrera de Juan Reynoso. El primero es que no es popular. El segundo es que es tremendamente exitoso. Empecemos por desarrollar lo segundo para buscar pistas de lo primero.
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Su carrera como defensa central fue notable. Back técnico y elegante, fue campeón en Perú y México, además de capitán de prácticamente todas las camisetas que vistió, incluyendo la bicolor. Como entrenador, títulos con Bolognesi, Universitario, Melgar y Cruz Azul, en muchos casos, rompiendo rachas negativas que bien podrían teñir a sus victorias de cierta heroicidad. ¿Pero por qué tener la vitrina llena no le ha servido para recibir la adoración que, en Perú, se destina a los ganadores (sobre todo cuando lo hacen en el extranjero)? ¿De dónde nace y a qué se debe esa falta de conexión?
La resistencia a Reynoso, como es sabido, nace de su paso de Alianza Lima a Universitario en 1993. Un sector de la hinchada victoriana no superó el cambio de camiseta, traspaso magnificado por las negociaciones informales de la época, la maledicencia de un entorno y una prensa folclórica, así como el título que Markarián obtuvo dicho año con los cremas. Lo último no es trivial: la decisión de cambiar de casa se legitimó con un título en una época de larga sequía aliancista.
Ya en su rol de entrenador, su trato seco con la prensa, así como la sana distancia que marcó respecto a los corrillos y las argollas de jugadores y ayayeros, lo convirtieron en una figura respetada pero distante. A ello se aunaba una mirada renovadora que chirriaba con un mundillo acostumbrado a los padrinazgos, las intuiciones y el repentismo: en 2007 aplicó un novedoso sistema de rotaciones que llevó al Bolognesi de Tacna de ser colero en el Apertura a campeón del Clausura, la remontada más dramática que se recuerde en el fútbol peruano reciente. Al año siguiente, ya con la ‘U’ y con el mismo método, logró ser campeón nacional y alcanzó octavos en Copa Libertadores con una efectividad acumulada de más del 60%.
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Reynoso, de alguna forma, fue nuestro “Moneyball” local: privilegió el rendimiento por encima del espectáculo y dudó de los lugares comunes de una idiosincrasia construida a base de pericoteros y fantasistas. Creyó en la información y en el análisis y los sobrepuso al verso y la gitanería. Pero lo que se ve bonito en una tabla no lo es necesariamente desde una tribuna; de la misma forma, confrontar a los guardianes de una tradición no sale barato ni carece de daño. Reynoso pagó la factura con un imagen antipática reforzada, en su momento, por cierta insolencia propia de la determinación cuando es inmadura. La suficiencia puede ser capacidad, pero también pedantería. El tiempo suele revelar cuál es la acepción correcta.
En el caso de Reynoso, el tiempo ya decidió: ahora posee la serenidad de quien ha confirmado un acierto. Él tenía razón: en el fútbol moderno la obsesión por el aspecto físico y táctico del juego son el piso para desplegar la técnica, no al revés. El Perú pos Gareca, acostumbrado al sacrificio y con la paciencia obtenida por un proceso fructífero de largo plazo, está preparado para recibir este discurso con ilusión y sin complejos. Permitamos que lo despliegue. Permitamos que convenza.
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