Existe un lugar común —todavía aceptado por la mayoría— según el cual toda ética debe fundarse en principios universales. No obstante, como bien ha sostenido el filósofo italiano Gianni Vattimo, en una conferencia realizada en setiembre de 2009 en Buenos Aires bajo el título de Ética de la Interpretación. Pensar y Actuar en el Posnihilismo, “una ética de los principios es siempre una ética autoritaria que supone, por lo menos, una autoridad absoluta de la Razón”. Ello se debe a que se presume que “lo racional” se identifica con “lo real”, con “lo verdadero”.
Ya lo dice el mismo Vattimo: “Cuando la ley se identifica demasiado con lo que ‘es’, es una ley autoritaria y, fundamentalmente, clasista, porque lo que ‘es’ es lo que está establecido por el poder, la riqueza, los poderosos”. Por ello, el pensador alemán Walter Benjamin afirmaba que la idea de que la Historia tiene una finalidad racional solo tiene sentido para los vencedores.
Para hacer frente a las éticas universalistas, Vattimo escribió un libro titulado Ética de la interpretación (1989). Su punto de partida era la idea de que nuestro acercamiento a la realidad está siempre condicionado porque, para empezar, vemos a través de los ojos y, si cerramos los ojos para no ver las cosas desde un punto de vista personal, no vemos nada. Añade Vattimo: “Por eso, el conocimiento siempre es interpretación. La interpretación supone que nunca se describe sencillamente una situación, sino que se reacciona ante ella y se la presenta desde un determinado punto de vista propio. La interpretación no crea la realidad, pero la ordena, la representa. Cuando hablamos de algo, hablamos siempre de una realidad interpretada por alguien”. De esto se deriva la tesis de que la ética de la interpretación no puede fundarse sobre principios universales. ¿Y entonces qué nos queda? El monstruo del relativismo. No necesariamente...
Y es que, como recuerda Vattimo, “la historia de la Verdad es la historia de la intersubjetividad, del consentimiento”. Desde esa perspectiva, la verdad es universal en la medida en que es capaz de universalizarse, de ser aceptada. Y ello supone el consenso. Por lo tanto, “no es que estamos de acuerdo porque hemos logrado la Verdad, sino que, al contrario, decimos que tenemos la Verdad cuando hemos logrado consenso”. En el plano ético, esto significa obtener un acuerdo “sobre los comportamientos, actitudes y valores de los otros, y no en decir que hemos encontrado un valor absoluto y obligar a los otros a creernos”.
La ausencia de principios universales y absolutos no invalida la posibilidad de una ética porque, como señala Vattimo, esta supone, ante todo, estar abierto a “la llamada de los otros” y reivindicar el viejo valor de la hospitalidad. “Se trata de abrir la casa a todos evitando que la destruyan, porque, si no, no sería posible recibir a otros pobres. El principio de la hospitalidad, de la amistad, implica una actitud de diálogo, una tratativa”. Pero, para que sea posible una ética semejante, basada en la inclusión y no en la exclusión, es imprescindible que no exista dominación ni sumisión. Y esta es la resistencia que tenemos que vencer.