(Foto: El Comercio)
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Inés Temple

Hace casi ocho años una de mis hijas enfermó de cáncer. Como saben aquellos quienes lo han vivido de cerca, es una experiencia tremenda que necesita de toda nuestra determinación, voluntad y disciplina para enfrentarla. Temprano en el proceso se comprende –y se digiere con dificultad– que es una batalla por la vida donde la clave es ganarle al mal lo antes posible. Así, uno se entrega a Dios y cada día enfrenta lo que llega tratando de no perder la fe de que podemos –y debemos– ganar la guerra.

¿Por qué revivo esto ahora? Quizá porque hoy siento mucha de la misma angustia que sentí en esa época. Hoy siento que el Perú tiene el cáncer de la , de la ambición de poder desenfrenada, del egoísmo, de la falta de valores.

El rol y la misión que me hacen escribir líneas como estas son siempre inspirar al lector y traerle buenas vibras y positivismo, mientras comparto algo de mi experiencia profesional en lo relacionado a la gestión de la carrera y la marca personal.

Como peruana hoy no me puedo abstraer de lo que sucede en el país. Pero más que ahondar en la gran pena que compartimos todos como testigos incrédulos de esta realidad que se asoma cada día, quiero compartir los aprendizajes de cómo sobrevivimos como familia a nuestro período más difícil, por si de algo sirve o algo aporta. Y lo hago con humildad, sin pretender ofrecer una receta facilista para solucionar los problemas del país.

¿Qué nos ayudó? Antes que nada, esforzarnos por mantener el espíritu siempre en alto, con mucha fe y esperanza. Y también, seguir con disciplina los planes y estrategias específicas sugeridas por los expertos para sobrellevar las vicisitudes que el mal conlleva. También ayudó asignarnos responsabilidades claras: lo más avanzado de la ciencia para atacar el mal, los médicos cuidando el cuerpo, la familia fortaleciendo el espíritu de nuestra paciente y ella manteniendo un admirable y férreo optimismo de que todo saldría bien.

Alejarnos de las actitudes de victimización fue clave también, así como aprender a controlar la mente para pensar solo cosas buenas, evitar las malas vibras y alejarnos de las personas negativas. La voluntad fue vital para no caer en el juego de las culpas o el de encontrar la razón de por qué pasaba esto ahora y por qué a ella, por qué a nosotros. La mirada la pusimos en el aquí y el ahora y en cómo encontrar el mejor tratamiento, la mejor solución, en cómo tomar la mejor decisión para encontrar el mejor camino. Toda nuestra energía –y aprendimos a valorarla y cuidarla mucho– la focalizamos en ganar al cáncer, en detenerlo, eliminarlo y ella, a sobrevivir los duros tratamientos.

Esos períodos tan difíciles traen también muchas cosas buenas: como familia nos unimos como nunca y operamos como un equipo sólido y bien integrado, supimos quiénes eran realmente nuestros amigos y disfrutamos de su amistad y apoyo; conocimos gente espectacular.

Aprendimos a compartir sentimientos y a expresarlos sin pudor. Dimos valor a otras cosas y dejamos ir las innecesarias. Sacamos lo mejor de nosotros mismos y nos convertimos en luchadores. Y, sobre todo, aprendimos a pedir milagros. Así como Jimena lleva gracias a Dios 6 años sana y libre de cáncer, estoy convencida de que los peruanos rebotaremos de esta situación terrible. Lo hemos hecho antes y hemos rebotado de circunstancias peores. Somos fuertes y con una estrategia clara aprenderemos a cerrar filas frente a la corrupción, en todas sus modalidades, le duela a quien le duela.

Y con la mirada en el futuro, sé que volveremos a ser un país donde nuestros hijos quieran vivir.

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