Si Donald Trump fuera peruano, por Jaime Bedoya
Si Donald Trump fuera peruano, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

Si fuera peruano, no tendría ese pelo color zapallo, sino una ampulosa cabellera negra azabache, tinta y retinta, teñida hasta el hartazgo con la dedicación que el político peruano le dedica a su cosmética capilar, umbral cósmico entre su bienestar personal y la noble voluntad electoral del pueblo.

Su repulsión no sería contra de los mexicanos, a quienes tendría por afable pueblo cantarín casi en su mayoría en la planilla de Carlos Slim, sino contra los cholos, melancólica marea marrón a la que ha elegido no pertenecer, y que a su juicio —silvestre rechazo que lo ilumina y empodera— estropea todo lugar al que llega. Empezando por el barrio, el gobierno y la playa.

La mujer del Trump peruano, notoriamente más joven que él aunque inversamente dotada para el cálculo matemático, sería una de pretensiones étnicas socialmente aceptables, portadora de destacadas habilidades transaccionales con una tarjeta de crédito adicional al alcance de la mano. Sería comprensiva testigo de las miradas lascivas del consorte cada vez que la silueta de Luciana León, modélica representante de las rubias naturales, se le cruzara por el campo de mira. Esta comprensión sería al vislumbrar que su verdadera rival por la atención del Trump peruano jamás sería una mujer, sino la coloreada peluca que corona y vela el flujo de desatinos al interior de su cráneo.

Si Trump fuera peruano, predicaría una interpretación del mundo desde el púlpito personal del prejuicio, y encontraría su acogedor cuartel general en las redes sociales. Opinando sistemáticamente sin saber y alimentando la hoguera de infalibles presunciones como el me parece y el yo creo que, mantendría vivo y con buena salud el pensamiento compartimentado donde lo que importa es lo que la gente cree sobre algo. Y no lo que esto es en realidad.

El muro que el Trump peruano construiría para que otro lo pague sería la pared perimétrica en torno a uno mismo; enajenando como sospechoso cualquier asomo de solidaridad y compasión, definitivamente indicios de comunismo de salón y blandenguería progre. El Trump peruano sería un fiel convencido de que el amor al prójimo está condicionado a que se necesite inevitablemente de alguien con mayor urgencia, por ejemplo, que un teléfono celular.

Si Trump fuera peruano, estaría fascinado con la espontánea regresión de la cultura democrática y la consiguiente deformación de la ciudadanía que acompaña este proceso. Estaría satisfecho, por no decir emocionado, de constatar que su prédica cuenta con potencial feligresía a la espera de que alguien prenda la mecha.

Si Donald Trump fuera peruano, comería cuy y eructaría foie gras. Se tiraría pedos en los ascensores. Caminaría un metro por delante de su mujer y varios kilómetros detrás de la exactitud.

Si Donald Trump fuera peruano, se acostaría cada noche pensando en sí mismo, con el año 2021, y en sí mismo.

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